miércoles, 26 de diciembre de 2012

SABER DE POESÍA


                                     A un amigo que quiere saber de poesía

 

 

 

“Yo soy el invisible

anillo que sujeta

el mundo de la forma

al mundo de la idea.”

                         Gustavo Adolfo Bécquer

 

 

 

 

 

 

 

 

 


I.                  Del poema

 

1.      Partiendo de Lamartine


Estamos de acuerdo con el poeta francés Alfons de Lamartine (1790- 1869) cuando dice que un poema, para ser considerado así, debe contener los siguientes elementos:

-          una idea para la inteligencia,

-          un sentimiento para el corazón,

-          una imagen para la vista,

-          una música para el oído.

 

Examinemos cuatro ejemplos extraídos de nuestra historia poética para explicar sendos elementos del poema:

 

- una idea para la inteligencia:

El primer ejemplo es la estrofa que emplea como estribillo el poeta romántico español José de Espronceda (1808-1842) en su famosa Canción del pirata, que todos aprendimos una vez de pequeños:

 

“Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad,

mi ley la fuerza del viento,

mi única patria la mar.”

 

El pirata, personaje que canta la canción en la popa de su bajel El temido, expresa en estos cuatro octosílabos, que forman una estrofa llamada copla, su concepción de la vida, resumida en estas cuatro identidades:

barco= tesoro

libertad= Dios

la fuerza y el viento= ley

mar= patria

La idea de la independencia que tiene el pirata, un proscrito de la ley que vive al margen de las convenciones sociales y políticas no puede expresarse con mejor exactitud y eficacia. La libertad completa es para él lo que Dios para los cristianos. Con eso queda todo dicho.

De ahí que podamos decir que cuatro meros versos con una idea expuesta así tendrían solvencia probada para constituir un poema.

Se da la circunstancia de que en este caso estos cuatro versos están incluidos en un poema de altos vuelos como el estribillo que insiste en la forma de ser del personaje central, como queda dicho.

 

-          un sentimiento para el corazón:

El segundo ejemplo lo forman los ocho primeros versos, hexasílabos por más señas y con rima asonante en los pares, de la Rima LXXIII de Bécquer (1836- 1870):

 

“Cerraron sus ojos,

que aún tenía abiertos;

taparon su cara

con un blanco lienzo,

y unos sollozando,

y otros en silencio,

de la triste alcoba

todos se salieron.”

 

En dichos versos el poeta describe la escena dolorosa en que, unas indeterminadas personas (de ahí el empleo continuado de la tercera persona del plural que expresa impersonalidad), tras cerrar los ojos a un muerto y cubrir su cara, lo dejan solo en la habitación entre llantos y silencio. El sentimiento que desprende la situación no puede ser más afligida, hasta la alcoba donde tiene lugar esa escena aparece precedida del adjetivo triste. Y más cuando avanzamos en la lectura de la rima y descubrimos que el muerto es una niña. Al sentimiento de tristeza se le añade otro sentimiento igualmente doloroso: el de la soledad. No en vano, a lo largo de la composición poética se va repitiendo este estribillo:

“¡Dios mío, qué solos

Se quedan los muertos!”

(Aconsejamos que se lea entera la Rima, que bien puede catalogarse como un buen poema, ya que contiene con creces los cuatro elementos de que estamos hablando, y alguno más que trataremos más adelante.)

 

- una imagen para la vista

El tercer ejemplo lo forma la primera estrofa que José Zorrilla (1817- 1893), otro poeta y dramaturgo romántico escribió en su poema titulado Las nubes, un excelente serventesio formado por cuatro versos alejandrinos (de catorce sílabas), con rima consonante alterna (esquema estrófico 14A 14B 14A 14B):

 

“¿Qué quieren esas nubes que con furor se agrupan

del aire transparente por la región azul?

¿Qué quieren cuando el paso de su vacío ocupan

del cenit suspendiendo su tenebroso tul?”

 

Nada más leer los dos primeros versos, vemos en la imaginación lo que pasa allá arriba en el cielo azul y notamos la violencia con que las nubes se agolpan (con furor se agrupan) unas con otras y amenazan cubrir la transparencia del aire. Amenaza que se cumple en los dos versos siguientes, cuando realmente acaban ocupando el espacio con sus ropajes oscuros (tenebroso tul). La visión de esas nubes descritas por el poeta en esos versos recrean en nuestra mente lo que se llama en poesía imagen.

 

-          una música para el oído.

El cuarto ejemplo es un epigrama (composición poética breve que expresa de forma ingeniosa un pensamiento satírico) de Juan de Iriarte (1702- 1771):

 

“A la abeja semejante,

para que cause placer,

el epigrama ha de ser

pequeño, dulce y punzante.”

