lunes, 26 de mayo de 2014

VENCER EL INSOMNIO (I)








UNO

El profesor jubilado Sebastián Celada regresó de su viaje a Italia con un deseo imperioso: cambiar lo antes posible su modo de vida. Y lo primero que hizo fue ir a ver al policía Antonio Hernández para hablar de su caso.
Tras charlar con el agente dos largas horas y darle las gracias por su extensa y pormenorizada información, volvió a hacer las maletas, esta vez para retirarse a El Pinar, que tantos recuerdos le traía. Allí, visitando diariamente el SPA del Marestío, hotel donde se había alojado, vigilando estrechamente la dieta alimenticia y efectuando largos paseos por la orilla del mar, se puso a escribir la historia que llevaba en la cabeza.
Dedicó una semana y dos días a escribir la primera redacción de la historia, en sesiones matinales de cuatro horas seguidas alternando de vez en cuando la escritura con la bebida de agua embotellada y zumos de frutas. Las tardes las destinaba al SPA y a caminar de un extremo a otro de la playa por la orilla del mar.
La segunda y definitiva redacción la llevó a cabo enteramente en Barcelona, parando solamente para comer a mediodía y caminar cuando el sol se retiraba de las azoteas más altas y la luz natural ya no le alumbraba lo suficiente para ver las teclas del portátil. Para entonces ya había descubierto que por fin había dejado atrás su engorrosa enfermedad.
Tres meses más tarde, la obra aparecía en los escaparates de las grandes librerías de la ciudad condal. El éxito de público había sido total, y grandes colas de lectores esperaban que el autor les firmara un ejemplar. Uno de los últimos días de firmas en El Corte Inglés a finales de una tarde soleada, se acercó a la mesa del autor de moda una mujer de edad madura para que le firmara el libro.
--¿Qué nombre pongo?—preguntó Sebastián sin levantar la vista y con la pluma sobrevolando la primera página del ejemplar abierto.
--Amalia Sanjuán.
El escritor levantó la vista sorprendido al reconocer la voz de la recién llegada. Le sonrió cohibido y la mujer le respondió con otra sonrisa.
--Creí que no te ibas a acordar de mí—dijo sin dejar que la sonrisa cayera de sus labios--. Después de tanto tiempo...
--Sí, mucho tiempo—dijo Sebastián--. Pero aun así, nunca te he olvidado. Oye, ya que no queda ningún lector a la vista, ¿por qué no te firmo el libro en otro sitio? ¿Por ejemplo, arriba en el bar de la terraza, tomando alguna cosa? Así podremos hablar tranquilos.
La mujer asintió, y minutos más tarde, los dos charlaban amigablemente en el bar de la terraza del centro comercial.
--Hablas de mí en tu libro—dijo Amalia.
--¿Pero lo has leído entero?
--Pues claro. No sabes la alegría que me llevé cuando oí tu nombre en la radio. Sebastián Celada, autor de moda. Su novela ocupa los primeros lugares de todas las listas. Pero todo lo que cuentas en la historia no tiene nada que ver contigo, ¿verdad?
--Más de lo que te imaginas.
--No me digas. ¿Quieres contarme cómo empezó todo?
--¿Tienes tiempo para oírlo?
--Si lo que me estás preguntando, Sebastián, es si tengo algún compromiso para las próximas horas, te diré que no.
--¿No prefieres que hablemos de ti? ¿De tu poesía? Aún sigo sabiendo de memoria muchos versos tuyos.
--No, querido. Hoy toca hablar de ti.
--Como quieras, pero cuando termine promete que…
--Sin promesas, Sebastián, sin promesas. Seguro que así nos saldrán mejor las cosas que antaño, ¿no te parece?
--Estoy de acuerdo.
--Así me gusta, y ahora háblame de las razones de tu novela.
--Todo empezó…






    





DOS
Seis meses atrás

Primer día
Barcelona a primeros de noviembre por las mañanas es una ciudad que parece dormida, como esperando despertar de un momento a otro en medio de una gran noticia.
