miércoles, 26 de diciembre de 2012

SABER DE POESÍA


                                     A un amigo que quiere saber de poesía

 

 

 

“Yo soy el invisible

anillo que sujeta

el mundo de la forma

al mundo de la idea.”

                         Gustavo Adolfo Bécquer

 

 

 

 

 

 

 

 

 


I.                  Del poema

 

1.      Partiendo de Lamartine


Estamos de acuerdo con el poeta francés Alfons de Lamartine (1790- 1869) cuando dice que un poema, para ser considerado así, debe contener los siguientes elementos:

-          una idea para la inteligencia,

-          un sentimiento para el corazón,

-          una imagen para la vista,

-          una música para el oído.

 

Examinemos cuatro ejemplos extraídos de nuestra historia poética para explicar sendos elementos del poema:

 

- una idea para la inteligencia:

El primer ejemplo es la estrofa que emplea como estribillo el poeta romántico español José de Espronceda (1808-1842) en su famosa Canción del pirata, que todos aprendimos una vez de pequeños:

 

“Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad,

mi ley la fuerza del viento,

mi única patria la mar.”

 

El pirata, personaje que canta la canción en la popa de su bajel El temido, expresa en estos cuatro octosílabos, que forman una estrofa llamada copla, su concepción de la vida, resumida en estas cuatro identidades:

barco= tesoro

libertad= Dios

la fuerza y el viento= ley

mar= patria

La idea de la independencia que tiene el pirata, un proscrito de la ley que vive al margen de las convenciones sociales y políticas no puede expresarse con mejor exactitud y eficacia. La libertad completa es para él lo que Dios para los cristianos. Con eso queda todo dicho.

De ahí que podamos decir que cuatro meros versos con una idea expuesta así tendrían solvencia probada para constituir un poema.

Se da la circunstancia de que en este caso estos cuatro versos están incluidos en un poema de altos vuelos como el estribillo que insiste en la forma de ser del personaje central, como queda dicho.

 

-          un sentimiento para el corazón:

El segundo ejemplo lo forman los ocho primeros versos, hexasílabos por más señas y con rima asonante en los pares, de la Rima LXXIII de Bécquer (1836- 1870):

 

“Cerraron sus ojos,

que aún tenía abiertos;

taparon su cara

con un blanco lienzo,

y unos sollozando,

y otros en silencio,

de la triste alcoba

todos se salieron.”

 

En dichos versos el poeta describe la escena dolorosa en que, unas indeterminadas personas (de ahí el empleo continuado de la tercera persona del plural que expresa impersonalidad), tras cerrar los ojos a un muerto y cubrir su cara, lo dejan solo en la habitación entre llantos y silencio. El sentimiento que desprende la situación no puede ser más afligida, hasta la alcoba donde tiene lugar esa escena aparece precedida del adjetivo triste. Y más cuando avanzamos en la lectura de la rima y descubrimos que el muerto es una niña. Al sentimiento de tristeza se le añade otro sentimiento igualmente doloroso: el de la soledad. No en vano, a lo largo de la composición poética se va repitiendo este estribillo:

“¡Dios mío, qué solos

Se quedan los muertos!”

(Aconsejamos que se lea entera la Rima, que bien puede catalogarse como un buen poema, ya que contiene con creces los cuatro elementos de que estamos hablando, y alguno más que trataremos más adelante.)

 

- una imagen para la vista

El tercer ejemplo lo forma la primera estrofa que José Zorrilla (1817- 1893), otro poeta y dramaturgo romántico escribió en su poema titulado Las nubes, un excelente serventesio formado por cuatro versos alejandrinos (de catorce sílabas), con rima consonante alterna (esquema estrófico 14A 14B 14A 14B):

 

“¿Qué quieren esas nubes que con furor se agrupan

del aire transparente por la región azul?

¿Qué quieren cuando el paso de su vacío ocupan

del cenit suspendiendo su tenebroso tul?”

