viernes, 11 de noviembre de 2016

ADIÓS AL DRAMATURGO FRANCISCO NIEVA



           Resultado de imagen de francisco nieva 

Ayer nos dejó el dramaturgo español Francisco Nieva, que también fue narrador, ensayista y dibujante. Había nacido en Valdepeñas, Ciudad Real, el 29 de diciembre de 1924. Muy pronto marchó a Madrid para estudiar Pintura, y, compaginando esta actividad con la de comediógrafo, se abrió paso en la vida artístico-literaria del Postismo junto a escritores como Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro o Ángel Crespo. Viajó por toda Europa y, una vez afincado en Madrid, se entregó de lleno a su trabajo de ensayista, narrador, escenógrafo y autor dramático. Como ensayista, se le deben libros como El reino de nadie (colección de artículos periodísticos). Escribió también novelas (Granada de las mil noches, La llama vestida de negro) y relatos (Carne de murciélago, Argumentario clásico). En cuanto a labor de escenógrafo, la empezó junto a José Luis Alonso (El rey se muere, de Ionesco) y siguió con Marsillach (Pigmalión de George Bernard Shaw y Después de la caída de Arthur Miller); después trabajó solo en las escenografías de obras como La dama duende de Pedro Calderón de la Barca, El zapato de raso de Paul Claudel o El burlador de Sevilla de Tirso de Molina. Pero lo que le dio verdadera fama en el mundo de la literatura fue la creación de sus propias piezas dramáticas, que se cuentan por docenas y de las que destacamos las siguientes: La carroza de plomo candente (1972), que se estrenó en 1976, Nosferatu (1975), que se estrenó en 1993, Corazón de arpía (1987), estrenada en 1989, Los españoles bajo tierra, escrita en 1988 y estrenada en 1992, o Manuscrito encontrado en Zaragoza (1991), estrenada en 2003.
       Fue académico de la Lengua y recibió numerosos premios a lo largo de su extensa carrera literaria, como el Álvarez Quintero de teatro de la Real Academia Española, el Nacional de Teatro en dos ocasiones, el de la Crítica o el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1992.

          Como muestra de su buen quehacer teatral, incluimos aquí un fragmento de su obra Nosferatu:

Resultado de imagen de NOSFERATU francisco nieva

“El agonizante.  Mi hora ha llegado, pobre de mí. De esta forma me veo por andar tras el amor. Maldita vida de pelo y de sombra, maldita brecha de la tuberculosis y el crimen. Pero ya es tarde. Aquí se detiene la muerte con su carro y me hace señas de que todo ha terminado. Despatárrate, ojerosa, y trágame entero en el lago de orines. Te lo digo y lo repito: eres una tía abominable.
La aurora.  Te equivocas, moribundo. No soy la muerte, sino la Aurora. No me insultes y escúchame. Estás en trance de ver lo nunca visto en los últimos minutos de cine rayado y parpadeante. Yo te pienso socorrer. Mucho me extraña que me desconozcas. Cuántas veces nos hemos cruzado en el camino, yo de ida y tú de vuelta, de tus infames correrías, con el sexo desangelado y en las antípodas del entusiasmo. Eres un ruin, que sólo vive de aspirinas y de mala poesía modernista, un desperdicio de estos tiempos. Nunca has tenido para mí un saludo cortés, como el de algunos condes que salen del baile. A pesar de que no me faltan atractivos. Mírame, criatura, de una vez con buenos ojos y observa este fresco descote, este rocibrillo de mi pelo y estos brazos de escarcha...

(Se descubre muy aputañada de actitud.)

El agonizante.  ¡Pst! No estás mal, pero te caes de inoportuna. Me estoy muriendo. De nada sirve que vengas con reproches en momento tan grave. No vengas ahora a turbarme con exhibiciones tan fuera de lugar.
La aurora.  ¿Qué estás diciendo? Dame las gracias por tu suerte. Vengo dispuesta a salvarte. Eres de los que a mí me gustan. Nada menos que periodista, morenito y febril; un elegido sinvergüenza, espuma de las madrugadas. La Muerte se ha entretenido en preparar un ataque masivo para confundir a Europa. Desde aquí la veo dando órdenes contradictorias, levantando estandartes de duelo y animando con una corneta emponzoñada sus tropas al asalto. ¡Menuda es la que se avecina! No te demores, amor mío, arranca de tu pecho ese puñal y álzate hasta mi carro. Anda, que te voy a servir un café que te va a dar una mañana de recién casado.
El agonizante. (Haciendo un esfuerzo.) Imposible, no puedo.
La aurora.  Yo te lo mando. Arranca con tiento ese puñal y agarra la escala que desde aquí te arrojo. ¡Animo, chico! Tengo una carne, entre rosa y ceniza, que te va a devolver la vida.
El agonizante.  ¡Oh, qué luz de esperanza! No sé si sueño o la espicho. ¡Ayudadme, fuerzas! ¡Espérame, Aurora!
La aurora.  (Viéndole ascender por la escala.) ¡Cuidado! Mira bien dónde pones el pie.
El agonizante.  (Con grandes esfuerzos, se alza hasta el carro y entra en él.) ¡Qué delicia! ¡Vaya un vehículo de marca! Parece el rincón de un casino. Estas cosas que me ocurren no parecen verosímiles. Aquí debe haber algún simbolismo oculto.
La aurora.  Pronto lo descubrirás, papanatas. Arrímate y ve apartando velos. Mientras yo palpo el hueso de tus brazos, insúltame y llámame puta mañanera.
El agonizante.  Ya he dado con otra viciosa, no tengo escapatoria.”