La música es inherente al buen poema y es perceptible especialmente en dos aspectos: el ritmo, que es la distribución de los acentos tonales a lo largo del verso, y la rima, que es la coincidencia de sonidos al final de los versos a partir de la última vocal acentuada.

Veamos ambos aspectos en los siguientes versos de Juan Bautista Arriaza (1770- 1837):

“Adiós, pobre pescador;

adiós, red; adiós, barquilla;

que ya no hay en esta orilla

sino vasallos de amor.”

En negrita aparecen señalados los acentos de los versos (sílabas 2ª, 3ª y 7ª en los tres primeros versos; 4ª y 7ª en el cuarto versos), y subrayadas las rimas consonantes (-or en los versos 1º y 4º, e –illa en los versos 2º y 3º). De este modo, el ritmo y la rima empleados por Arriaza en estos versos, los convierte en altamente musicales o eufónicos.

Si los versos no son eufónicos o musicales se confunden fácilmente con la ramplonería de la prosa que empleamos para hablar diariamente. ¿Y cómo se consigue que los versos sean eufónicos, musicales? Nos llevaría tiempo explicarlo, y no disponemos de mucho en estas breves anotaciones. Baste decir que con la práctica y la lectura de buenos versos nos podemos acercar bastante a lograr que nuestros versos suenen bien. Examinemos los cuatro versos  de Iriarte:

“A la abeja semejante,

para que cause placer,

el epigrama ha de ser

pequeño, dulce y punzante.”

Ritmo: primer verso: acentos en las sílabas 3ª y 7ª sílabas; segundo y tercer versos: acentos en las sílabas 4ª y 7ª sílabas; cuarto verso: acentos en las sílabas 2ª, 4ª y 7ª (los acentos que más se repiten son los de las sílabas 4ª y 7ª).

Rima: consonante (-ante al final de los versos 1º y 4º y –er en los versos 2º y 3º.

La música es, finalmente, perceptible en el poema mediante la repetición de palabras y versos a lo largo de la composición estratégicamente colocados unas y otros. Cuando las palabras se repiten al principio de los versos, dan lugar a figuras literarias llamadas anáforas, paralelismos…

Por ejemplo, en la siguiente Rima del ya citado Bécquer

Por una mirada, un mundo;

por una sonrisa, un cielo;

por un beso… yo no sé

qué te diera por un beso”,

descubrimos al principio de los tres primeros versos una anáfora en la repetición de la preposición por.

          En cuanto al paralelismo, que es la repetición, en dos o más versos seguidos, de una serie de palabras que forman frases, sirva de ejemplo el señalado con negritas en los tres versos siguientes del poeta español Blas de Otero (1916- 1979):

Pero la muerte, desde dentro, ve.

Pero la muerte, desde dentro, vela.

Pero la muerte, desde dentro, mata.”

Y cuando son, finalmente, varios versos los que se repiten a lo largo del poema intercalados en varias estrofas reciben el nombre de estribillos, que ya hemos visto en estas apresuradas anotaciones.

 

Examinemos, a modo de conclusión de este primer apartado, en un poema completo los cuatro elementos citados que, según Lamartine, hacen que un poema sea altamente aceptable: una idea para la inteligencia, un sentimiento para el corazón, una imagen para la vista y una música para el oído.

 
 
 
 
VERSOS SENCILLOS,  del poeta cubano José Martí (1853- 1895)


“Si ves un monte de espumas,

es mi verso lo que ves:

mi verso es un monte, y es

un abanico de plumas.

Mi verso es como un puñal                5

que por el puño echa flor:

mi verso es un surtidor

que da un agua de coral.

Mi verso es de un verde claro

y de un carmín encendido;               10

mi verso es un ciervo herido

que busca en el monte amparo.

Mi verso al valiente agrada;

mi verso, breve y sincero,

es del vigor del acero                        15

con que se funde la espada.”

 

-una idea para la inteligencia

La idea que domina en el poema es la múltiple definición que el propio poeta da de su verso: un monte, un abanico de plumas (versos 2 y 3), un puñal (v. 5), un surtidor (v. 7), de un verde claro (v. 9), de un carmín encendido (v. 10), un ciervo herido (v. 11), agrada al valiente (v.13), es del vigor del acero (v.15)). Como si quisiera decirnos que su poesía lo abarca todo, desde lo material a lo espiritual. Es la idea aportada por tantos poetas, según la cual en la poesía no sobra nada si el contenido se sabe vestir con el arte bello de la palabra. Otras ideas, no menos principales, presentes en el poema que nos ocupa son: las características fundamentales de este tipo de poesía: brevedad, sinceridad y fuerza (versos 14 y 15). Aporta esperanza y pasión (versos 9 y 10). Presenta a la vez agresividad y suavidad o ternura (versos 5 y 6), lo más grande y poderoso y lo más pequeño y débil (versos 1 a 4), etcétera. En resumen, el poema está sustentado, antes que nada, por abundancia de contenido en torno a la definición que da Martí de su propia poesía.