Eso se dice a sí mismo Antonio Hernández, el policía que mira afuera desde su despacho al cuadrado de cielo gris que dejan los altos edificios de esta zona de la Vía Layetana. Los coches ruedan sin parar por la calzada, allá abajo, unos subiendo del mar y otros bajando hacia él.
El policía tiene la cabeza embotada de darle vueltas al último caso que investiga, tras de cuya final resolución lleva más de medio año. Deja la ventana y vuelve a la mesa; abre la carpeta con los papeles de la investigación que, aunque lleva bastante encarrilada, aún le falta por concretar algunos aspectos que considera fundamentales para su  culminación. Por ejemplo, todavía desconoce los rostros reales de los dos principales sospechosos: un hombre de mediana edad y una mujer algo más joven que él; pese a que algunos testigos han aportado detalles que pueden ayudar algo para su identificación y reconocimiento. Respecto al hombre, los siguientes: grueso, cara ancha y roja, estatura media y andar seguro; y en cuanto a la mujer: delgada, buen tipo y bien vestida, rubia, con ojos azules, si bien estos dos últimos rasgos pueden estar sujetos a cambios transitorios como tintes, lentillas de colores, etcétera.
Lo que no deja lugar a dudas son los hechos delictivos de la escurridiza pareja, que se resumen en tres asesinatos y sendos sustanciosos robos. Asimismo Hernández conoce bastante bien su modus operandi y el perfil de sus víctimas, hombres jubilados, solteros, separados o viudos sin descendencia, que viven solos y poseen abundantes bienes. A este perfil hay que añadir el rasgo más importante y común: padecen de insomnio.
El modus operandi de la pareja asesina parece claro y único pues, según todos los indicios, somete durante días a sus posibles víctimas a una vigilancia exhaustiva hasta dar con la oportunidad de entrar en contacto con ellas y ganarse su  total confianza. Sin embargo, Hernández reconoce que hay lagunas en el modo y fases de la intervención de sus dos componentes. Según los apuntes de su carpeta, una vez conseguido el primer objetivo, es decir, el conocimiento detallado de las costumbres y movimientos de la víctima, surgen en la investigación las siguientes interrogaciones: ¿quién interviene en primer lugar?, ¿el hombre o la mujer? ¿O intervienen ambos según las circunstancias? Sin embargo, a Hernández no le cabe ninguna duda sobre la segunda fase de actuación de la pareja; basándose en los testimonios de los testigos, uno de los dos entra en contacto con la víctima valiéndose de un subterfugio normal, corriente, que se podría calificar como simple: solicita su ayuda para solucionar algún problema, por lo común inventado, que le ha surgido mientras maneja su ordenador. Según la investigación, el contacto hasta el momento ha ocurrido siempre en hoteles con SPA, dependiendo de la situación particular que viva la víctima elegida. Después es la mujer la que entra en acción concediendo a la víctima algunos de sus favores femeninos, elemento fundamental para fortalecer la confianza. Finalmente, perpetran el crimen.
En los papeles de la carpeta hay suficiente información sobre las tres personas asesinadas: un contratista de obras de Barcelona, un médico de Gerona y un industrial de Sabadell. El contratista de obras había aparecido tumbado sobre el sofá del comedor de su casa, como si estuviera echando la siesta, sólo que había sido envenenado con cianuro; ante la mesa de centro que había delante del sofá aún quedaba, mediada, la botella de Jack Daniels y al lado, una copa vacía cuando entraron los representantes de la ley. En el suelo de la cocina fueron hallados alrededor de una docena de tarros de legumbres vacíos donde al parecer el dueño de la casa guardaba el dinero negro que había obtenido durante la época de la burbuja inmobiliaria.
El médico de Gerona, su cuerpo atado de pies y manos, fue encontrado a la semana de morir tras el aviso que dio a las autoridades un vecino del edificio por el mal olor que salía del piso del galeno. El cadáver daba muestras de haber sido estrangulado con una media de mujer y torturado con el método de los alicates pues le habían sido arrancadas varias uñas de los dedos de los pies. La policía dedujo que con este medio se habían hecho los asesinos con más de 30.000 euros que el médico tenía ingresados en varias entidades bancarias.