viernes, 25 de marzo de 2016

MIS PINTURAS. IGLESIAS DE ZAMORA III

 
 LA CATEDRAL DESDE EL SOTO
Muchas veces en mi infancia y adolescencia me acerqué a este rincón mágico, solitario y silencioso del soto de San Frontis, de cuya vista yo era el único testigo. Sólo alguna dorada oropéndola, posada en la copa de algún álamo, sobre mi cabeza, me acompañaba con su canto misterioso. Preparaba los bártulos de dibujo y me ponía a copiar lo que tenía delante. Y era nada menos que la Catedral, el templo zamorano por antonomasia, con su torre cuadrada del Salvador y su cimborrio de escamas de piedra. El templo donde moraba el Cristo de las Injurias que todos los Miércoles Santos por la noche desfilaba por las viejas calles de la ciudad del alma tras jurar los cofrades de caperuza roja guardar silencio durante toda la procesión. El templo, en cuya explanada todos los Viernes Santos por la tarde hacían alto todos los pasos de la Cofradía del Santo Entierro (recuerdo con tierna nostalgia la vez que yo desfilé con ellos bajo el hábito de terciopelo negro que me prestó un amigo de la infancia), incluido el Longinos, uno de los pasos preferidos de mi padre, obra del escultor zamorano Ramón Álvarez. Por eso y mucho más repetí en mis dibujos y mis pinturas la vista inconfundible de la Catedral, y ésta tomada desde el soto es una de mis favoritas y también una de las primeras, cuando aún me atrevía a escribir en ella algunos versos.

martes, 22 de marzo de 2016

MIS CUADROS FAVORITOS. LA CURA DE LA DEMENCIA. EL BOSCO


Resultado de imagen de LA CURA DE LA DEMENCIA DEL BOSCO

(1475-1480) Óleo sobre tabla, 48 x 35 cm. Museo del Prado. Madrid

Yo no puedo añadir nada nuevo sobre este mágico y curioso pintor holandés al que se ha llamado entre otras cosas El maestro del Juicio Universal. Por eso me voy a limitar a describir el cuadro que más me hace sentir de Jerónimo Bosco, sin entrar en polémicas con otros observadores que saben sin duda más de él que yo y que repiten una y otra vez que estaba obsesionado con el infierno, la salvación del alma o las herejías y pecados capitales. Yo me conformo con hablar del realismo y el apego a la vida que respiran sus cuadros. Yo no veo las fantasías ni las pesadillas de tantos otros, ni mucho menos la magia negra que dicen que hay detrás de sus cuadros. Vida. Eso es lo que veo en sus pinturas. Vida a raudales. Todos esos seres horribles que pululan por la obra del Bosco, reptiles antropomorfos, artefactos obscenos, gnomos, insectos abominables, utensilios y herramientas con forma de miembros… son metáforas de que se vale el pintor para mostrarnos los miedos, los remordimientos y los viejos fantasmas de la vida de sus contemporáneos.
Ya he dicho que estudios y opiniones sobre el Bosco abundan desde el Renacimiento hasta nuestros días. A un monarca tan serio y religioso como nuestro Felipe II le gustaban sobremanera obras como Los siete pecados capitales, que hasta había mandado colgar en su propia alcoba, El tríptico del heno o El jardín de las delicias. F. de Guevara, en una carta al Rey, le asegura que el Bosco nunca pintó “cosa fuera del natural en su vida, si no fuere en materia de infierno o purgatorio; sus invenciones estribaron en buscar cosas rarísimas, pero naturales.” Y el padre Sigüenza en 1605 nos aclara todavía mejor el secreto de la pintura del Bosco: “La diferencia entre los trabajos de este hombre y los de los demás está,en mi opinión, en que los demás tratan de pintar a los hombres tal como aparecen por fuera, en tanto que él tiene el valor de pintarlos cuales son dentro, en el interior.” Dicho esto, prefiero dejar fuera los apuntes ajenos para indicar lo que a mí me interesa destacar de este pintor que, entre otras cosas, siguió los pasos de su padre en la profesión. Y es que  vivió mejor que él y que, relacionado con la secta de los Homines Intelligentiae, se mostraba convencido de que toda la humanidad está destinada a la salvación, que no existe el infierno y que el bien y el mal dependen de la voluntad divina.
Y sobre todo describir, como he dicho más arriba, el cuadro de mi preferencia, que no es otro que La cura de la demencia, que, dicho sea paso, también era del agrado de Felipe II. Se trata de un círculo que contiene la escena que da nombre a la obra, enmarcada por arriba y por abajo con sendos textos en caracteres góticos que traducidos al español dicen, el superior: “Maestro, saca las piedras (de la locura)”, y el inferior: “Mi nombre es Zarcero castrado, es decir, simplón.” Vamos a la escena en la que aparecen cuatro figuras humanas situadas en medio del campo con un paisaje de tonos verdes pálidos y una población al fondo. Sobre una silla se halla sentado el paciente, un hombre de cabello cano y metido en carnes que con gesto dolorido mira al espectador, mientras el cirujano, de pie y a sus espaldas, le extrae del cráneo con un escalpelo la flor de la locura, un tulipán lacustre que simboliza el dinero (de este modo le extraen al simple, en vez de la enfermedad, es el dinero, dinero representado asimismo por la bolsa que pende del lado derecho de la silla y está atravesada por un puñal). El médico lleva puesto en la cabeza un embudo (el embudo simboliza a su vez la sabiduría que, en este caso a modo de burla, le sirve de sombrero). Con lo cual, la broma hecha al enfermo se duplica en el cirujano. Broma que parece estar presente en todo el cuadro, ya que la monja, tercer personaje situado a la derecha de la escena, se apoya en una mesa en actitud pensativa aguantando con la cabeza un tratado de medicina. Finalmente, la cuarta figura humana, situada en el centro de la escena y vestida totalmente de negro, permanece de pie no sólo siguiendo atentamente la operación del cirujano, sino animando la acción con un gesto de la mano mientras la otra sostiene un recipiente plateado, como esperando recoger en él la flor de la locura.
Lo interesante de la pintura es la aparente seriedad de la operación quirúrgica y de las cuatro personas de la escena, cuando en realidad es la burla, el engaño de que es objeto el paciente bobalicón creyendo que le va a ser extraída del cerebrola piedra de la locura. El tulipán que le extrae el médico, la bolsa de dinero atravesada por un puñal, el recipiente, el embudo, el libro y otros detalles conforman toda una alegoría de la estulticia de la época y de su explotación por quienes constituyen los estamentos superiores, representados por el estado y la iglesia. A ellos habría que añadir la horca y la rueda de tortura, semiocultas en los términos más lejanos del cuadro, símbolos del castigo al que eran sometidos los charlatanes de 1500 considerados como brujos y herejes por las supersticiones populares.

