sábado, 21 de noviembre de 2015

CURSOS. LA LITERATURA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX (4)


LA LITERATURA ESPAÑOLA DE POSGUERRA
 
Durante los años cuarenta España vive aislada del resto del mundo y la precariedad económica se deja sentir, mientras que en los cincuenta empieza a salir del aislamiento y forma parte de algunos organismos internacionales. El turismo y la industria favorecen la recuperación económica y aparecen las primeras críticas respecto del poder y la división social entre los vencedores y los vencidos en la recién pasada Guerra Civil.
 
 
La poesía
 
Instaurada la Dictadura de Franco, algunos poetas del 27 (Vicente Aleixandre, Gerardo Diego) permanecieron en el país y otros se exiliaron (Pedro Salinas, Luis Cernuda...), mientras que Federico García Lorca había muerto al principio de la contienda y Miguel Hernández poco después de acabada ésta.

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Las revistas literarias Garcilaso o Escorial dieron a conocer  a poetas que empleaban una lengua más directa y expresiva que la de los del 27, y que trataba de expresar la existencia cotidiana con sentimiento hondo y sincero; son los llamados poetas arraigados. Es el caso de Luis Rosales, que en poemarios como La casa encendida, evoca su infancia granadina: el día del Corpus, la luz de Sierra Nevada, los juegos infantiles con un lenguaje narrativo y sencillo. O el de Leopoldo Panero de Escrito a cada instante, de conmovida espiritualidad y expresión intimista, que canta la realidad de la tierra y del hombre con sentida ternura. Éstos y otros poetas (Ridruejo, García Nieto) formaron el grupo  Juventud creadora y valoraron las formas clásicas como el soneto y cultivan los temas universales de Dios el amor y la patria.
 
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Al lado de esta poesía arraigada hubo otra de tono opuesto, trágico y existencial, que siguió los postulados de Hijos de la ira, de D. Alonso. Los poetas desarraigados escribieron en revistas como Espadaña o  Proel con un estilo coloquial y a veces tremendista, empleando el verso libre sobre todo, aunque sin abandonar el soneto. Entre ellos sobresalieron Victoriano Crémer (1906-2009), que en libros como Nuevos cantos de vida y esperanza expresa la angustia del hombre ante su destino o el dolor de los más humildes con un lenguaje agresivo y apasionado. O el José Hierro (1922-2002) de Tierra sin nosotros donde expresa, entre otras cosas, el valor de la existencia humana ante la dolorida conciencia del paso del tiempo con un lenguaje transparente y una métrica desprovista de retoricismo.
Veamos una muestra de cada uno de ellos:
Canto total a España, de Crémer

"Más que verte, sentirte en las entrañas
y asistir al galope de tu voz en mis venas,
y rehogar el alma en tu aceite y tu lumbre
mientras los dientes mascan tu resollar de tierra.
Pero no basta tu nombre, aunque me azote
como un bosque de espadas violentas;
ni tu aliento abrasado, aunque derrumbe
mis tristes huesos de arena.
Que tu nombre, o tu aliento, o tu mirada
caminos son que al corazón te llegan;
partes crujientes de tu ser más hondo,
sosegados perfiles que te muestran.
(Así el redondo son, lejano y tímido,
no es la campana misma, ni la fiesta;
sino tu voz tan sólo,
su musical presencia).
Te necesito a ti España, toda;
cuarzo gigante, macizo bosque o piedra;
cielo total de corazones
en pena.
Te necesito España
unánime y entera
como el clamor del viento
sobre la mar inmensa.
No España tuya o mía.
¡España nuestra!
Geografía íntegra, trasvasada en halago
de materna entereza.
Porque todos son hijos de tu carne y tu sangre,
sueños de tu vigilia, cuchillos de tu vela..."