 

Nada más leer los dos primeros versos, vemos en la imaginación lo que pasa allá arriba en el cielo azul y notamos la violencia con que las nubes se agolpan (con furor se agrupan) unas con otras y amenazan cubrir la transparencia del aire. Amenaza que se cumple en los dos versos siguientes, cuando realmente acaban ocupando el espacio con sus ropajes oscuros (tenebroso tul). La visión de esas nubes descritas por el poeta en esos versos recrean en nuestra mente lo que se llama en poesía imagen.

 

-          una música para el oído.

El cuarto ejemplo es un epigrama (composición poética breve que expresa de forma ingeniosa un pensamiento satírico) de Juan de Iriarte (1702- 1771):

 

“A la abeja semejante,

para que cause placer,

el epigrama ha de ser

pequeño, dulce y punzante.”

La música es inherente al buen poema y es perceptible especialmente en dos aspectos: el ritmo, que es la distribución de los acentos tonales a lo largo del verso, y la rima, que es la coincidencia de sonidos al final de los versos a partir de la última vocal acentuada.

Veamos ambos aspectos en los siguientes versos de Juan Bautista Arriaza (1770- 1837):

“Adiós, pobre pescador;

adiós, red; adiós, barquilla;

que ya no hay en esta orilla

sino vasallos de amor.”

En negrita aparecen señalados los acentos de los versos (sílabas 2ª, 3ª y 7ª en los tres primeros versos; 4ª y 7ª en el cuarto versos), y subrayadas las rimas consonantes (-or en los versos 1º y 4º, e –illa en los versos 2º y 3º). De este modo, el ritmo y la rima empleados por Arriaza en estos versos, los convierte en altamente musicales o eufónicos.

Si los versos no son eufónicos o musicales se confunden fácilmente con la ramplonería de la prosa que empleamos para hablar diariamente. ¿Y cómo se consigue que los versos sean eufónicos, musicales? Nos llevaría tiempo explicarlo, y no disponemos de mucho en estas breves anotaciones. Baste decir que con la práctica y la lectura de buenos versos nos podemos acercar bastante a lograr que nuestros versos suenen bien. Examinemos los cuatro versos  de Iriarte:

“A la abeja semejante,

para que cause placer,

el epigrama ha de ser

pequeño, dulce y punzante.”

Ritmo: primer verso: acentos en las sílabas 3ª y 7ª sílabas; segundo y tercer versos: acentos en las sílabas 4ª y 7ª sílabas; cuarto verso: acentos en las sílabas 2ª, 4ª y 7ª (los acentos que más se repiten son los de las sílabas 4ª y 7ª).

Rima: consonante (-ante al final de los versos 1º y 4º y –er en los versos 2º y 3º.

La música es, finalmente, perceptible en el poema mediante la repetición de palabras y versos a lo largo de la composición estratégicamente colocados unas y otros. Cuando las palabras se repiten al principio de los versos, dan lugar a figuras literarias llamadas anáforas, paralelismos…

Por ejemplo, en la siguiente Rima del ya citado Bécquer

Por una mirada, un mundo;

por una sonrisa, un cielo;

por un beso… yo no sé

qué te diera por un beso”,

descubrimos al principio de los tres primeros versos una anáfora en la repetición de la preposición por.

          En cuanto al paralelismo, que es la repetición, en dos o más versos seguidos, de una serie de palabras que forman frases, sirva de ejemplo el señalado con negritas en los tres versos siguientes del poeta español Blas de Otero (1916- 1979):

Pero la muerte, desde dentro, ve.

Pero la muerte, desde dentro, vela.

Pero la muerte, desde dentro, mata.”

Y cuando son, finalmente, varios versos los que se repiten a lo largo del poema intercalados en varias estrofas reciben el nombre de estribillos, que ya hemos visto en estas apresuradas anotaciones.