Y en cuanto al industrial de Sabadell, fue hallado en la cocina  con varias puñaladas en el cuerpo; el reguero de sangre comenzaba en la terraza del comedor, donde se suponía que había sido apuñalado, y seguía por el comedor hasta llegar al lugar donde fue encontrado su cadáver. En las paredes del dúplex donde vivía quedaron las huellas de los cuadros que habían sido robados, y abierta y vacía la caja fuerte que se ocultaba en la biblioteca tras otra obra pictórica.
Precisamente era este pormenor el que más desconcertaba a Hernández: el modo tan diferente que tenían los asesinos de acabar con las vidas de sus víctimas. Tres muertos, tres maneras distintas de morir: apuñalada la primera, envenenada la segunda y estrangulada y torturada salvajemente la tercera. Eso indicaba que los asesinos actuaban también según las circunstancias y, a la primera de cambio, habían escogido el mejor modo de acabar con sus víctimas. Ahora la pregunta era: ¿Cómo sería la presunta cuarta víctima? Desde luego otro insomne que viviera solo; posiblemente, como las anteriores, poco aficionado a establecer cualquier clase de relación. ¿Un solitario y un misógino como los otros? Por ejemplo del industrial de Sabadell se llegó a saber que, como mucho, se pasaba las noches visionando películas porno, a juzgar por la cantidad de vídeos encontrados en su domicilio y el testimonio de la mujer del videoclub próximo a su casa, así como por el historial de Google hallado en su ordenador.
Respecto de la segunda víctima, el contratista de obras, aún se sabía menos de su vida íntima, y del médico de Gerona nada. Parecía que hubieran hecho votos de castidad y vivido como ascetas toda su vida. Nada se había encontrado en el registro de sus respectivos domicilios que delatara la menor actividad sexual.
Hernández intentaba imaginarse el modo como la pareja de ladrones y asesinos tenía para contactar con su posible víctima y hacerse con su absoluta confianza, hasta el punto de ser invitados a su casa. ¿De qué trucos, palabras, gestos, acciones se valían para llegar a intimar con ella? En aquella carpeta desgraciadamente sólo había hechos consumados: los robos y los asesinatos de tres personas de sexo masculino que padecían insomnio. Y muchos indicios, sospechas, testimonios, pero poco más, salvo la corazonada de que había algo que parecía una pista para, con un poco de suerte, llegar a tiempo de salvar a la siguiente víctima y detener de una vez por todas a aquella pareja ladrona y asesina y ponerla a disposición judicial.
Sonó su móvil.
--Diga.
--Soy yo, FG.
--¿Tienes algo?
--Me parece que sí. Los pájaros volaron ayer hacia la Costa Dorada y pondrán el huevo en El Pinar.
--¿Cómo lo sabes?
--¿Acaso las veces anteriores te he dicho de dónde saco mis informaciones? Pues en esta tampoco te lo voy a decir. Si quieres aprovechar la información…
--De acuerdo, de acuerdo. ¿Algo más?
--Sí, que tengas suerte. Ahora debo colgar. Adiós.
--Muchas gracias, FG. Hasta otra.
Sonó de nuevo el móvil. Esta vez vio en la pantalla quién llamaba.
--Hola, Isabel, ¿ocurre algo?
--Es Toni. Hoy no ha querido ir al Instituto.
--Dile que se ponga.
--Antes deja que te diga una cosa. No le grites. Háblale bien. Es mejor que…
--De acuerdo, cariño. Anda, dile que se ponga.
--Hola, papá.
--Hola, hijo. ¿Por qué no has querido ir hoy al Instituto?
--Es muy largo de contar.
--Pues intenta resumirlo. Yo te ayudo. ¿Tenías algún examen que no has preparado? ¿Te has pegado con alguien? ¿Has insultado a algún profesor?
Hernández no se daba cuenta de que había ido alzando la voz.
--Papá, si quieres que te lo diga no me hagas tantas preguntas a la vez y sobre todo no me grites. Que yo también sé gritar.
--Toni, perdona. No quería gritarte. Empiezo de nuevo.
--No hace falta. Te lo contaré todo cuando vengas a comer.
--No, no, espera, Toni. Posiblemente no vaya hoy a comer a casa. El trabajo se me acumula. Verás, Toni. Al menos contéstame a esas tres preguntas que te acabo de hacer.