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Armonía, de José Hierro

Quise tocar el gozo primitivo,
batir mis alas, trasponer la linde
y volver, al origen, desde el fin de
mi juventud, para sentirme vivo.
Quise reverdecer el viejo olivo
de la paz, pero el alma se me rinde.
¿Quién es sin su dolor? ¿Quién que no brinde,
sin pena, su ayer libre a su hoy cautivo?
Y ¿quién se adueñará de la armonía
universal, si rompe, nota a nota,
grano a grano, el racimo, los acordes?
¿Quién se olvida que es cuna y tumba, día
y noche, honda raíz y flor que brota,
luz, sombra, vida y muerte hasta los bordes?"
 
Finalmente, en los años cincuenta esta poesía de tono existencial evolucionó hacia lo social, en que lo que importaba era expresar la solidaridad con los otros. Los dos poetas más importantes de esta tendencia fueron:
Gabriel Celaya (1911-1991), de Hernani (Guipúzcoa), que en poemarios como Tranquilamente hablando o De claro en claro expresa con un lenguaje directo, lindando con el prosaísmo, su generosidad y solidaridad con el alma colectiva.
Un ejemplo:
Despedida

"Quizás, cuando me muera,
dirán: Era un poeta.
Y el mundo, siempre bello, brillará sin conciencia.
Quizás tú no recuerdes
quién fui, mas en ti suenen
los anónimos versos que un día puse en ciernes.
Quizás no quede nada
de mí, ni una palabra,
ni una de estas palabras que hoy sueño en el mañana.
Pero visto o no visto,
pero dicho o no dicho,
yo estaré en vuestra sombra, ¡oh hermosamente vivos!
Yo seguiré siguiendo,
yo seguiré muriendo,
seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto."


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Y Blas de Otero (1916-1979), de Bilbao, que, tras estudiar Derecho en Madrid, se dedicó a la enseñanza, aunque pronto la dejó para dedicarse a la poesía y dar conferencias. Viajó por toda España y vivió por temporadas en Francia, Rusia, Cuba... En su poesía se resumen la sucesivas tendencias de la lírica contemporánea española, aunque su principal característica es el desarraigo frente a la aceptación conformista de otros poetas coetáneos. Entre sus libros destacan Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia, que hablan de sus inquietudes existenciales y religiosas con un lenguaje bronco y dramático y  estrofas, clásicas (sonetos, romances...), aunque cultivó también versos blancos. O Pido la paz y la palabra, donde los temas, claramente sociales (fe en la solidaridad humana, entre otros), han desplazado la angustia existencial anterior.
He aquí un soneto suyo:

"Estos sonetos son los que yo entrego
plumas de luz al aire en desvarío;
cárceles de mi sueño; ardiente río
donde la angustia de ser hombre anego.
Lenguas de Dios, preguntas son de fuego
que nadie supo responder. Vacío
silencio. Yerto mar. Soneto mío,
que así acompañas a mi palpar de ciego.
Manos de Dios hundidas en mi muerte.
Carne son donde el alma se hace llanto.
Verte un momento, oh Dios, después no verte.
Llambria y cantil de soledad. Quebranto
del ansia, ciega luz. Quiero tenerte,
y no sé dónde estás. Por eso canto."
 
 
 
La novela
 
En 1942 apareció La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, que originó la llamada novela tremendista, cuya temática recoge la realidad miserable y cruda de la posguerra. Posee un lenguaje directo y sencillo, unas veces perteneciente a un sector deprimido de la sociedad (caso del Pascual de Cela), y otras a gente que busca sin más abrirse paso en la vida, como la estudiante Andrea, de Nada, novela con que Carmen Laforet obtuvo el Nadal de 1944. En ambos casos, la historia está contada en primera persona: la de Cela a modo de memorias, y la de Laforet con datos autobiográficos.
 
En los cincuenta la novela sigue una línea realista, en la que los temas abarcan toda la sociedad española, desde la vida rural hasta la urbana pasando por el mundo industrial y los problemas que se derivan de él. Emplea una técnica narrativa sencilla y un lenguaje sin complicaciones para llegar mejor al gran público. Autores como Sánchez Ferlosio, Delibes o Ana Mª Matute pertenecen a esta tendencia, que enseguida desembocó en el realismo social, cuyos asuntos insisten en el mundo de los barrios de las grandes ciudades, el trabajo rural y los obreros. López Pacheco, con Central eléctrica, o García Hortelano con Nuevas amistades, son dos buenos ejemplos.
Paralelamente a la producción novelística que se da a conocer en España en ese momento, los novelistas exiliados siguen publicando obras como Campo cerrado (Max Aub) o Réquiem por un campesino español (R. J. Sender).
 
