lunes, 7 de marzo de 2016

UN CENTENARIO LITERARIO ESPAÑOL. MERCEDES SALISACHS


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Para cumplir con el debido homenaje a los escritores españoles cuyos centenarios, ya sea de nacimiento, ya sea de defunción, se cumplen este año de 2016, quiero ocuparme ahora de una escritora catalana por quien siento gran admiración y gratitud porque en cierto momento de mi vida creativa fue la persona encargada de entregarme el trofeo que me distinguía como ganador del I Premio de Poesía Deportiva Joan Samaranch, que patrocinaba la Revista Don Balón y su artífice principal Rogelio Rengel. Me refiero a Mercedes Salisachs Roviralta (Barcelona, 1916- 2014), novelista de técnica tradicional (sin que ello signifique ninguna merma a su calidad literaria) y cuyos temas retratan el mundo burgués barcelonés del siglo pasado donde imperaban las convicciones religiosas. Nacida  en el seno de una familia de la alta burguesía catalana, estudió Peritaje Mercantil en la Escuela de Comercio y fue durante un tiempo directora editorial de Plaza y Janés. Enseguida sintió la llamada de la creación literaria siendo su primera novela publicada Primera mañana, última mañana (1955). Un año más tarde obtuvo el Premio de Novela Ciudad de Barcelona con Una mujer llega al pueblo y el Planeta en 1975 con La gangrena (ya dos años antes había sido finalista del mismo premio con Adagio sentimental). En 1983 consiguió con El volumen de la ausencia el Ateneo de Sevilla, en 2004 el Fernando Lara con El último laberinto y con Goodby, España el Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio. También cultivó el cuento (Feliz Navidad, señor Ballesteros, resultó finalista del premio Hucha de Oro en 1983) y libros de memorias y autobiografías, el más importante para muchos, Derribos: crónicas íntimas de un tiempo saldado (1981).
He aquí un fragmento del Preámbulo del último libro mencionado:
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"Dicen que lo importante en la vida es no detenerse aunque para ello sea preciso abrirse paso a empellones. Sin embargo, es evidente que no resulta posible dejar atrás nuestro pasado. Por mucho que nos esforcemos en olvidarlo, seguirá impreso en nosotros donde quiera que vayamos. Y es que, probablemente, sin ese pasado, con toda su carga humana, ninguna circunstancia actual sería como es, ni tendría el sentido que tiene. La caducidad de las cosas no presupone, necesariamente, que hayan muerto. Sencillamente se han transmutado, pero el origen de nuestra actualidad sigue siendo aquello que "aparentemente ya no está" porque, en el fondo, no ha perdido (ni podrá perder) su calidad de algo real. Por tanto, sólo ateniéndonos al sistema cronológico podemos considerarlo inexistente. De ello me he dado cuenta, sobre todo, al repasar mis libros. Seguramente no habré escrito una sola página sin que, entremezclada a la ficción, se haya colado en ella una fracción de mí misma o de mi acontecer, rescatada de los rezagado. Por supuesto, no se me oculta que "todo aquello" ya no es y que la mayor parte de las situaciones que fueron importantes en su día se han quedado flotando en el vacío, dispersas y pulverizadas. Pero también el polvo, en su vaguedad, despide, a veces, destellos rutilantes: ramalazos de algo perenne que a lo mejor permaneció durante varias décadas en la oscuridad más completa, para reestructurarse y manifestarse cuando menos pudimos imaginarlo."

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