 

Examinemos, a modo de conclusión de este primer apartado, en un poema completo los cuatro elementos citados que, según Lamartine, hacen que un poema sea altamente aceptable: una idea para la inteligencia, un sentimiento para el corazón, una imagen para la vista y una música para el oído.

 
 
 
 
VERSOS SENCILLOS,  del poeta cubano José Martí (1853- 1895)


“Si ves un monte de espumas,

es mi verso lo que ves:

mi verso es un monte, y es

un abanico de plumas.

Mi verso es como un puñal                5

que por el puño echa flor:

mi verso es un surtidor

que da un agua de coral.

Mi verso es de un verde claro

y de un carmín encendido;               10

mi verso es un ciervo herido

que busca en el monte amparo.

Mi verso al valiente agrada;

mi verso, breve y sincero,

es del vigor del acero                        15

con que se funde la espada.”

 

-una idea para la inteligencia

La idea que domina en el poema es la múltiple definición que el propio poeta da de su verso: un monte, un abanico de plumas (versos 2 y 3), un puñal (v. 5), un surtidor (v. 7), de un verde claro (v. 9), de un carmín encendido (v. 10), un ciervo herido (v. 11), agrada al valiente (v.13), es del vigor del acero (v.15)). Como si quisiera decirnos que su poesía lo abarca todo, desde lo material a lo espiritual. Es la idea aportada por tantos poetas, según la cual en la poesía no sobra nada si el contenido se sabe vestir con el arte bello de la palabra. Otras ideas, no menos principales, presentes en el poema que nos ocupa son: las características fundamentales de este tipo de poesía: brevedad, sinceridad y fuerza (versos 14 y 15). Aporta esperanza y pasión (versos 9 y 10). Presenta a la vez agresividad y suavidad o ternura (versos 5 y 6), lo más grande y poderoso y lo más pequeño y débil (versos 1 a 4), etcétera. En resumen, el poema está sustentado, antes que nada, por abundancia de contenido en torno a la definición que da Martí de su propia poesía.

 

-un sentimiento para el corazón.

Apoyándonos en lo expuesto más arriba, el poema presenta un abanico de sentimientos, que abarca desde la generosidad a la participación, pasando por la sinceridad, la pasión, la esperanza, el amor, la ternura, la soledad, la valentía, el miedo, la ayuda…

 

-una imagen para la vista.

El mundo visual tiene gran presencia en el poema; en realidad, la mayoría de las definiciones que efectúa el poeta de su verso se basan en imágenes que tienen que ver con la naturaleza y los objetos, y en menor grado con abstracciones espirituales. Ejemplos de las primeras: monte de espumas, abanico de plumas, puñal, flor (por cierto, la imagen que resulta de combinar los significados contrarios de estas dos palabras, puñal y flor, es de lo más eficaz para explicar el poder de la poesía: “mi verso es como un puñal / que por el puño echa flor”), surtidor, coral (se da el mismo caso: “Mi verso es un surtidor / que da un agua de coral”, salvo el que en el caso anterior la imagen se resuelve con una comparación y en éste con una metáfora)… Ejemplos de abstracciones espirituales: vulnerabilidad (“ciervo herido”), amparo, valentía, agrado, sinceridad, fuerza (“es del vigor del acero / con que se funde una espada”), esperanza (“es de un verde claro”), pasión (“y de un carmín encendido”)…

 

-una música para el oído.

Ritmo y rima: el poema está compuesto de cuatro redondillas, estrofas de cuatro versos octosílabos que riman consonantemente el primero con el cuarto y el segundo con el tercero. Y este esquema se repite cuatro veces (espumas, ves, es, plumas; puñal, flor, surtidor, coral; etcétera) a lo largo del poema. En cuanto al ritmo, la distribución de los acentos en los versos del poema es variada, aunque dominan los acentos en las sílabas 2ª, 4ª y 7ª (“si ves un monte de espumas”).