Cerdanyola, 5 de agosto de 2004

jueves, 17 de marzo de 2016

MIS PINTURAS. IGLESIAS DE ZAMORA II

 
SANTA LUCÍA Y SAN CIPRIANO
No sé cuántas veces pasé por esta plaza de Santa Lucía en mis idas y venidas, a los Salesianos primero, y luego al Instituto. Plaza cuya vista se veía enriquecida por la iglesia de su nombre y el campanario de la de San Cipriano. La espadaña de una, con su nido de cigüeña, y la torre cuadrada del templo hermano, siempre estarán juntos en mi memoria. No olvidaré nunca los 13 de diciembre, festividad de Santa Lucía, patrona de los ciegos, en que toda la familia íbamos a su iglesia a venerar las reliquias de la mártir, cuya imagen se representa portando una bandeja con sus ojos. Ni olvidaré la noche de los Jueves Santos de mi infancia en que el Yacente en andas, imponente imagen atribuida a Gregorio Fernández, tras descender por la empinada cuesta de San Cipriano, se detenía en la plaza para cantar el Miserere (de un tiempo a esta parte se hace en la plaza de Viriato). Era un momento único abierto a la meditación y a la fe. En la pintura me  imagino las dos iglesias unidas por cruces aladas y transparentes. Como los recuerdos.

miércoles, 9 de marzo de 2016

MIS PINTURAS. IGLESIAS DE ZAMORA I

SANTIAGO DEL BURGO
Esa lágrima de piedra de la entrada, de la que hablara Claudio Rodríguez en el Tomo I de Zamora en la literatura, del también zamorano de la diáspora Luciano García Lorenzo, siempre me fascinó, especialmente en mis idas y venidas a los Salesianos de los años 50. Lo mismo que el resto de los elementos arquitectónicos del románico templo, las ventanas, los contrafuertes, la torre, el ábside plano, el rosetón de rueda de carro... Por delante de él han cruzado generaciones y generaciones zamoranas (su situación privilegiada en la céntrica calle de Santa Clara así lo favorecía), igual que las procesiones de Semana Santa, que desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección lo honran con sus solemnes y entrañables desfiles, sus pasos y sus músicas (¡ay, qué dentro llevamos los zamoranos de siempre la Marcha de Thalberg!). En mi imaginación, he querido dar al templo más libertad de aires y un poco de soledad, situándolo fuera de cualquier rastro urbano, antes de que la próxima Semana Santa le llene de nuevo de multitudes enfervorecidas, de trompetas y tambores, de imágenes de Ramón Álvarez, y broten otra vez las lágrimas de los recuerdos al escuchar el Merlú en Viernes Santo y el inolvidable "Y no tenía jabón pa lavar" de nuestra infancia.

