viernes, 11 de noviembre de 2016

ADIÓS AL DRAMATURGO FRANCISCO NIEVA



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Ayer nos dejó el dramaturgo español Francisco Nieva, que también fue narrador, ensayista y dibujante. Había nacido en Valdepeñas, Ciudad Real, el 29 de diciembre de 1924. Muy pronto marchó a Madrid para estudiar Pintura, y, compaginando esta actividad con la de comediógrafo, se abrió paso en la vida artístico-literaria del Postismo junto a escritores como Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro o Ángel Crespo. Viajó por toda Europa y, una vez afincado en Madrid, se entregó de lleno a su trabajo de ensayista, narrador, escenógrafo y autor dramático. Como ensayista, se le deben libros como El reino de nadie (colección de artículos periodísticos). Escribió también novelas (Granada de las mil noches, La llama vestida de negro) y relatos (Carne de murciélago, Argumentario clásico). En cuanto a labor de escenógrafo, la empezó junto a José Luis Alonso (El rey se muere, de Ionesco) y siguió con Marsillach (Pigmalión de George Bernard Shaw y Después de la caída de Arthur Miller); después trabajó solo en las escenografías de obras como La dama duende de Pedro Calderón de la Barca, El zapato de raso de Paul Claudel o El burlador de Sevilla de Tirso de Molina. Pero lo que le dio verdadera fama en el mundo de la literatura fue la creación de sus propias piezas dramáticas, que se cuentan por docenas y de las que destacamos las siguientes: La carroza de plomo candente (1972), que se estrenó en 1976, Nosferatu (1975), que se estrenó en 1993, Corazón de arpía (1987), estrenada en 1989, Los españoles bajo tierra, escrita en 1988 y estrenada en 1992, o Manuscrito encontrado en Zaragoza (1991), estrenada en 2003.
       Fue académico de la Lengua y recibió numerosos premios a lo largo de su extensa carrera literaria, como el Álvarez Quintero de teatro de la Real Academia Española, el Nacional de Teatro en dos ocasiones, el de la Crítica o el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1992.

          Como muestra de su buen quehacer teatral, incluimos aquí un fragmento de su obra Nosferatu:

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“El agonizante.  Mi hora ha llegado, pobre de mí. De esta forma me veo por andar tras el amor. Maldita vida de pelo y de sombra, maldita brecha de la tuberculosis y el crimen. Pero ya es tarde. Aquí se detiene la muerte con su carro y me hace señas de que todo ha terminado. Despatárrate, ojerosa, y trágame entero en el lago de orines. Te lo digo y lo repito: eres una tía abominable.
La aurora.  Te equivocas, moribundo. No soy la muerte, sino la Aurora. No me insultes y escúchame. Estás en trance de ver lo nunca visto en los últimos minutos de cine rayado y parpadeante. Yo te pienso socorrer. Mucho me extraña que me desconozcas. Cuántas veces nos hemos cruzado en el camino, yo de ida y tú de vuelta, de tus infames correrías, con el sexo desangelado y en las antípodas del entusiasmo. Eres un ruin, que sólo vive de aspirinas y de mala poesía modernista, un desperdicio de estos tiempos. Nunca has tenido para mí un saludo cortés, como el de algunos condes que salen del baile. A pesar de que no me faltan atractivos. Mírame, criatura, de una vez con buenos ojos y observa este fresco descote, este rocibrillo de mi pelo y estos brazos de escarcha...

(Se descubre muy aputañada de actitud.)

El agonizante.  ¡Pst! No estás mal, pero te caes de inoportuna. Me estoy muriendo. De nada sirve que vengas con reproches en momento tan grave. No vengas ahora a turbarme con exhibiciones tan fuera de lugar.
La aurora.  ¿Qué estás diciendo? Dame las gracias por tu suerte. Vengo dispuesta a salvarte. Eres de los que a mí me gustan. Nada menos que periodista, morenito y febril; un elegido sinvergüenza, espuma de las madrugadas. La Muerte se ha entretenido en preparar un ataque masivo para confundir a Europa. Desde aquí la veo dando órdenes contradictorias, levantando estandartes de duelo y animando con una corneta emponzoñada sus tropas al asalto. ¡Menuda es la que se avecina! No te demores, amor mío, arranca de tu pecho ese puñal y álzate hasta mi carro. Anda, que te voy a servir un café que te va a dar una mañana de recién casado.
El agonizante. (Haciendo un esfuerzo.) Imposible, no puedo.
La aurora.  Yo te lo mando. Arranca con tiento ese puñal y agarra la escala que desde aquí te arrojo. ¡Animo, chico! Tengo una carne, entre rosa y ceniza, que te va a devolver la vida.
El agonizante.  ¡Oh, qué luz de esperanza! No sé si sueño o la espicho. ¡Ayudadme, fuerzas! ¡Espérame, Aurora!
La aurora.  (Viéndole ascender por la escala.) ¡Cuidado! Mira bien dónde pones el pie.
El agonizante.  (Con grandes esfuerzos, se alza hasta el carro y entra en él.) ¡Qué delicia! ¡Vaya un vehículo de marca! Parece el rincón de un casino. Estas cosas que me ocurren no parecen verosímiles. Aquí debe haber algún simbolismo oculto.
La aurora.  Pronto lo descubrirás, papanatas. Arrímate y ve apartando velos. Mientras yo palpo el hueso de tus brazos, insúltame y llámame puta mañanera.
El agonizante.  Ya he dado con otra viciosa, no tengo escapatoria.”