 Galería de novelistas

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Camilo José Cela (1916-2002), coruñés, funcionario, terminó dedicándose a la literatura tras el éxito conseguido con  La familia de Pascual Duarte, novela que corresponde, como queda dicho, a su etapa tremendista y llena de crímenes, con  personajes de escaso coeficiente intelectual y un lenguaje bronco, crudo y pesimista. Con La colmena comienza el realismo social e implanta novedades técnicas como la del personaje colectivo, ausencia de argumento o reducción temporal; la temática, variada, trata la insolidaridad, la pobreza del pueblo de Madrid durante la posguerra, la impotencia del hombre ante su destino, etc. Finalmente, Cela hace incursiones en el experimentalismo en la década siguiente con títulos como San Camilo 1936, que no pasa de ser un monólogo interior grotesco sin pies ni cabeza. Recibió el Premio Nobel en 1989.
Leamos un fragmento de su novela La familia de Pascual Duarte:
"Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquellos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya.
Nací hace ya muchos años -lo menos cincuenta y cinco- en un pueblo perdido por la provincia de Badajoz; el pueblo estaba a unas dos leguas de Almendralejo, agachado sobre una carretera lisa y larga como un día sin pan, lisa y larga como los días -de una lisura y una largura como usted para su bien, no puede ni figurarse- de un condenado a muerte.
Era un pueblo caliente y soleado, bastante rico en olivos y guarros (con perdón), con las casas pintadas tan blancas, que aún me duele la vista al recordarlas, con una plaza toda de losas, con una hermosa fuente de tres caños en medio de la plaza. Hacía ya varios años, cuando del pueblo salí, que no manaba el agua de las bocas y sin embargo, ¡qué airosa!, ¡qué elegante!, nos parecía a todos la fuente con su remate figurando un niño desnudo, con su bañera toda rizada al borde como las conchas de los romeros. En la plaza estaba el ayuntamiento que era grande y cuadrado como un cajón de tabaco, con una torre en medio, y en la torre un reloj, blanco como una hostia, parado siempre en las nueve como si el pueblo no necesitase de su servicio, sino sólo de su adorno."
 
 
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Miguel Delibes (1920-2010), vallisoletano, licenciado en Derecho y en Intendencia mercantil, director de El Norte de Castilla y miembro de la RAE.  Se dio a conocer con La sombra del ciprés es alargada, con la que obtuvo el premio Nadal. Entre las novelas de su primera etapa destacan: El camino, la vida contada por un adolescente, Daniel el Mochuelo, antes de irse a la ciudad para hacerse un hombre de provecho, o Diario de un cazador, en la que los pormenores cotidianos y humanos de la vida de la caza son contados por Lorenzo, bedel de un centro de enseñanza. En Cinco horas con Mario Delibes da un giro hacia la experimentación narrativa, donde destaca el lenguaje (un largo monólogo de Carmen ante su marido muerto, lleno de resentimiento hacia el difunto, y utilizado para mostrar la psicología del alma femenina). El lenguaje que emplea Delibes es el castellano castizo, de transparencia clásica y honrada sinceridad con el que sabe llegar a todos los lectores. La adjetivación exacta, la opinión mesurada y su amor por la vida sencilla, en contra del mundo alienante del progreso mal entendido, convierten a Delibes en un autor de familia. Lo avalan premios como el Nacional de Literatura o el Cervantes, entre otros.
Leamos un fragmento de su novela El camino:

