viernes, 28 de octubre de 2011

El postigo de la traición


 
Zamora, siglo XI, durante el sitio de la ciudad por Sancho II.



PRIMER CUADRO

En el palacio del noble Arias Gonzalo, amigo personal de la infanta Urraca, reina de Zamora, el cual, alarmado por los rumores que corren por la ciudad de que el forastero Bellido Dolfos anda convenciendo a los habitantes para entregar a Zamora al rey sitiador sin derramar una gota de sangre, lo manda llamar al palacio.




ARIAS GONZALO
Hasta ahora no te he impedido que rondes por las calles de la ciudad pidiendo limosna y comida a sus habitantes, pero si es verdad que andas metiendo cizaña entre las gentes para que ayuden al rey Sancho a despojar a nuestra Reina, su hermana, de la ciudad que su padre el rey Fernando le cedió en el lecho de muerte, me veré obligado a expulsarte de la ciudad.
BELLIDO DOLFOS
No es verdad, mi señor Arias Gonzalo. Yo sólo voy rezando por la ciudad, rogando a Dios y a María su Santa Madre que haya paz para todo el mundo. Porque el que a hierro mata a hierro muere.
ARIAS GONZALO
Eso está muy bien, pero como sabes la ciudad está sitiada injustamente y los que vivimos en ella debemos defenderla con hierro si es necesario. Los sitiadores nos roban las reses para sus comidas, nos talan los árboles para hacer fuego. Porque, vamos a ver, ¿tú no te ves amenazado por las flechas que nos arrojan los sitiadores? ¿Por los insultos que nos dedican a cada momento, llamándonos ratas y cosas peores, hasta que estamos amancebados con nuestra reina Urraca?
BELLIDO DOLFOS
Yo no tengo nada que ver con eso. Me basta con vivir.
ARIAS GONZALO
Pues no es suficiente. Por eso te acuso de sembrar el descontento y la traición entre la gente y de ir contra la voluntad sagrada del Emperador. Contra la de nuestra Reina y contra la mía, que es sacrificar la vida de todos los zamoranos y de mis cuatro hijos los primeros, si es preciso.
BELLIDO DOLFOS
Haz con tu casa y tu familia lo que quieras, que para eso son tuyas. Pero deja en paz a los zamoranos. Mira los ejércitos que esperan en el campo de la verdad a entrar a saco y fuego en la ciudad. Nos roban las reses para sus comidas, nos talan los árboles para hacer sus fuegos. Y esperan, esperan a que tu obcecación por defender lo indefendible haga caer en sus manos la ciudad como una fruta madura. Esos ejércitos han vencido ya al rey de León Alfonso y a García de Galicia. ¿No van a vencer a un viejo caduco como tú y a una débil infanta? ¿De cuánto armamento dispones comparado con el suyo? Y aunque las murallas de la ciudad sean inexpugnables, sólo nos servirán de tumba cuando los alimentos y el agua se acaben. Abre las puertas a Sancho y él te tratará como un cristiano. Si esperas a que él las derribe, entrará en la ciudad con la muerte en la mano. Ábrele las puertas, viejo obstinado, y haz salir por ellas una procesión con el Santo Sacramento, y verás cómo el rey Sancho te nombra a cambio alcalde de Zamora.
ARIAS GONZALO (Enfadado)
Sal de mi casa ahora mismo. Y como me entere de que sigues soliviantando a la gente con tus pérfidas palabras, te arrancaré la lengua y luego te colgaré de la muralla sobre el postigo que quieres abrir a tus amigos.



SEGUNDO CUADRO

En la ermita del abad del rey Sancho, extramuros de la ciudad, junto al campamento de los sitiadores.

