sábado, 23 de agosto de 2014

APUNTES EN LA MAR MENUDA

Acabo de dejar por unos días Tossa antes de volver allí para despedir la temporada y volverla a dejar sola con sus calles dormidas, sus hoteles cerrados y la arena solitaria y silenciosa de la Mar Menuda.


Antes de que eso suceda, quiero dejar aquí unos apuntes de andar, ver y sentir en aquel rincón de roca y mar, vividos a lo largo de varias temporadas.



Una lengua de arena le habla siempre al mar de altas gaviotas que vienen a escribir sobre sus páginas leyendas de vientos y barcas jubiladas entre el gris horizonte y las nubes que amenazan lluvias. Este trozo de frágiles bellezas se llama Mar Menuda y cuando acaba el verano se encoge en un silencio de arena abandonada.

La Trinidad es una barca que un día navegó sobre la piel del mar y le robó lo mejor de sus frutos. Un día tuvo a bordo una historia de redes remendadas y un amor olvidado. Ahora duerme aquí, a un lado de la cala, soñando en redes vivas y en aquel pescador de corazón enamorado.

Ella es la sirena de la cala bajo las nubes negras y la amenaza inminente de la lluvia. Si el sol saliera ahora estallaría la luz sobre la piel de la joven sirena. Al final del verano todo sabe ya a despedida. Y sin embargo, la visión de esta sirena emergiendo del agua con sus pechos al aire es la estampa vital de la esperanza.

Las boyas ya no tienen ningún sentido en la soledad de la Mar Menuda: flotan marcando imposibles caminos, límites inexistentes que ya nadie respeta.Ningún yate de fiesta fondea en la bahía, ni abandonan la orilla los patines por la calle de boyas que en verano partían y venían luciendo sus colores. Ahora sólo sus rojos y amarillos cabecean su tristeza sobre el plomo oscuro de las aguas.

Puede que yo sea uno de los últimos clientes del chiringuito. La espuma de la cerveza me sabe a despedida mientras veo la espuma de las olas meterse mar adentro. Pago y dejo el chiringuito oscuro mientras oigo decir a mis espaldas al camarero con un tono de nostalgia: “Adiós, verano, adiós.” Se encienden las farolas del paseo y  una gaviota vuela sin ganas a la isla.

Entre las velas de piedra, pirámides de roca que desafían el mar, lisa y pacífica, como la mano sin arrugas de una niña, se tiende la Bañera de las Donas. Mar domesticado, su paz augusta invita a entrar  en ella y dar unas brazadas hacia el cielo. Pero el temblor oscuro de la tarde bajo las primeras gotas de la lluvia disuaden al nostálgico indeciso.

Otras veces, tendidos los dos sobre la arena, oíamos la espuma sisear a nuestros pies. Era entonces verano, y las caricias del sol enardecían nuestros cuerpos. Ahora las olas, solas bajo el frescor repentino de fines de septiembre, tiritan en susurros de cristales pulidos. Y nosotros dejamos en silencio la arena de la cala mientras una cinta de tímida luz en el horizonte se va apagando poco a poco como nuestra esperanza.

Aquí trajimos en primavera a nuestro primer nieto para que jugara por primera vez con la arena y sus ojos se llenaran del azul del cielo y de la esmeralda del mar. Aquí, en la Mar Menuda, escuchó por primera vez la risa de las gaviotas. Desde entonces la Mar Menuda es un trozo de belleza infantil, impoluto y eterno.

Pronto la noche prematura tiende su oscura manta sobre la Mar Menuda. Resuella el mar entre las rocas y las pisadas en la arena se han borrado y las gaviotas lloran intermitentemente. Hace tiempo que la lluvia nos echó de aquel rincón hermoso y, sin embargo, me parece estar viendo entre las sombras, impasible, oteando el horizonte, chorreando, el pino valiente de la roca, como si fuera una proyección de mi deseo incansable de estar allí, flotando como un fantasma, sobre la lengua de arena.