"Daniel, el Mochuelo, no se cansaba nunca de ver a Paco, el herrero, dominando el hierro en la fragua. Le embelesaban aquellos antebrazos gruesos como troncos de árboles, cubiertos de un vello espeso y rojizo, erizados de músculos y de nervios. Seguramente Paco, el herrero, levantaría la cómoda de su habitación con uno solo de sus imponentes brazos y sin resentirse. Y de su tórax, ¿qué? Con frecuencia el herrero trabajaba en camiseta y su pecho hercúleo subía y bajaba, al respirar, como si fuera el de un elefante herido. Esto era un hombre. Y no Ramón, el hijo del boticario, emperejilado y tieso y pálido como una muchacha mórbida y presumida. Si esto era progreso, él, decididamente, no quería progresar. Por su parte, se conformaba con tener una pareja de vacas, una pequeña quesería y el insignificante huerto de la trasera de su casa. No pedía más. Los días laborables fabricaría quesos, como su padre, y los domingos se entretendría con la escopeta, o se iría al río a pescar truchas o a echar una partida al corro de bolos.
La idea de la marcha desazonaba a Daniel, el Mochuelo. Por la grieta del suelo se filtraba la luz de la planta baja y el haz luminoso se posaba en e techo con una fijeza obsesiva. Habrían de pasar tres meses sin ver aquel hilo fosforescente y sin oír los movimientos quedos de su madre en las faenas domésticas; o los gruñidos ásperos y secos de su padre, siempre malhumorado; o sin respirar aquella atmósfera densa, que se adentraba ahora por la ventana abierta, hecha de aromas de heno recién segado y de resecas boñigas. Dios mío, qué largos eran tres meses!"

 
 
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Ana maría Matute (1925-2014), barcelonesa, académica de la lengua y poseedora de los premios literarios más importantes de nuestro país, como el Nadal, el Planeta, el Nacional de Literatura o el premio Cervantes en 2010, escribió gran cantidad de novelas, entre las que sobresalen Los Abel, Fiesta al Noroeste, Pequeño teatro, Los soldados lloran de noche o Primera memoria. También cuenta en su haber con libros de relatos y cuentos, algunos de cuyos títulos son El río, Los niños tontos, El árbol de oro o La Virgen de Antioquía y otros relatos.  Su prosa  se distingue por utilizar un lenguaje sencillo y directo y en muchas ocasiones altamente lírico.
Leamos un fragmento de Primera memoria:

"Mi abuela tenía el pelo blanco, en una ola encrespada sobre la frente, que le daba cierto aire colérico. Llevaba casi siempre un bastoncillo de bambú con puño de oro, que no le hacía ninguna falta, porque era firme como un caballo. Repasando antiguas fotografías creo descubrir en aquella cara espesa, maciza y blanca, en aquellos ojos grises bordeados por un círculo ahumado, un resplandor de Borja y aún de mí. Supongo que Borja heredó su gallardía, su falta absoluta de piedad. Yo, tal vez, esta gran tristeza.
"Las manos de mi abuela, huesudas y de nudillos salientes, no carentes de belleza, estaban salpicadas de manchas color café. En el índice y anular de la derecha le bailaban dos enormes brillantes sucios. Después de las comidas arrastraba su mecedora hasta la ventana de su gabinete (la calígine, el viento abrasado y húmedo desgarrándose en las pitas, o empujando las hojas castañas bajo los almendros; las hinchadas nubes de plomo borrando el brillo verde del mar). Y desde allí, con sus viejos prismáticos de teatro incrustados de zafiros falsos, escudriñaba las casas blancas del declive, donde habitaban los colonos."
 
 

 
                         El teatro
 
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El teatro de los cuarenta y cincuenta presentó principalmente tres tendencias: el de humor, que evitó el recuerdo doloroso de la contienda con tonos disparatados, lindantes con el absurdo, y en el que destacaron especialmente Enrique Jardiel Poncela (1901-1952), cuyos personajes poco comunes, situaciones inverosímiles y diálogos trabajados intentan criticar las costumbres de la sociedad, en obras como Un marido de ida y vuelta o Eloísa está debajo de un almendro; y Miguel Mihura (1905-1977), que en títulos tan celebrados como Ninette y un señor de Murcia o Tres sombreros de copa muestra franca ternura por las personas marginales en una sociedad convencional e hipócrita, empleando un lenguaje lleno de lirismo y de  ingenio.
He aquí un fragmento de Eloísa está debajo de un almendro:

"AMIGO.—Eso, desde luego. Como que después de un día viene otro, y Dios aprieta, pero no ahoga.
MARIDO.—¡Ahí le duele! Claro que agua pasá no mueve molino, pero yo me asocié con el Melecio por aquello de que más ven cuatro ojos que dos y porque lo que uno no piensa al otro se le ocurre. Pero de casta le viene al galgo el ser rabilargo; el padre de Melecio siempre ha sido de los que quítate tu pa ponerme yo, y de tal palo tal astilla, y genio y figura hasta la sepultura. Total: que el tal Melecio empezó a asomar la oreja, y yo a darme cuenta, porque por el humo se sabe dónde está el fuego.
AMIGO.—Que lo que ca uno vale a la cara le sale.
SEÑORA.—Y que antes se pilla a un embustero que a un cojo.
MARIDO.—Eso es. Y como no hay que olvidar que de fuera vendrá quien de casa te echará, yo me dije, digo: «Hasta aquí hemos llegao; se acabó lo que se daba; tanto va el cántaro a la fuente, que al fin se rompe; ca uno en su casa y Dios en la de tos; y a mal tiempo buena cara, y pa luego es tarde, que reirá mejor el que ría el último.
SEÑORA.—Y los malos ratos, pasarlos pronto.
MARIDO.—¡Cabal! Conque le abordé al Melecio, porque los hombres hablando se entienden, y le dije: «Las cosas claras y el chocolate espeso: esto pasa de castaño oscuro, así que cruz y raya, y tú por un lao y yo por otro; ahí te quedas, mundo amargo, y si te he visto, no me acuerdo». Y ¿qué le parece que hizo él?
AMIGO.—¿El qué?
MARIDO.—Pues contestarme con un refrán.
AMIGO.—¿Que le contestó a usté con un refrán?
MARIDO.—(Indignado.) ¡Con un refrán!
SEÑORA.—(Más indignada aún.) ¡Con un refrán, señor Eloy!
AMIGO.—¡Ay, qué tío más cínico!
MARIDO.—¿Qué le parece?
SEÑORA.—¿Será sinvergüenza?
AMIGO.—¡Hombre, ese tío es un canalla, capaz de to! (Siguen hablando aparte.)
MUCHACHA 2.ª—(A la Muchacha 1.°) Pues di que has encontrao una perla blanca, chica...
MUCHACHA 1.ª—La verdá...; no es oro to lo que reluce, ¿sabes? Tie un defezto muy feo.
MUCHACHA 2.ª—Mujer, algún defezto había de tener el hombre. ¿Y qué le ocurre?
 MUCHACHA 1.ª—Que es de lo más sucio y de lo más desastrao.
MUCHACHA 2.ª—Bueno; pero eso con paciencia y asperón...
MUCHACHA 1.ª—Tratándose de Felipe, no basta. Porque tú no te pues formar una idea de lo cochinísimo que es. En los últimos Carnavales, pa disfrazarse, se puso un cuello limpio y no le conoció nadie.
MUCHACHA 2.ª—¡Qué barbaridad! (Siguen hablando aparte.)
JOVEN 2.°—(Al Joven 1.°) Pues, hombre, levántate con tiento, sube el brazo de la butaca y pon a tu padre apaisao.
JOVEN 1.°—Oye: me has dao una idea... (Se levanta procurando no despertar al Dormido, sube el brazo intermedio de la butaca y tumba en los dos asientos al Dormido.) Así, apaisao, tan ricamente.
JOVEN 2.°—¿No lo ves? (Dándole un cigarrillo y quedándose él con otro.) Y ahora, nosotros, a echar humo. Toma. (Van ambos hacia la puerta del foro, donde encienden los cigarrillos.)
SEÑORA.—(Al Amigo, refiriéndose al Marido.) Que éste es muy confiao con to el mundo...
MARIDO.—(Al Amigo.) Pero, hombre, señor Eloy, un tipo como el Melecio, que lo conozco desde chico y que si no le tuve en las rodillas fue por no desplancharme el pantalón...
AMIGO.—Sí, sí... Pues ya ve usted. (Siguen hablando aparte.)
NOVIO.—(A la Novia, siempre a través del pasillo.) La cuestión es que puedas salir mañana domingo.
NOVIA.—Probaré a ver."
 