 

-un sentimiento para el corazón.

Apoyándonos en lo expuesto más arriba, el poema presenta un abanico de sentimientos, que abarca desde la generosidad a la participación, pasando por la sinceridad, la pasión, la esperanza, el amor, la ternura, la soledad, la valentía, el miedo, la ayuda…

 

-una imagen para la vista.

El mundo visual tiene gran presencia en el poema; en realidad, la mayoría de las definiciones que efectúa el poeta de su verso se basan en imágenes que tienen que ver con la naturaleza y los objetos, y en menor grado con abstracciones espirituales. Ejemplos de las primeras: monte de espumas, abanico de plumas, puñal, flor (por cierto, la imagen que resulta de combinar los significados contrarios de estas dos palabras, puñal y flor, es de lo más eficaz para explicar el poder de la poesía: “mi verso es como un puñal / que por el puño echa flor”), surtidor, coral (se da el mismo caso: “Mi verso es un surtidor / que da un agua de coral”, salvo el que en el caso anterior la imagen se resuelve con una comparación y en éste con una metáfora)… Ejemplos de abstracciones espirituales: vulnerabilidad (“ciervo herido”), amparo, valentía, agrado, sinceridad, fuerza (“es del vigor del acero / con que se funde una espada”), esperanza (“es de un verde claro”), pasión (“y de un carmín encendido”)…

 

-una música para el oído.

Ritmo y rima: el poema está compuesto de cuatro redondillas, estrofas de cuatro versos octosílabos que riman consonantemente el primero con el cuarto y el segundo con el tercero. Y este esquema se repite cuatro veces (espumas, ves, es, plumas; puñal, flor, surtidor, coral; etcétera) a lo largo del poema. En cuanto al ritmo, la distribución de los acentos en los versos del poema es variada, aunque dominan los acentos en las sílabas 2ª, 4ª y 7ª (“si ves un monte de espumas”).

La eufonía o la música, que ya de por sí se obtiene de la combinación del ritmo y la rima, en el poema presente se basa además en otros aspectos, el más importante de los cuales es la repetición de las palabras clave del poema: mi verso es (hasta ocho veces: versos 2º, 3º, 5º, 7º, 9º, 11º, 13º y 14º). Y forman la mayoría de las veces anáfora y son el principio de alguna comparación (como un puñal) y un buen número de metáforas (un monte de espumas, un abanico de plumas, un surtidor…)

Antes de seguir adelante con estas rápidas anotaciones, conviene fijarnos en un detalle importante: en la poesía actual, muchas veces se prescinde de la rima, pero aún así, los versos, que en este caso reciben el nombre de blancos, guardan celosamente su eufonía mediante el ritmo, y forman, por ello, buenos poemas. Para demostrar lo que decimos, proponemos un ejemplo perteneciente a un poeta del siglo XX, Claudio Rodríguez (1938- 1999). Se trata de un fragmento extraído del Canto del despertar, del primero de sus libros, Don de la ebriedad (Premio Adonais, 1953), escrito todo él en endecasílabos, muchos de ellos blancos:
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
“El primer surco de hoy será mi cuerpo.

Cuando la luz impulsa desde arriba,

despierta los oráculos del sueño

y me camina, y antes que al paisaje

va dándome figura. Así otra nueva                     5

mañana. Así otra vez y antes que nadie,

aún que la brisa menos decidera,

sintiéndome vivir, solo, a luz limpia.

Pero algún gesto hago, alguna vara

mágica tengo porque, ved, de pronto                   10

los seres amanecen, me señalan.

Soy inocente. ¡Cómo se une todo

y en simples movimientos hasta el límite,

sí, para mi castigo: la soltura

del álamo a cualquier mirada! Puertas                  15

con vellones de niebla por dinteles

se abren allí, pasando aquella cima.

¿Qué más sencillo que ese cabeceo

de los sembrados? ¿Qué más persuasivo

que el heno al germinar? No toco nada.                20

No me lavo en la tierra como el pájaro.”