lunes, 7 de marzo de 2016

UN CENTENARIO LITERARIO ESPAÑOL. MERCEDES SALISACHS


Resultado de imagen de mercedes salisachs
 
Para cumplir con el debido homenaje a los escritores españoles cuyos centenarios, ya sea de nacimiento, ya sea de defunción, se cumplen este año de 2016, quiero ocuparme ahora de una escritora catalana por quien siento gran admiración y gratitud porque en cierto momento de mi vida creativa fue la persona encargada de entregarme el trofeo que me distinguía como ganador del I Premio de Poesía Deportiva Joan Samaranch, que patrocinaba la Revista Don Balón y su artífice principal Rogelio Rengel. Me refiero a Mercedes Salisachs Roviralta (Barcelona, 1916- 2014), novelista de técnica tradicional (sin que ello signifique ninguna merma a su calidad literaria) y cuyos temas retratan el mundo burgués barcelonés del siglo pasado donde imperaban las convicciones religiosas. Nacida  en el seno de una familia de la alta burguesía catalana, estudió Peritaje Mercantil en la Escuela de Comercio y fue durante un tiempo directora editorial de Plaza y Janés. Enseguida sintió la llamada de la creación literaria siendo su primera novela publicada Primera mañana, última mañana (1955). Un año más tarde obtuvo el Premio de Novela Ciudad de Barcelona con Una mujer llega al pueblo y el Planeta en 1975 con La gangrena (ya dos años antes había sido finalista del mismo premio con Adagio sentimental). En 1983 consiguió con El volumen de la ausencia el Ateneo de Sevilla, en 2004 el Fernando Lara con El último laberinto y con Goodby, España el Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio. También cultivó el cuento (Feliz Navidad, señor Ballesteros, resultó finalista del premio Hucha de Oro en 1983) y libros de memorias y autobiografías, el más importante para muchos, Derribos: crónicas íntimas de un tiempo saldado (1981).
He aquí un fragmento del Preámbulo del último libro mencionado:
Resultado de imagen de derribos de salisachs
 
"Dicen que lo importante en la vida es no detenerse aunque para ello sea preciso abrirse paso a empellones. Sin embargo, es evidente que no resulta posible dejar atrás nuestro pasado. Por mucho que nos esforcemos en olvidarlo, seguirá impreso en nosotros donde quiera que vayamos. Y es que, probablemente, sin ese pasado, con toda su carga humana, ninguna circunstancia actual sería como es, ni tendría el sentido que tiene. La caducidad de las cosas no presupone, necesariamente, que hayan muerto. Sencillamente se han transmutado, pero el origen de nuestra actualidad sigue siendo aquello que "aparentemente ya no está" porque, en el fondo, no ha perdido (ni podrá perder) su calidad de algo real. Por tanto, sólo ateniéndonos al sistema cronológico podemos considerarlo inexistente. De ello me he dado cuenta, sobre todo, al repasar mis libros. Seguramente no habré escrito una sola página sin que, entremezclada a la ficción, se haya colado en ella una fracción de mí misma o de mi acontecer, rescatada de los rezagado. Por supuesto, no se me oculta que "todo aquello" ya no es y que la mayor parte de las situaciones que fueron importantes en su día se han quedado flotando en el vacío, dispersas y pulverizadas. Pero también el polvo, en su vaguedad, despide, a veces, destellos rutilantes: ramalazos de algo perenne que a lo mejor permaneció durante varias décadas en la oscuridad más completa, para reestructurarse y manifestarse cuando menos pudimos imaginarlo."

jueves, 3 de marzo de 2016

MIS CUADROS FAVORITOS. EL HOGAR DE NAZARET, ZURBARÁN

 dResultado de imagen de el hogar de nazaret zurbaran
 
 1630. Óleo sobre tela 165 x 230 cm.
  Cleveland, Museo de Arte





A mí Zurbarán me inquieta. Decía de él Dalí que cada día nos parecerá más moderno y  con el tiempo representará la figura del genio español. No sé si será cierto. Lo que sí creo es que supo como nadie acercar lo divino a lo humano, y eso se ve no sólo en la mayoría de sus cuadros, sino también en la forma de vida que llevó: por un lado, tan pegada a la propia vitalidad (se casó tres veces y tuvo diez hijos), y, por otro, relacionada a menudo con el retiro y el silencio espirituales (pasó gran parte de su existencia recluido en monasterios pintando temas religiosos y compartiendo con los monjes sus fatigas cotidianas de trabajo y oración.
En su pintura se nota claramente la influencia del claroscuro de Caravaggio.
Quizá por ello muchos de sus cuadros me apasionan, ya sean sus motivos religiosos, profanos o sencillos bodegones (lo de "sencillos" es un decir porque ya sólo el titulado Plato de cidras, cesto de naranjas y taza con rosa es un prodigio de técnica y composición, en el que las frutas y los objetos respiran una especial metafísica retomada de Sánchez Cotán, metafísica lograda por ese misterio de la oscuridad reinante y envolvente del cuadro que hace emerger las frutas con una luz entre intensa y fría).
Pero sin duda el cuadro que me hace sentir más es El hogar de Nazaret, pues contiene a mi juicio todo lo que un apasionado de la pintura puede pedir: figuras humanas, objetos, flores, animales y hasta un trozo de cielo pálido con nubes que navegan a la deriva. Procedamos con orden. El hogar de Nazaret representa una escena cotidiana en un interior modesto habitado por dos figuras familiares: Jesús y su Madre en la casa de Nazaret. Jesús, muy joven, se halla sentado a la izquierda sobre un banco de madera; fija su mirada en las manos, que se han lastimado con la corona de espinas que descansa sobre sus rodillas y que está construyendo para sí mismo; sus cabellos dorados casan con la luz amarilla que nace en el ángulo superior de ese lado, en cuya haz nadan algunos angelitos.
La Madre, situada a la derecha del cuadro, ha dejado su labor de costura para observar pensativa a su amado Hijo, a quien (Ella lo sabe muy bien) le aguarda una terrible muerte: el rojo de su vestido aparece en evidente contraste con el morado suave de la túnica de Jesús.
Entre ambas figuras se alza una mesa  con el tablero ocupado, de izquierda a derecha, por un libro abierto, dos peras y dos libros cerrados. Lo demás es oscuridad, una sombra triangular que deja ver por el vano de la ventana, situada sobre la cabeza de María, un cielo emborrascado (¿sus afligidos pensamientos?).
En cuanto al resto de los objetos, flores y animales que complementan el cuadro, también tienen su significado: el recipiente de barro con agua y los palos de espino que hay a los pies de Jesús están ahí por algo, y la cesta del bordado a los pies de su Madre también; y lo mismo el florero con rosas y otras flores, que pese a seguir con vida han sido cortadas y sacrificadas en plena lozanía; y las dos palomas, que finalmente pueblan con su inmaculada blancura el ángulo inferior derecho, significan el amor y la fidelidad.
Concluyendo, por encima (o por debajo, como se prefiera) de esta escena que nos transporta al pasaje más patético del Nuevo Testamento se halla la escena cotidiana de dos personas de aldea, modestamente ataviados, un hijo y una madre, ambos sorprendidos en una anécdota tierna y entrañable: el joven se ha pinchado un dedo mientras construía una corona de espinas, y su madre lo observa dolorida ante la lesión que acaba de sufrir su hijo. No hace falta comentar más. La pintura de Zurbarán habla por sí misma.
                                                               Cerdanyola del Vallés, 3 de agosto de 2004