La eufonía o la música, que ya de por sí se obtiene de la combinación del ritmo y la rima, en el poema presente se basa además en otros aspectos, el más importante de los cuales es la repetición de las palabras clave del poema: mi verso es (hasta ocho veces: versos 2º, 3º, 5º, 7º, 9º, 11º, 13º y 14º). Y forman la mayoría de las veces anáfora y son el principio de alguna comparación (como un puñal) y un buen número de metáforas (un monte de espumas, un abanico de plumas, un surtidor…)

Antes de seguir adelante con estas rápidas anotaciones, conviene fijarnos en un detalle importante: en la poesía actual, muchas veces se prescinde de la rima, pero aún así, los versos, que en este caso reciben el nombre de blancos, guardan celosamente su eufonía mediante el ritmo, y forman, por ello, buenos poemas. Para demostrar lo que decimos, proponemos un ejemplo perteneciente a un poeta del siglo XX, Claudio Rodríguez (1938- 1999). Se trata de un fragmento extraído del Canto del despertar, del primero de sus libros, Don de la ebriedad (Premio Adonais, 1953), escrito todo él en endecasílabos, muchos de ellos blancos:
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
“El primer surco de hoy será mi cuerpo.

Cuando la luz impulsa desde arriba,

despierta los oráculos del sueño

y me camina, y antes que al paisaje

va dándome figura. Así otra nueva                     5

mañana. Así otra vez y antes que nadie,

aún que la brisa menos decidera,

sintiéndome vivir, solo, a luz limpia.

Pero algún gesto hago, alguna vara

mágica tengo porque, ved, de pronto                   10

los seres amanecen, me señalan.

Soy inocente. ¡Cómo se une todo

y en simples movimientos hasta el límite,

sí, para mi castigo: la soltura

del álamo a cualquier mirada! Puertas                  15

con vellones de niebla por dinteles

se abren allí, pasando aquella cima.

¿Qué más sencillo que ese cabeceo

de los sembrados? ¿Qué más persuasivo

que el heno al germinar? No toco nada.                20

No me lavo en la tierra como el pájaro.”

 

En los presentes versos podemos observar perfectamente cumplidos los cuatro elementos de Lamartine:

 

-una idea para la inteligencia

El poeta asiste de lleno a esa hora mágica del amanecer en que la naturaleza, el campo, el paisaje despierta. Hasta él mismo se considera parte del campo: “el primer surco de hoy será mi cuerpo” (verso, dicho sea de paso, que figura en su tumba zamorana). El poeta parece poseer una varita mágica, a cuyo efecto los seres amanecen y cobran vida: los movimientos plateados de los álamos, los jirones de niebla desplazándose, el cabeceo de los sembrados, el germinar del heno…

 

-un sentimiento para el corazón

El poeta experimenta la sensación de comulgar con el despertar del campo mientras camina por él. A esta sensación tan especial la acompaña el entusiasmo, la alegría de ser único en esa contemplación; de ahí sus ganas de cantar el momento, irrepetible y limpio. Y la inocencia.

 

-una imagen para la vista

Guiados por el poeta vemos en nuestro interior lo que él “ve” en el momento de crear el poema cómo la luz abriéndose paso desde el cielo antes de llegar al paisaje, que permanece aún en la sombra. Después van cobrando a la vista forma y movimiento los álamos, la niebla, el cabeceo de los sembrados, el germinar del heno…

 

-una música para el oído

Música, eufonía que ya poseen en sí los endecasílabos del poema con sus acentos distribuidos, sobre todo, en las sílabas 4ª, 6ª y 10ª (“El primer surco de hoy será mi cuerpo”, “Cuando la luz impulsa desde arriba”, “y me camina, y antes que al paisaje”, “se abren allí, pasando aquella cima”, “¿Qué más sencillo que ese cabeceo…”, etcétera. Música lograda también con los suaves y constantes encabalgamientos (hasta cuatro versos: 3, 4, 5 y 6; 14, 15, 16 y 17), repeticiones de palabras de la misma categoría gramatical (“Así otra nueva / mañana…” “Así otra vez…”; “¿Qué más sencillo…” “¿Qué más persuasivo…”; “No toco nada…” “No me lavo…”

 

Para cerrar este apartado, añadimos tres poemas que se ajustan a los postulados de Lamartine:

-una idea para la inteligencia

-un sentimiento para el corazón

-una imagen para la vista

-una música para el oído.