ABAD
Mucho te juegas, Bellido, al andar de la ciudad aquí valiéndote del pasadizo y mucho nos jugamos todos si llegan a descubrirte.
BELLIDO DOLFOS
No hay cuidado. La entrada se halla en un lugar apartado y lleno de escombros que la gente evita. El caso es que estoy otra vez aquí.
ABAD
¿Qué, por fin te unes a nosotros?
BELLIDO DOLFOS
A eso vengo. Ya estoy harto de que allí me traten como a un apestado. Llévame a la tienda del rey Sancho, que quiero tratar con él de un asunto que le conviene en sumo grado.
ABAD
¿Es que al fin te has decidido a entregarle la ciudad de su hermana?
BELLIDO DOLFOS
Eso debo tratarlo exclusivamente con él. Llévame a su tienda.
ABAD
Mira que si es para una nimiedad, el Rey nos hará morder el polvo a los dos. Y yo quiero seguir al cargo de esta ermita, que mi seguridad me proporciona. Así que, si no me dices para qué quieres ver al Rey, no te conduciré hasta su tienda.
BELLIDO DOLFOS (Sacando un cuchillo de debajo de la ropa y apuntando la abultada barriga del Abad.)
Te he dicho, gordo seboso, que ese asunto sólo lo trataré con Sancho. Y si no me llevas ahora mismo ante él, date por muerto.
ABAD (Temblando de miedo)
Ese acero es la mejor de las razones. Te conduciré hasta el Rey.





TERCER CUADRO

En la tienda del rey Sancho, que, sentado a una mesa, está comiendo unas viandas.

ABAD
Perdonad, buen rey, esta impertinencia. Pero aquí hay un hombre que quiere deciros algo que tiene que ver con la ciudad sitiada.
REY (Sin dejar de comer, a BELLIDO)
¿Es eso cierto?
BELLIDO DOLFOS (Inclinándose ante el Rey)
Sí, mi señor.
REY (Al ABAD)
Déjanos solos.
ABAD
Como gustéis  (Sale.)
REY
¿Quieres un pedazo de cecina? (Se lo ofrece con su propio cuchillo)
BELLIDO DOLFOS (Cogiéndolo). Gracias, mi señor. (Lo mastica despacio, como si quisiera degustarlo a sus anchas).
REY (Sonriendo)
¿Por qué comes tan despacio? En lo flaco que estás se ve que eres zamorano.
BELLIDO DOLFOS
No lo soy, y eso mismo tiene que ver con lo que he venido a deciros, mi señor. (Vuelve a inclinarse.)
REY
Pues te comportas como si fueras uno de ellos, débil y cobarde.
BELLIDO DOLFOS
En eso estáis más que equivocado. Si fueran cobardes, como decís, ya os hubieran entregado la ciudad.
REY
¡Bah!, un hombre viejo y una mujer acabarán cansándose pronto.
BELLIDO DOLFOS
De nuevo volvéis a equivocaros. Urraca, vuestra hermana, es apasionada y orgullosa, y antes de darse por vencida, daría su cuerpo de comida a los cuervos. Y en cuanto a Arias Gonzalo, no he visto hombre más tenaz y soberbio que él.

(Entra en la tienda un GUERRERO)