lunes, 8 de febrero de 2016

AVENTURA, DE CLAUDIO RODRÍGUEZ


Resultado de imagen de aventura de claudio rodríguez

Incluyo a continuación  las últimas versiones de la edición facsimilar de Aventura realizada por García Jambrina.



UN DESLUMBRAMIENTO

 
¿Si ahora me llega lo que me esperaba
muy dentro de la luz cuando hay secreto
de la maduración, la elevación,
un temblor sin sentido,
certidumbre del alma, un viento seco
que va a traer lluvia bien mediado mayo,
casi al caer la tarde
en la honda sequía de llanura
y cuando el resplandor es como un rezo
al trasluz en ceguera que adivina
y da, y es pura entrega y nunca...?
¿Una ceguera o un misterio nuevo?
Cómo lavaba el agua
por la mañana.
La vendimia y la cúpula
de la mirada,
En destello y con música
que me alumbra, que daña.
No hay nada claro porque es infinito,
lejos del pensamiento y de mi cuerpo,
fruto y sol en el aire y cielo y aire.
Es el momento. Es la revelación
sin distancia ni tiempo,
la reverberación que me moldea
en horno y en taller, en plaza y ala.
¿Es que algo va a venir?
Muy a favor del viento del oeste
junto al blanco de nieve, azul violeta
y negro de humo y púrpura,
naranja vivo. Hay nubes sin espacio
ya sin noche ni alondra.
Cuánta oscura certeza
por encima del cielo.
Cómo lavaba el agua
por la mañana.
Ahora ya todo o nunca.
Nunca más. Tengo sed. Medinaceli.
 
Resultado de imagen de cúpula

 

CORO EN MARZO

 
Cuando pasan los fríos
altos de soledad y llega el tiempo
de la siembra y la lluvia, el viento hondo
y la cadencia del amanecer,
en imaginación, en melodía
de viña joven.
Cuando despierta el año aún con recelo
muy prematuro y venidero apenas,
harina y sal y lobo y golondrina,
la arcilla fresca y la madera nueva
que alumbra y hiere en el primer verdor
y da como aleteo
de olor a infancia,
entonces, día a día
estoy oyendo siempre
aquellas voces.
¿Dónde el sonido,
dónde el sentido ahora
de la palabra en vilo
que me daña y alegra?
¿Quién no esperó la brisa
de la meditación dentro del canto
que se esconde y renueva?
Alza el alma a la voz que poco dura
y no se olvida, y más
cuando el coro está en danza,
en escena, no sólo
en melodía, en emoción de acordes,
en ceremonia musical. Y cómo
el cuerpo está sonando
como si fuera verdadero y nuevo
con ensayo y ofrenda,
con manantial y gracia,
con oración sin bruma,
alta marea.
Y la mirada lejos
de la modulación que no es salmodia,
figura sostenida ni aún arpegio:
como eterno del aire amanecido
para dar vida
como si ya el pulmón nunca llegara
a la laringe, a
la bóveda de la boca,
con saliva que ayuda
al polen de la lengua,
al temple de los labios. ¿Qué resina
dando misterio y fruto?
Y la voz suena en marzo
de otra manera, como más mecida,
íntima, muy de río,
con huella blanca de las catedrales,
los tallos del enebro,
el baile de las avellanas,
las nerviaciones de tanta armonía,
el telar y el taller
y la ilusión del tiempo
en la respiración
aún no en sazón sino en espera, en
promesa cierta.
Cuando el coro es imagen y destino
y movimiento y pauta.
¿Dónde el concierto de la voz humana?
Ama lo pasajero. Óyelo ahora
cuando suenan las voces,
la alegría que aclara
ya no sé qué germinación futura.