 La comedia burguesa, que siguió la línea de la alta comedia de Benavente, y fue un teatro caracterizado por defender los valores tradicionales de entonces o por el cuidado de los diálogos y la estructura escénica, con alguna que otra innovación formal; en él sobresalieron por ejemplo José López Rubio (1903-1996), autor, entre otras obras, de Nunca es tardeCelos del aire, que es una comedia bien construida y escrita con un lenguaje donde prevalecen la sutil ironía y un selecto humorismo, o Joaquín Calvo Sotelo (1905-1993), que en La muralla o La visita que no tocó el timbre, entre otras, cultiva un teatro humanista y con tesis ideológicas (en este caso, la restitución de lo robado), que en ocasiones son políticas.

Finalmente, se dio un tipo de teatro más serio y preocupado por temas existenciales y sociales, cuyos máximos representantes fueron:
Alfonso Sastre (1926), madrileño, se licenció en Filosofía y Letras; luchó toda su vida contra el teatro burgués y restauró el drama crítico con fuertes dosis sociales y políticas, cosa que impidió que muchas de sus obras subieran a los escenarios. Entre sus títulos destacan especialmente Escuadra hacia la muerte, cuya acción se desarrolla en el frente alemán entre los componentes que forman la escuadra de castigo, encargada de detener el mayor tiempo posible el avance enemigo; finalmente, la escuadra se rebela contra su jefe y el grupo de castigo se disuelve. O Muerte en el barrio, donde un grupo de gente mata a un médico que ha causado la muerte de un niño por negligencia, y el policía encargado de resolver el caso aprueba lo ocurrido. Con este tipo de obras intentó despertar las conciencias dormidas de sus contemporáneos.
 
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Antonio Buero Vallejo, de Guadalajara, estudió Bellas Artes en Madrid; se alistó en el ejército republicano y al final de la Guerra fue condenado a muerte, aunque se le conmutó la pena por treinta años de cárcel (por esta época nació su vocación por el teatro; fue miembro de la RAE y mereció importantes premios por su labor literaria (el Lope de Vega de teatro o el Cervantes por toda su obra)
Con el estreno de su Historia de una escalera se abrió en España una corriente dramática de tipo realista que abarcaba tanto temas sociales como políticos. En otras obras, como El tragaluz, son patentes las referencias a las secuelas dejadas por la Guerra en una familia española (la muerte de la niña por falta de alimento, la miseria, la depuración del padre...). También escribió dramas históricos, como Un soñador para un pueblo (sobre Esquilache, ministro de Carlos III y el famoso motín que provocaron en el pueblo sus drásticas medidas). Antonio Buero Vallejo es un dramaturgo que emplea la tragedia para pintar el alma española desde un punto de vista existencial, social, político e histórico, y mostrar de paso sus propias inquietudes personales, tan marcadas por la política española.
Léase el comienzo de Historia de una escalera:

"FERNANDO.- Carmina...
CARMINA.- Déjeme...
FERNANDO.- No, Carmina. Me huyes constantemente y esta vez tienes que escucharme.
CARMINA.- Por favor, Fernando... ¡Suélteme!
FERNANDO.- Cuando éramos niños nos tuteábamos... ¿Por qué no me tuteas ahora? (Pausa.) ¿Ya no te acuerdas de aquel tiempo? Yo era tu novio y tú eras mi novia... Mi novia... Y nos sentábamos aquí (Señalando a los peldaños), en ese escalón, cansados de jugar..., a seguir jugando a los novios.
CARMINA.- Cállese.
FERNANDO.- Entonces tú me tuteabas y... me querías.
CARMINA.- Era una niña... Ya no me acuerdo.
FERNANDO.- Eras una mujercita preciosa. Y sigues siéndolo. Y no puedes haber olvidado. ¡Yo no he olvidado! Carmina, aquel tiempo es el único recuerdo maravilloso que conservo, en medio de la sordidez en que vivimos. Y quería decirte... que siempre... has sido para mí lo que eras antes.
CARMINA.- ¡No te burles de mí!
FERNANDO. ¡Te lo juro!
CARMINA.- ¿Y de todas... esas con quien has paseado y... has besado?
FERNANDO.- Tienes razón. Comprendo que no me creas. Pero un hombre... Es muy difícil de explicar. A ti,  precisamente, no podía hablarte..., ni besarte... ¡Porque te quería, te quería y te quiero!
CARMINA.- No puedo creerte.
(Intenta marcharse.)
FERNANDO.- No, no. Te lo suplico. No te marches. Es preciso que me oigas... y que me creas. Ven. (La lleva al primer peldaño.) Como entonces."