GUERRERO (al REY)
No escuchéis, señor, a este hombre (Señala a BELLIDO), que ha traicionado varias veces hasta a su propia gente. Incluso el propio Arias Gonzalo lo ha gritado desde las almenas en cuanto se ha enterado de que había huido. Y más cosas.
REY (Sorprendido)
¿Qué cosas?
GUERRERO
Que ni es zamorano ni nadie sabe de dónde ha salido, como no sea del mismísimo infierno, que lo han echado de la ciudad y que de cualquier mal que te venga de él, buen rey, ni Arias Gonzalo ni Urraca ni ningún zamorano se hará responsable.
BELLIDO DOLFOS
¿Y vos creéis eso? Mienten como bellacos. Y antes se coge a un embustero que a un cojo. Primero dicen que he huido, luego que me han echado de Zamora. Os diré, mi señor, que los zamoranos me han rechazado, como los judíos rechazaron a Nuestro Señor Jesucristo. Yo, señor, quiero que haya paz entre todos. Ni estoy a favor de unos ni de otros. Y si hacéis que hablemos a solas, os diré el modo de acabar con esta guerra que ya dura demasiado.
REY (Hace un gesto al GUERRERO para que abandone la tienda. Pausa. A solas de nuevo con BELLIDO)
Soy todo oídos.
BELLIDO DOLFOS
Es verdad que he salido de Zamora. Pero no huido, ni tampoco expulsado, sino guiado por Dios a través de un pasadizo que nadie conoce sino yo y que puede poner Zamora en tus manos.
REY (Levantándose de la mesa y acercándose a BELLIDO)
Descúbreme ese pasadizo y te llenaré de oro. Ocúltamelo y te sacaré los ojos.
BELLIDO DOLFOS
Si no quisiera mostrároslo, ¿habría venido hasta aquí? Yo os mostraré el pasadizo, y vos mismo comprobaréis si es fácil o no entrar en la ciudad. Pero os pongo una condición. Y es que una vez os halléis dentro de Zamora, ni vos ni nadie de vuestras huestes debe herir, matar, violar, robar o quemar a ningún zamorano.
REY (Enfadado)
¿Y quién eres tú para poner condiciones a todo un rey?
BELLIDO DOLFOS (Calmado)
Un siervo de Dios que antes se cortará la lengua con los dientes que hablar si no lo prometéis. Y si tenéis miedo, ponedme en el tormento para probar que ni por la fuerza bruta saldrá una palabra de mis labios para decir lo que sé.
REY (Con los ojos fuera de las órbitas y rojo de ira)
¿Yo miedo de ti, rata asquerosa?
BELLIDO DOLFOS (Sin inmutarse)
Puede que de mí no, pero sí de tu hermana Urraca, que podría haberte preparado una emboscada para acabar con tu vida.
REY (Algo más calmado)
Me has convencido. ¿Qué debo hacer?
BELLIDO DOLFOS
Primero acompañadme hasta la ermita del abad con varios de los vuestros para jurar que nada haréis a los zamoranos cuando entréis en Zamora. Luego iremos los dos solos hasta el pasadizo. Vos podéis ir armado y matarme si os traiciono.
REY
Sea. No perdamos más tiempo.





CUARTO CUADRO

En la ermita del ABAD. El REY y sus acompañantes están de rodillas ante el altar. A un lado el ABAD y apoyado en una columna adosada del ábside BELLIDO DOLFOS. 

ABAD (Al REY y a sus acompañantes)
Según lo convenido, debéis jurar que respetaréis a los zamoranos una vez dentro de la ciudad. ¿Estáis de acuerdo?
REY (Molesto)
Formulad el juramento, que nosotros haremos lo demás. No perdamos más tiempo.
ABAD
Por Nuestro Señor Jesucristo y su Madre la Virgen María, ¿juráis respetar la vida y las pertenencias de los zamoranos en cuanto os halléis dentro de Zamora?
REY
Venga, sí, juramos. ¿Y ahora qué? (Poniéndose en pie e imitándole sus acompañantes)
BELLIDO DOLFOS
Ahora, vuestros guerreros deben salir de la ermita y volver al campamento. Y también el abad. Y una vez estemos los dos solos, hablaremos.
REY (A los aludidos)
Haced lo que dice.

(Salen los acompañantes del REY y sus acompañantes)