--La respuesta es no, no había hoy ningún examen, no me he pegado con nadie y tampoco he insultado a ningún profesor.
--Entonces ¿qué es, hijo?
--Papá, te lo contaré en casa. Adiós.
Hernández se quedó con el móvil silencioso pegado a la oreja y con la mirada fija en la puerta del despacho. Ésta se abrió y apareció Iglesias, su compañero, que venía de la calle frotándose las manos y arreglándose el pelo, el cual al ver a Hernández con aquella expresión de perplejidad en la cara, se olvidó del frío y del viento que hacía en la calle.
--¿Qué pasa?
Hernández reaccionó dejando el móvil sobre la mesa a un lado de la carpeta.
--Nada importante, creo. Cosas de la adolescencia. Cuando tengas hijos, lo comprenderás.
--¿Qué le ocurre a Toni?
--Ya te lo he dicho. Cosas de la adolescencia. ¿Hace frío?
--Es el jodido viento el que lo estropea todo. Ojalá hiciera algo bueno de vez en cuando, para variar. Como limpiar la mierda que origina en este país la interpretación de la justicia y toda su maldita parafernalia.
--¿Qué ocurre, Iglesias? ¿Ya te has vuelto a pelear con alguien del café?
--No he tenido más remedio. Un capullo acaba de decir ahí abajo que la Audiencia Nacional no ha tenido más remedio que hacer caso a los de Estrasburgo porque lo que las autoridades políticas anteriores hicieron, dice, no fue sino otra chapuza legal. ¿Qué te parece?
--¿Te refieres a la doctrina Parot? Yo creo que tiene razón. A mí me jode tanto o más que a ti que los asesinos salgan de la cárcel y se vayan de rositas. Pero es la ley, chico, y como no se haga pronto una reforma al respecto, seguiremos asistiendo en los días que vienen a nuevos excarcelamientos, pese a la indignación general y en particular de los familiares de las víctimas.
--Pues yo sigo pensando en la misma idea.
--Sí, ya sé, que el Gobierno debía haber hecho caso omiso al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo.
--Claro, coño. Los asesinos tienen derechos y los muertos sus sepulturas.
--Tampoco hay que ser tan radical.
--¿Radical? ¿Radical? ¡No me jodas!
--Hace unos días llegaste hecho un basilisco.
--¿Cuándo?
--El día de los separatistas. No recuerdo exactamente cuál.
--¡Ah, ese! ¡Pero si han convertido cualquier discusión verbal en un partido de fútbol entre el Barça y el Madrid! En cualquier tema que sale a relucir, España es Madrid para mucha gente que confunde el culo con las témporas.
--Son tan malos ellos como los que juegan en sus opiniones con el Rey Arturo, Sancho Panza y Alicia en el país de las maravillas. Iguales.
--¡Iguales! ¡No me jodas, Hernández!
--Dejémoslo. Que te va a dar algo.
--Sí, dejémoslo.
Iglesias bufó como un toro banderilleado. Luego reparó en la carpeta que Hernández tenía delante. Se asomó por encima de su cabeza y, algo más tranquilo, dijo:
--Veo que le sigues dando vueltas a esta mierda.
--Sí, me lleva de cabeza. A ver si la limpio de una vez.
--Al final, ¿qué hay del último testigo? Ese … ¿cómo se llama?
--FG.
--Sí, FG o HI, que para el caso es lo mismo. ¿No te dijo hace unos días que hoy te diría algo?
--Sí. Acaba de llamar. Hoy o mañana saldré hacia la Costa Dorada.
--¿Están allí?
--Por lo visto, sí. FG me ha dicho que piensan alojarse en algún hotel de El Pinar.
--Descarta los que no tengan SPA. Ya sabes que la mayoría de los insomnes frecuentan esos lugares de relajamiento.
--Ya he pensado en ello. Veremos cómo va todo. ¿Y tú, cómo llevas el asunto del vendedor ambulante?
--Es pan comido. Un detalle más y será devuelto a su país.
--También es una forma triste de terminar su aventura.
-- Si antes no aparece un grupo de esos, indignados siempre contra el sistema, que salen a defender lo indefendible y forman una barrera humana para impedir la resolución del juez.