Dos textos antológícos:

 "Poco después de amanecer, el Nini se asomó a la boca de la cueva y contempló la nube de cuervos reunidos en consejo. Los tres chopos desmochados de la ribera cubiertos de pajarracos, parecían tres paraguas cerrados con las puntas hacia el cielo. Las tierras bajas de don Antero, el Poderoso, negreaban en la distancia como una extensa tizonera.
La perra se enredó en las piernas del niño y él le acarició el lomo a contrapelo, con el sucio pie desnudo, sin mirarla; luego bostezó, estiró los brazos y levantó los ojos al lejano cielo arrasado:
--El tiempo se pone de helada, Fa. El domingo iremos a cazar ratas-- dijo.
La perra agitó nerviosamente el rabo cercenado y fijó en el niño sus vivaces pupilas amarillentas. Los párpados de la perra estaban hinchados y sin pelo; los perros de su condición rara vez llegaban a adultos conservando los ojos; solían dejarlos entre la maleza del arroyo, acribillados por los abrojos, los zaragüelles y la corregüela.
El tío Ratero rebulló dentro, en las pajas, y la perra, al oírle, ladró dos veces y, entonces, el bando de cuervos se alzó perezosamente del suelo en un vuelo reposado y profundo, acompasado por una algarabía de graznidos siniestros. Únicamente un grajo permaneció inmóvil sobre los pardos terrones y el niño, al divisarle, corrió hacia él, zigzagueando por los surcos pesados de humedad, esquivando el acoso de la perra que ladraba a su lado. Al levantar la ballesta para liberar el cadáver del pájaro, el Nini observó la espiga de avena intacta y, entonces, la desbarató entre sus pequeños, nervioso dedos, y los granos se desparramaron sobre la tierra."           
(Las ratas, de M. Delibes)
 
"PAULA.- ¿Antonini?
DIONISIO.- Sí, Antonini. Es muy fácil. Antonini. Con dos enes...
PAULA.- No recuerdo. ¿Hace usted malabares?
DIONISIO.- Sí. Claro. Hago malabares.
BUBY.- ( Dentro.) ¡Abre!
PAULA.- ¡No! (Se dirige a Dionisio.) ¿Ensaya usted?
DIONISIO.- Sí. Ensayaba.
PAULA.- ¿Hace usted solo el número?
DIONISIO.- Sí. Claro. Yo hago solo el número. Como mis papás se murieron, pues claro...
PAULA.- ¿Sus padres también eran artistas?
DIONISIO.- Sí. Claro. Mi padre era comandante de infantería. Digo, no.
PAULA.- ¿Era militar?
DIONISIO.- Era militar. Pero muy poco. Casi nada. Cuando se aburría solamente. Lo que más hacía era tragarse el sable. Le gustaba mucho tragarse su sable. Pero claro, eso les gusta a todos.
PAULA.- Es verdad... Eso les gusta a todos... ¿Entonces, todos en su familia, han sido artistas de circo?
DIONISIO.- Sí. Todos. Menos la abuelita. Como estaba tan vieja, no servía. Se caía siempre del caballo... Y todo el día se pasaban los dos discutiendo...
PAULA.- ¿El caballo y la abuelita?
DIONISIO.- Sí. Los dos tenían un genio terrible... Pero el caballo decía muchas más picardías..."
(Tres sombreros de copa, de M. Mihura)



