miércoles, 9 de marzo de 2016

MIS PINTURAS. IGLESIAS DE ZAMORA I

SANTIAGO DEL BURGO
Esa lágrima de piedra de la entrada, de la que hablara Claudio Rodríguez en el Tomo I de Zamora en la literatura, del también zamorano de la diáspora Luciano García Lorenzo, siempre me fascinó, especialmente en mis idas y venidas a los Salesianos de los años 50. Lo mismo que el resto de los elementos arquitectónicos del románico templo, las ventanas, los contrafuertes, la torre, el ábside plano, el rosetón de rueda de carro... Por delante de él han cruzado generaciones y generaciones zamoranas (su situación privilegiada en la céntrica calle de Santa Clara así lo favorecía), igual que las procesiones de Semana Santa, que desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección lo honran con sus solemnes y entrañables desfiles, sus pasos y sus músicas (¡ay, qué dentro llevamos los zamoranos de siempre la Marcha de Thalberg!). En mi imaginación, he querido dar al templo más libertad de aires y un poco de soledad, situándolo fuera de cualquier rastro urbano, antes de que la próxima Semana Santa le llene de nuevo de multitudes enfervorecidas, de trompetas y tambores, de imágenes de Ramón Álvarez, y broten otra vez las lágrimas de los recuerdos al escuchar el Merlú en Viernes Santo y el inolvidable "Y no tenía jabón pa lavar" de nuestra infancia.

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