Resultado de imagen de paisajes abril

  

SENSACIÓN DE SIMIENTE

 
Al salir a la calle a media tarde,
¿a qué me viene ahora tanta oscura
revelación que es nacimiento? Espera
al dolor y a la savia,
al oreo, al tempero,
a la inocencia de la claridad,
levadura de abril. Y hoy hay que herir
para que se abra y sane
la sutura temblando en armonía
de soledad y gracia,
la celda y el embrión,
el delicado estambre de ala en ala
y la membrana austera, aceite y yema,
la nerviación del cáliz y el estigma
desnudo en cima, en pino
albar, ovario
de grano de mostaza aún sin el polen,
la azucena silvestre a flor de abeja
en la tierra caliza.
Cuando las calles van perdiendo sombra
con desamparo y lluvia hay como un alba
y un fermento del cielo, un ansia a secas
con la maduración del viento ido,
de mi cuerpo ido y vano y las ventanas
sin ilusión. ¿Y cómo se está abriendo
el misterio fecundo?
Verdad que no se oye
pero está ahí, en el origen,
en el destino, en la emanación,
ya muy lejos del tiempo,
de la materia que comienza a ser.
Y no hay silencio y no hay cobardía
sino aliento y entrega,
llaga abierta en el aire,
en la mano, semilla que redime
pero no cura,
leche y trino en penumbra
de creación estremecida, llave
honda de cuna y miel,
de aquella infancia.
Hay un presentimiento entre agua y sol
porque algo no ha venido todavía.
Aunque ya sea tarde
hay que salir, hay que salir al mar.

 
Resultado de imagen de mar

 

MEDITACIÓN A LA DERIVA

 

Ya bien templado el viento del Oeste
aún no hay maduración y no hay misterio
y no hay siquiera ni recuerdo en vano
con la perfidia del pensar tardío
sino nueva salud. ¿Y cómo ahora
el fervor, el oficio y el placer,
una visión que nunca es certidumbre,
una palpitación que suena lejos
de los sentidos, y este olor a lluvia
en soledad y audacia, al primer sol,
me dan como traición, una alegría
que no debo entender? Ya la fe a oscuras,
¿qué es lo que quiero, cómo puedo hablar?
Es la ilusión de la contemplación,
el nacimiento del dolor, la música
de las molduras del asombro, el daño
de la sal, del mercurio, del azufre,
de la reliquia de alta mar, del horno
de leña y de retama que me alienta
y espera. Y así, cómo hila en fino
la golondrina a flor de alma. Así,
con un peligro que es virtud y sana
llega el silencio de la profecía
que me ilumina pero no da amor.
Es la imaginación, es la intuición
muy por encima del conocimiento.
Y no hay verdad ni realidad siquiera.
Y no sabía que la vida es vida.
Y nada hay si no hay revelación.
Cómo echo de menos las heladas
nocturnas, aquel frío transparente
que me dio infancia y casa, estudio y calle
con el candor de la sagacidad,
con la armonía de promesa clara
del invierno que quiero. Abre la cama
y dame la medalla. Y no me mires
con mala cara. herencia y rebeldía,
el mal que crece a solas, la piedad,
el aceite de almendras, la ola viva
en melodía de los pensamientos
que mueren en palabras y en deseo
y aquella puerta adonde nunca pude
llamar, y es maldición en sombra y gracia
temblando de aventura, y el altar
del cuerpo de Ana. Ángelus. Pero ahora
espera un poco. Y no me vengas más
con la cara apagada, con la cara
de ayer. Hay que salir sin darte agua.
Ya no hay meditación y no hay destino.
Ya nada hay si no es revelación
algunas veces, cuando el sol salía
muy bien templado el viento del Oeste.

¡Y se rompió el cristal! ¿Dónde la harina
de la oración? ¿Y quién tendrá alegría
sin su ayuda que hiere. sin el friso
de una sorpresa sin espacio y su hondo
relieve en fondo oscuro levemente
dorado? Ahora la vida es vida.
Llega el secreto, lo sagrado. Llega
la aventura, la obra, como en danza
desnuda. Es el origen. No me vengas
con sombra y aleteos, ni siquiera
con el temblor del alma. No me vengas
con el misterio de la cobardía,
que nunca hubo en mi cuerpo que no sabe
y da. sal. Toca el tejido en trama
de lino, la hebra cruda. Toca y oye.
Río o puente de salmo. Oye sin huellas
la ceremonia de los horizontes,
el cáliz de los valles, la aridez
encendida y amarga, a cielo abierto,
de tu tierra, la espuma del Cantábrico.
Oye lo que ahora viene, está llegando.
Ya no hay contemplación sino aventura,
quietud y riesgo. Y no me llegues tarde.
es cuando el pensamiento se hace canto
porque es amor. es hora de alabanza.
Hora de ofrenda. Hora de entrega. Hora
de levadura viva. Y a saber
qué libertad, qué pido. Ahora hay que hacer
obra en mano, no en manos en escorzo
de humo de incienso, entre liturgia y dogma.
Ahora hay castigo y delicadeza,
una emoción que salva. ¿Qué distancia
entre necesidad y rezo, entre el amén
y los labios! Se va, se va y no es mía,
no es de nadie, entra y sale a su manera
sin presencia ni ausencia, sin edad,
sin claridad, como el amor del aire.
La oración hace al hombre y no he tenido
una muerte temprana. Qué más da.
¿Dónde aquel bien, aquel fervor en alba?
Abre la cama y dame la medalla.
Antes de que huya el viento del Oeste
hay que salir, hay que salir al mar.