BELLIDO DOLFOS (Oyendo voces en la puerta)
He dicho que deben volver al campamento.
REY (Voceando a los que charlan fuera)
Marchaos. (Se oyen pasos alejándose, luego silencio. A BELLIDO). Ya se han ido. Volvamos a lo nuestro.
BELLIDO DOLFOS (Persignándose)
Dios nos dejó ordenado que nos amáramos los unos a los otros como hermanos. ¿Qué significa eso para vos, que odiáis, perseguís, matáis y encarceláis a vuestros propios hermanos? Cristo nos mandó proteger a las viudas y a los huérfanos. ¿Y qué es Urraca, sino una viuda de toda protección y huérfana de vuestro mismo padre?
REY
Yo sólo cumplo con mi deber de rey al reunir los reinos que separó mi padre en el lecho de muerte.
BELLIDO DOLFOS
¿Decís que cumplís con vuestro deber? También lo cumple Urraca, que es obedecer la última voluntad de vuestro padre el emperador Fernando. Y otra cuestión. Jurar en falso es uno de los más grandes pecados contra Dios, y vos lo habéis hecho. ¿Hasta dónde llegará vuestra perversidad?
REY (Esgrimiendo una daga)
Basta de sermones. He venido aquí para que me muestres el pasadizo que me lleve al interior de Zamora. Y si no lo haces al momento, juro, maldita sabandija, que acabaré contigo aquí mismo en la casa del Señor.
BELLIDO DOLFOS
Juramentos, juramentos y maldad, sólo maldad. ¿Qué súbdito acudirá a vos en busca de ayuda contra su agresor? ¿Qué hombre, mujer o niño os pedirá justicia contra quien los ofenda o engañe?
REY (Furioso y acercando la daga a la cara de BELLIDO )
He dicho que basta de sermones, rata asquerosa, que estabas dispuesto hasta hace un momento a traicionar  a los zamoranos. Indícame dónde está ese pasadizo y te dejaré libre. No me lo digas y acabaré contigo en un santiamén con mi daga.
BELLIDO DOLFOS (Temiendo por su vida)
Está aquí mismo (Se aparta de la columna). Presionando fuertemente esta columna adosada se mueve un resorte que dejará abierta una puerta. Al otro lado se halla el pasadizo que conduce hasta el interior de Zamora.
REY (Riendo)
Al fin. (Le entrega la daga.) Aguántame la daga mientras yo mismo hago saltar ese resorte. (Se pone a empujar con todas sus fuerzas la columna adosada del ábside)
BELLIDO DOLFOS (Se aproxima por detrás al Rey y le clava el arma en la espalda)
Muere, rey fratricida, y con tu muerte que Zamora se salve.
(El REY cae muerto en el suelo de la ermita. Luego BELLIDO acaba de abrir la puerta del pasadizo y desaparece al otro lado. Finalmente el trozo de muro, con la columna adosada, recobra su posición.

FIN

sábado, 22 de octubre de 2011

CARTA DE UN ABUELO A SU NIETO EN DOS TIEMPOS

              


1.

Querido Xavi:

Me dicen que voy a ser tu abuelo dentro de unos meses, un tiempo que pasará volando en la imaginación y lento en la espera, y ya empiezo a darle vueltas a la cabeza pensando si haré bien de abuelo. ¿Pero verdad que es mejor que vaya despacio hacia tu venida no sea que pierda el tren de la esperanza antes de coger el de la paciencia? Espero saber qué hacer cuando llegue ese momento y, si al principio me cuesta, prestaré mucha atención a la lección de la experiencia para aprender con acierto a ser un buen abuelo. Y todo eso lo sabré cuando a mi cansada luz de persona que cuenta ya con unos cuantos añitos venga a juntarse tu nueva luz de recién nacido. Será como si una luz de alba de primavera viniera a darle un brillo especial a mi otoño.



Aun antes de nacer, eres ya una dulce promesa, el nombre mago de un ser que desde el agua de la vida un día empezó a crecer en alma y esperanza hacia la luz del día. Aun antes de nacer, eres ya un mensaje de amor escrito con la letra más pura, un mágico dial del tiempo por donde avanza hacia su germinación la semilla del génesis. Aun antes de ser, eres ya como el fruto que en la rama madura del tiempo prepara las alas para volar hacia el almíbar de la luz. Estoy tan seguro de eso, que ya sé que cuando nazcas notaré en mis callosas manos de adulto la tierna y blanca caricia de las tuyas. Por eso ahora te animo a que en el agua de la vida, aun sin ver todavía el sol de la amapola, sigas sin pausa tejiendo el hilo de mis sueños mientras vuelas despacio por el cielo de la historia del hombre reflejada en tu forma de esfera tan querida. Así que para nacer y colmar mi alegría, sigue siendo promesa en mi esperanza.