TEXTO COMENTADO de  Lo eterno, de Blas de Otero
"Sólo el hombre está solo. Es que se sabe
vivo y mortal. Es que se sabe huir
--ese río del tiempo hacia la muerte--.
Es que quiere quedar. Seguir siendo,
subir, a contra muerte, hasta lo eterno.     5
 
Le da miedo mirar. Cierra los ojos
para dormir el sueño de los vivos.
Pero la muerte, desde dentro, ve.
Pero la muerte, desde dentro, vela.
Pero la muerte, desde dentro, mata."         10
 
 
SITUACIÓN
En la lírica de la posguerra Blas de Otero representa la tendencia desarraigada, opuesta a la conformista; al lado de los temas religiosos y profundamente humanos aparecen los sociales y políticos; de ahí que sirva de referencia a posteriores generaciones de poetas, desde la de Claudio Rodríguez  y Ángel González hasta la de los últimos nombres. En cuanto al poema que comentamos, se encuentra al principio de Ángel fieramente humano, libro que con Redoble de conciencia forman el núcleo esencial de la primera época del autor. Después vendrían otros, como Pido la paz y la palabra, En castellano, Que trata de España... Al poeta más que la poesía en sí, le interesa la vida y por eso sus versos, vitales, expresan la vida y al hombre y están escritos para despertar la conciencia humana y hacer creer en el hombre, en la paz y en la patria.
 
CONTENIDO
El poema recoge lo que de eterno hay en el hombre, pese a que sabe que está solo y que su vida es un paso hacia la muerte. Ese deseo de eternidad es una vacuna contra la muerte; quiere quedarse, seguir siendo el hombre que es y existiendo en medio de la vida. Vemos en esta inquietud existencial de Otero, la misma inquietud vital de otro bilbaíno, del noventayochista Unamuno, su mentor en muchas ocasiones. Le da miedo mirar alrededor porque todo le recuerda que es mortal, tiempo en manos del tiempo. Por eso cierra los ojos para seguir soñando el sueño de los vivos, que es no querer morir nunca. Pero eso sólo es una mentira piadosa que se cuenta a sí mismo. Porque sabe que la muerte tarde o temprano le hará suyo. El hombre está solo, es vivo y mortal: esas son las tres notas que  caracterizan la esencia humana.
 
ANÁLISIS
Son diez versos endecasílabos blancos (el cuarto tiene diez sílabas). El primer verso anuncia la verdad existencial del hombre, su soledad. El juego de esos dos "solo" (epanadiplosis), uno con acento (solamente) y otro sin él (único, solitario) la confirma. La inquietud insistente del hombre solo, vivo y mortal y su deseo de vivir siempre se intensifica con la anáfora o repetición de la expresión "Es que..." en los versos 1, 2 (también paralelismo: "Es que se sabe...") y 4. La clásica metáfora del río hacia la muerte (verso 3) resume su situación vital. Por otro lado, el deseo de permanencia y, por tanto llegar a ser eterno, queda perfectamente reflejado por la perífrasis durativa del verso 4 y las construcciones de infinitivo que la acompañan. Intensificado por el juego de la frase hecha, "a contra corriente", aquí transformada por "a contra muerte". Los versos 6 y 7 insisten en la idea del sueño de los vivos, creerse eternos. Pero los tres versos últimos, ejemplo perfecto de paralelismo, se encargan de recordarle insistentemente que la muerte está dentro de cada uno de nosotros y que gradualmente nos ve, nos vigila y, finalmente, nos mata.
 
CONCLUSIÓN
El tema de la mortalidad del hombre, asunto que siempre ha inquietado a los grandes poetas de todos los tiempos, Otero lo trata en esta lacónica pero sentenciosa composición poética con la forma y expresión que él mejor domina: el empleo del endecasílabo, repeticiones, contrastes, juegos de palabras y, en especial, la metáfora aprendida en Manrique: "nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar/, que es el morir", y que él, magistralmente resume en el verso "ese río del tiempo hacia la muerte."