MAREA EN ZARAUTZ

 

¿A qué me llamas tú, esclavo en rebeldía,
si he perdido contigo
mi juventud?
Ahora hay pleamar y el azul verde oscuro
del oleaje en nidos, la honda marejada,
el espacio del alma, el esplendor en curva
de la gravitación,
la lunación y la bonanza al Sur,
la espuma en girasol, el nervio en música
de la estela del cielo,
el no querido amor... ¿A qué me llamas
desde este monte de ladera fértil
con el clima de octubre, como entonces?
El abeto y el roble, el zorzal y la liebre,
el castaño, el laurel,
el tordo pardo, el búho, los hayedos en bruma,
la piedra en sal con huellas,
la mañana y el heno en el establo,
el laboreo de los caseríos...
¿Pero qué hemos perdido?
¿A qué me llamas si ya no hay destino,
si eres testigo de mis años, si eres
testigo olvidadizo? ¿Dónde aquel tiempo ido?
¡Que el viento venidero
sea propicio!
Calma la pleamar y el jadeo, el gemido,
la herida costa a costa, el reflujo muy suave,
casi se van. Como ahora te vas yendo
y no me dejas nunca, vas de vuelo conmigo,
sin rendición, con bienaventuranza,
entre suplicio y fiesta, preso y libre en el canto.
La cruz. La lira.
 
 
Resultado de imagen de galerna

 

GALERNA EN GUETARIA

                         Para Ismael y Flor Aguirre
Cuando buscaba la serenidad
a estas alturas de la vida, desde
las viejas aventuras del espíritu,
sus mareas en lo hondo, de repente
llega este viento duro del Noroeste
y su velocidad en remolinos,
su violencia y su turbulencia,
peligro y asombro y casi ciega,
sin rumbo y giro a giro,
en área de tormenta,
con ruido sordo se oye el temporal
que poco a poco amaina.

Todo se queda como sorprendido,
recién amanecido, en desconcierto,
como si fuera la primera vez.
Y están sonando las campanas ahora
en flor de historia viva.
Y la ropa tendida por las calles
ofrecida y lavada para siempre,
y en cada pliegue, en cada mecimiento
hay emoción de casa.
Y en cada piedra la erosión que da alma
con salitre y con musgo, arena y yodo.
La orfandad sin adiós de las gaviotas
y las alondras de la Eucaristía,
las escamas, las branquias del diablo,
su mirada en la torre. ¿Cómo está sitiada
por el mar, con defensa,
arrecife, escollera;
y las troneras y los calabozos,
el contrabando y la piratería
y el agua de la fuente dando canto
y niñez. ¿Qué es destino?
¿Qué es lo nativo, el cultivo,
con rebeldía y fundación?
Calle arriba y abajo
por cuestas y entre esquinas,
ya en el muelle del puerto,
la lonja en siglos de mercadería
y el olor a cordaje, a brea, a ancla,
piedra a piedra, ola a ola
ahora en la noche clara estoy bebiendo,
estoy cantando con los pescadores.

 

EL CANTO DE LOS

               “But Los dispers’d the clouds...”  William Blake

Esperad un momento. Están llegando
la última vendimia y el comienzo
de la forja. Ya a mediados de otoño
cuando el rocío de la soledad
trastorna mis pisadas, mis sentidos,
y ahora ando con mis pies cojos cuando antes
eran ágiles, casi alegres, sin camino,
muy cerca de los ríos. Y mi canto es como agua
ciega de llama.
El horno del hogar, el caldeo del aire,
el buril, el crisol,
el recocido, fundición, vaciado
del metal, y en el fuego
una revelación dentro del hierro
que se depura y se abre;
la mirada del cobre, las espigas de acero,
los carbones de brezo con temblor de armonía,
la canción de la fragua,
las campanas aquellas de la infancia
y la cintura astuta de las llaves.
Hondo oficio sagrado. Ya no hay hombre con hombre,
cosa con cosa. Yendo de madrugada
olí la flor de viña
entre el nudo y la yema y el sarmiento
muy antes del reposo
invernal. ¿Dónde el vuelo a ala abierta
de la alondra y el mirlo
en la viña recién amanecida?
¿Dónde la cepa ardida y nueva cuando
hay un destello dentro de la uva,
primera luz que salva? Es la alegría,
el baile de vendimia,
el racimo estelar y el cielo entero
en la viña nocturna.