2.

Querido Xavi:

Por fin estás aquí. Eres ya una rosita que huele a tiempo puro en el otoño; unas manos pequeñas, claveles diminutos, que se mueven en el aire querido de la cuna. Eres ya una presencia inabarcable para nuestros deseos. Como un sol que alumbra nuestros pasos, que marca el día que vamos a vivir. Ya estás aquí. Ya mueves los hilos de todas nuestras vidas. Tan chiquitito, y eres como un Dios para todos. Te despiertas, y vamos a adorarte. Abres los ojos, y corremos a ti para que vayas mirándonos y viendo nuestro asombro de verte alzar las manos cual si fueras el director de orquesta de toda nuestra música, esta música de amor que anda brizando nuestros sueños.

Ya estás aquí, y nosotros, de repente, nos hemos enriquecido con tu luz.




viernes, 21 de octubre de 2011

EN EL CAMINO DIARIO

CAMINANDO POR LA VIDA

                                                A Nato (75)



Caminando por la vida, como quien no hace la cosa,
                        llegas al pie de otro otoño dispuesto a beber su copa.
De un trago experto la bebes mientras miras a las sombras
que se van quedando atrás entre las vividas rosas.
Luego te pones de pie, saludas a las personas
que te rodean, y bajas a la calle donde doran
al sol los quietos membrillos de las expectantes horas.

Te mercas el fiel Periódico: el Madrid va viento en popa,
aunque a un punto del rival sempiterno, el Barcelona;
rellenas el crucigrama, ¡ah, el secreto del idioma!;
lees las últimas noticias, muy malas las económicas;
y, resolviendo el sudoku, llegas al bar de la zona
donde la cerveza escribe su exacta luz en tu boca.


Y caminas por octubre, para ti mágica alfombra,
planeando otros viajes y extrayendo de la noria
de tus sueños agua eterna que te venga de Zamora,
de su fiel Semana Santa y de su vetusta historia,
de los pasos que tu gente sembró allí en pasadas horas
desde el Puente a Santa Clara, en las luces y en las sombras.


Caminando por la vida, como quien no hace la cosa,
vas cumpliendo otros otoños, viendo abrirse nuevas rosas,
y lo que es más importante: siendo tan buena persona
y amando como tú amas lo que ama tu memoria.

                                                    Caldetas, 16 de octubre de 2011

miércoles, 19 de octubre de 2011

Lafamilia en la literatura española

                 1. La familia como personaje colectivo

Dejando aparte la relación entre marido y mujer en el ámbito del matrimonio, que abarcaría otro trabajo tan interesante o más que el presente, nos centramos aquí en las interrelaciones habidas entre los diversos miembros que componen la familia y la vida de la familia en sí misma con todos sus avatares y aventuras.

La familia como personaje colectivo, que incluso en ocasiones da título a la obra literaria, se pone de moda en España a partir del siglo XVIII abarcando todos los géneros, desde el teatro en versión de comedia, como vemos en La familia indigente (1816), comedia en un acto de Luciano Francisco Comella, o en La familia Mínguez (1956), de Edgar Neville, a la novela, en ejemplos como La familia de Alvareda (1856), de Fernán Caballero,  La familia de León Roch (1878), de Benito Pérez Galdós, o La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela.
Veamos al menos un par de ejemplos (sirvan los dos últimos de la enumeración anterior).


En La familia de León Roch es la intolerancia religiosa de María Egipciaca Tellería, influida por su hermano, seminarista de la Compañía de Jesús y fallecido recientemente, la que acaba con la paz y la alegría del hogar, dando lugar a la separación de su marido León Roch. He aquí las palabras que le dirige éste:

“Cuando nos casamos, tú creías a tu modo, yo al mío; tú tenías tus ideas, yo las mías… Es tan grande mi respeto a la conciencia ajena, que no traté de arrancarte tu fe; te di libertad completa; jamás me opuse a tus devociones, ni aun cuando empezaron a ser exageradas y a enturbiar la alegría de mi casa. Llegó un día en que te volviste loca, y lo digo así porque no hallo mejor palabra para expresar la espantosa recrudescencia de la mojigatería desde que murió en tus brazos, hace siete meses, aquí, en mi jardín, tu desdichado hermano, y entonces ya no fuiste mujer: fuiste un basilisco de displicencia y acritud; fuiste una inquisición en forma de mujer; no sólo me martirizabas perdiendo toda amabilidad haciéndote insoportable con tus pretensiones de santidad, sino que me perseguiste con la necia exigencia de hacer de mí un menguado beatón, un ente irrisorio. Yo procuraba apartarte de tu desvarío por medio de la persuasión; a veces hasta llegué a someterme un poco a tu ardiente capricho; pero tú pedías tanto que era imposible, imposible descender hasta esa santidad de sainete en que caíste. Llegó el momento de proceder con energía: hice esfuerzos sobrehumanos para librarte de tu propio fanatismo, y ya sabes que me fue imposible. He luchado tenazmente contigo; he empleado todos los medios, argumentos de razón, de sentimiento, hasta de fuerza: todo ha sido inútil, tu espíritu está deplorablemente sometido a una atracción poderosa, irresistible, y vive sujeto a influencias oscuras que yo no puedo vencer. Hay en la sociedad redes subterráneas, alianzas invisibles, lazos que atacan y tijeras que rompen lazos sin que nadie lo vea. No se puede nada contra esto. me declaro vencido, María. Mi única palabra no puede ser sino un adiós sincero, un adiós que te doy recordando que me has querido, que hemos sido felices algún tiempo. este adiós es triste, muy triste; no hay esperanza.”



En La familia de Pascual Duarte (1942) su protagonista, un campesino tarado y condenado a muerte por haber matado a su madre, relata su vida desgraciada, tanto en el seno de la sociedad que lo envuelve como en su propia familia, antes de ser ejecutado en el garrote vil. A continuación, asistimos a momentos antes de llevar a cabo el horrendo asesinato de su madre. El mismo Pascual Duarte lo explica así:


“Había llegado la ocasión, la ocasión que tanto tiempo había estado esperando. había que hacer de tripas corazón, acabar pronto, lo más pronto posible. La noche es corta y en la noche tenía que haber pasado ya todo y tenía que sorprenderme la amanecida a muchas leguas del pueblo.

Estuve escuchando un largo rato. No se oía nada. Fui al cuarto de mi mujer; estaba dormida y la dejé que siguiera durmiendo. Mi madre dormía también a buen seguro. Volví a la cocina; me descalcé; el suelo estaba frío y las piedras del suelo se me clavaban en la planta del pie. Desenvainé el cuchillo, que brillaba a la llama como un sol.

Allí estaba, echada bajo las sábanas, con su cara muy pegada a la almohada. No tenía más que echarme sobre el cuerpo y acuchillarlo. No se movería, no daría ni un solo grito, no le daría tiempo… Estaba ya al alcance del brazo, profundamente dormida, ajena --¡Dios, qué ajenos están siempre los asesinados a su suerte!—a todo lo que le iba a pasar. Quería decidirme, pero no lo acababa de conseguir; vez hubo ya de tener el brazo levantado, para volver a dejarlo caer otra vez todo a lo largo del cuerpo.

Pensé cerrar los ojos y herir. No podía ser; herir a ciegas es como no herir, es exponerse a herir en el vacío… Había que herir con los ojos bien abiertos, con los cinco sentidos puestos en el golpe. Había que conservar la serenidad, que recobrar la serenidad que parecía ya como si estuviera empezando a perder ante la vista del cuerpo de mi madre… El tiempo pasaba y yo seguía allí, parado, inmóvil como una estatua, sin decidirme a acabar. No me atrevía; después de todo era mi madre, la mujer que me había parido, y a quien sólo por eso había que perdonar… No; no podía perdonarla porque me hubiera parido. Con echarme al mundo no me hizo ningún favor, absolutamente ninguno…”