 

 

1. Rima LXVI, de Gustavo Adolfo Bécquer

 

“¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura;
los despojos de un alma hecha jirones                   5
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.

¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,                                            10
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas;
en donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,                                         15
allí estará mi tumba.

 

Ideas para la inteligencia:

Tanto la cuna como la tumba del poeta están envueltas de tristeza, penalidades, dolores, soledad, olvido.

Sentimientos para el corazón:

Desolación, amargura, pesimismo del poeta que, sin duda mueven a la compasión y ternura del lector.

 

Imágenes para la vista:

El camino que conduce a la cuna del poeta posee una atmósfera negativa, es ya “un sendero horrible y áspero”, donde se aprecian huellas ensangrentadas sobre la roca y jirones del alma enganchados en las zarzas. Y el camino que lleva a su tumba no es más halagüeño: hay que atravesar un páramo sombrío y triste y un valle de nieves y nieblas eternas y melancólicas, antes de llegar a una piedra olvidada y solitaria sin ninguna señal de que allí yace el poeta.

 

Música para el oído:

Las dos estrofas de la silva arromanzada que compone la Rima están conectadas por sendas interrogaciones sobre el destino humano (“¿De dónde vengo?” y “¿Adónde voy?”) Los ocho versos de cada una de ellas adoptan la misma medida de sílabas: 11, 7, 11, 7, 11, 7, 7, 7, 7. En cuanto al ritmo, presentan parecida distribución de acentos: los endecasílabos presentan, casi todos, el esquema del primero y noveno versos  (2ª, 6ª y 10ª sílabas): “¿De dónde vengo? El más horrible y áspero…” “¿Adónde voy? El más sombrío y triste…”; respecto de los heptasílabos, siguen estos dos esquemas: 3ª y 6ª sílabas (“en las zarzas agudas”, “te dirán el camino”, “que conduce a mi cuna”, “de los ramos cruza”…), y 4ª y 6ª sílabas ( “de los senderos busca”, “sin inscripción alguna”, “allí esta mi tumba”…) La rima, asonante en los versos pares (en –ú-a), sirve de ligazón en toda la Rima (busca, dura, agudas, cuna…). Finalmente, las enumeraciones de elementos físicos y naturales (senderos, huellas, rocas, despojos, zarzas, páramos, valle…) aportan también eufonía al poema.

Los cuatro requisitos que exigía Lamartine en todo buen poema se interrelacionan sabiamente entre sí en la Rima de Bécquer para crear un todo indivisible: el pesimismo que siente el poeta hacia los dos caminos de su destino se viste con este tipo de composición poética lograda con la modulada combinación de versos endecasílabos y heptasílabos, ritmo adecuado para tratar asuntos reflexivos y melancólicos, de confesión íntima, composición solemne y triste que requiere una atmósfera especial lograda con un léxico que hace referencia a un paisaje tenebroso y solitario, propio del Romanticismo, movimiento literario al que pertenece Gustavo Adolfo Bécquer.

 

Intenta, siguiendo las pautas anteriores, analizar los dos poemas restantes.


 

2.    El viaje definitivo, de Juan Ramón Jiménez

“Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico.

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.”

 

 

 

 

 

 

 

3.      A la inmensa mayoría, de Blas de Otero

 

Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos su versos.

Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.

Tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al viento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.

¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.

Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno,
                                         Blas de Otero.