Llego de Luza,
ciudad maldita y vil, muy soleada,
cercana al mar, tan bella, de aire limpio;
ciudad que no merece que la habiten sus hombres
cobardes y traidores, de mirada
temblando de codicia
donde no juegan niños,
las casas secas, las ventanas solas
y las calles sin fe y sin aventura.
Cuando llega el otoño y la luz se estremece
porque espera y va a dar,
se ensimisma y se asombra
en el futuro de lo oscuro, en vivo
fruto. Aunque apenas vea canto ahora
al amor de la lumbre.
Cómo iba fugitivo,
sin destino y sin tiempo
buscando un nuevo nacimiento en vano.
¡Qué blancura infinita! ¿Dónde la primavera?
Ahora me salen las palabras solas,
como respiración. Mi canto es como agua
ciega de llama donde nunca hay muerte
porque él es muerte. Pero yo os convido
al vino de tiniebla, a abrir la puerta
de bronce, de hojas grandes, por la que se entra al día
donde ya no hay ayer.

 
Resultado de imagen de castañas
 
 
A VECES

Y el manantial del arrepentimiento,
leche y alba en secreto que ahora nace
con desventura y gracia, a la intemperie,
cuando el destino, cuando la inocencia,
una sorpresa viva, una promesa
en las orillas de aquel cuerpo ido.
Cómo un momento es la vida entera.
Este momento que no será mío
ni de nadie. Huele a sombra y a heno.
la melodía y la alegría suave
del tacto de castaña en el invierno
que me dan como fruto malherido.
Cuánta distancia y cuánta cercanía.
¡Si el pensamiento fuera lo que se ama!
Para qué recordar aquellos tiempos
cuando la luz no era de puesta nunca
y la vida era vida y no sabía
porque no había nada que saber
sino el temblor del alma sin sentido.
Temblor de manantial algunas veces,
de soledad y entrega, del rocío
y del delirio del cristal nocturno
y del perdón, verdad que no se oye
pero está ahí, en el momento mismo
del cuerpo que se alza y lava y cura
cuando ahora oscurece y se va el día.



Y YA NO HAY VIENTO NI SIQUIERA AIRE

Y ya no hay viento ni siquiera aire.
Alto es el día, más alta la noche,
y hay como esperanza y hay peligro,
la sombra del naranjo que da suerte,
la ilusión que da vida antes del sueño.
Es el sueño traidor y verdadero.
Y vivo el día que ya no es mi día
con un silencio oscuro
y nunca es soledad sino armonía,
con la miseria de cualquier momento,
un amor sin dolor, que poco dura
y la alegría que no tiene tiempo,
el cuerpo sin adiós como ola en cúpula
en los pliegues de sábanas sin muerte.
Y nadie ve los tallos del enebro,
manos de sal y frío y una música
noche adentro muy mía que se abre
y nunca llega. Cuándo. Cuándo. ¿Ahora?
Y ya no hay viento ni siquiera aire.
La lluvia, un pensamiento generoso.

 


SORPRESA

Si ya la sensación no es alegría
sino dolor que desfigura el rostro,
no sólo el alma que va de vacío.
Es cuando el pensamiento se hace canto.
Y si no hay sueño, ¿qué va a haber ahora?
Si yo supiera lo que nunca es mío.
Y cómo luce cualquier cosa, y cómo
se oscurece y se apaga,
casi desaparece
y se vuelve a encender en plaza y vena,
tan cercana y remota al mismo tiempo.
Es la ilusión de la contemplación
siempre en renuevo, primavera y cúpula,
lirio del valle.
Cuando el recuerdo pierde transparencia
y me da compañía y me da herida.
Y a saber qué es vislumbre y qué es certeza.
Las espigas de abril y con qué gracia,
con qué donaire y qué delicadeza
maduran, tiemblan, tan remediadoras.
Va cayendo la tarde y presurosas
se van las nubes sin ocaso, en himno.
¿Dónde la amanecida,
el caballo alazán en las riberas
del río, y los tejados
sin aquellas palomas?
 

 Resultado de imagen de vejez


CUANDO LA VEJEZ

¿Y quién iba a decir que hoy está clara
la vida, tan en claro que no puede
decirse ni siquiera
mirarla a media luz, a medio viento,
con la tersura de la soledad
y el hilo repentino del recuerdo
cuando los años se hacen pesadumbre
y aquellos días de ilusión temprana
ya sin cadencia en lluvia?

Y se alza la verdad de la mañana
sin edad, sin destino,
mientras la calle ya es el son del sueño,
mientras tiembla el andar muy poco a poco
con servidumbre entre música y fe,
las arrugas del agua y la traición del cuerpo
muy lejos ya del pensamiento en vano,
muy lejos de los días y la casa,
la confidencia de la noche dura
entre sábana y alma
y la luz malherida,
alta en la intimidad del frío seco,
la caverna de la desconfianza.

¿Y la calcinación del nogal dulce,
la cera blanca y el membrillo aquel
de juventud? Quién sabe.
¿Dónde la infancia y dónde el mediodía?
Es la revelación de la inocencia,
la rebeldía y la miseria, a oscuras,
el perdón y el olvido
donde aún hay deseo
y desprecio y piedad, un amor nuevo
y una caricia que ya llega y muere:
el desamparo azul. ¿Y qué promesa
ahora?

 

BIBLIOGRAFÍA

Claudio Rodríguez, Aventura, Ed. Facsímil de I. García Jambrina. Tropismos. Salamanca, 2005.