 

En los presentes versos podemos observar perfectamente cumplidos los cuatro elementos de Lamartine:

 

-una idea para la inteligencia

El poeta asiste de lleno a esa hora mágica del amanecer en que la naturaleza, el campo, el paisaje despierta. Hasta él mismo se considera parte del campo: “el primer surco de hoy será mi cuerpo” (verso, dicho sea de paso, que figura en su tumba zamorana). El poeta parece poseer una varita mágica, a cuyo efecto los seres amanecen y cobran vida: los movimientos plateados de los álamos, los jirones de niebla desplazándose, el cabeceo de los sembrados, el germinar del heno…

 

-un sentimiento para el corazón

El poeta experimenta la sensación de comulgar con el despertar del campo mientras camina por él. A esta sensación tan especial la acompaña el entusiasmo, la alegría de ser único en esa contemplación; de ahí sus ganas de cantar el momento, irrepetible y limpio. Y la inocencia.

 

-una imagen para la vista

Guiados por el poeta vemos en nuestro interior lo que él “ve” en el momento de crear el poema cómo la luz abriéndose paso desde el cielo antes de llegar al paisaje, que permanece aún en la sombra. Después van cobrando a la vista forma y movimiento los álamos, la niebla, el cabeceo de los sembrados, el germinar del heno…

 

-una música para el oído

Música, eufonía que ya poseen en sí los endecasílabos del poema con sus acentos distribuidos, sobre todo, en las sílabas 4ª, 6ª y 10ª (“El primer surco de hoy será mi cuerpo”, “Cuando la luz impulsa desde arriba”, “y me camina, y antes que al paisaje”, “se abren allí, pasando aquella cima”, “¿Qué más sencillo que ese cabeceo…”, etcétera. Música lograda también con los suaves y constantes encabalgamientos (hasta cuatro versos: 3, 4, 5 y 6; 14, 15, 16 y 17), repeticiones de palabras de la misma categoría gramatical (“Así otra nueva / mañana…” “Así otra vez…”; “¿Qué más sencillo…” “¿Qué más persuasivo…”; “No toco nada…” “No me lavo…”

 

Para cerrar este apartado, añadimos tres poemas que se ajustan a los postulados de Lamartine:

-una idea para la inteligencia

-un sentimiento para el corazón

-una imagen para la vista

-una música para el oído.

 

 

1. Rima LXVI, de Gustavo Adolfo Bécquer

 

“¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura;
los despojos de un alma hecha jirones                   5
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.

¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,                                            10
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas;
en donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,                                         15
allí estará mi tumba.

 

Ideas para la inteligencia:

Tanto la cuna como la tumba del poeta están envueltas de tristeza, penalidades, dolores, soledad, olvido.

Sentimientos para el corazón:

Desolación, amargura, pesimismo del poeta que, sin duda mueven a la compasión y ternura del lector.

 

Imágenes para la vista:

El camino que conduce a la cuna del poeta posee una atmósfera negativa, es ya “un sendero horrible y áspero”, donde se aprecian huellas ensangrentadas sobre la roca y jirones del alma enganchados en las zarzas. Y el camino que lleva a su tumba no es más halagüeño: hay que atravesar un páramo sombrío y triste y un valle de nieves y nieblas eternas y melancólicas, antes de llegar a una piedra olvidada y solitaria sin ninguna señal de que allí yace el poeta.

 

Música para el oído:

Las dos estrofas de la silva arromanzada que compone la Rima están conectadas por sendas interrogaciones sobre el destino humano (“¿De dónde vengo?” y “¿Adónde voy?”) Los ocho versos de cada una de ellas adoptan la misma medida de sílabas: 11, 7, 11, 7, 11, 7, 7, 7, 7. En cuanto al ritmo, presentan parecida distribución de acentos: los endecasílabos presentan, casi todos, el esquema del primero y noveno versos  (2ª, 6ª y 10ª sílabas): “¿De dónde vengo? El más horrible y áspero…” “¿Adónde voy? El más sombrío y triste…”; respecto de los heptasílabos, siguen estos dos esquemas: 3ª y 6ª sílabas (“en las zarzas agudas”, “te dirán el camino”, “que conduce a mi cuna”, “de los ramos cruza”…), y 4ª y 6ª sílabas ( “de los senderos busca”, “sin inscripción alguna”, “allí esta mi tumba”…) La rima, asonante en los versos pares (en –ú-a), sirve de ligazón en toda la Rima (busca, dura, agudas, cuna…). Finalmente, las enumeraciones de elementos físicos y naturales (senderos, huellas, rocas, despojos, zarzas, páramos, valle…) aportan también eufonía al poema.

Los cuatro requisitos que exigía Lamartine en todo buen poema se interrelacionan sabiamente entre sí en la Rima de Bécquer para crear un todo indivisible: el pesimismo que siente el poeta hacia los dos caminos de su destino se viste con este tipo de composición poética lograda con la modulada combinación de versos endecasílabos y heptasílabos, ritmo adecuado para tratar asuntos reflexivos y melancólicos, de confesión íntima, composición solemne y triste que requiere una atmósfera especial lograda con un léxico que hace referencia a un paisaje tenebroso y solitario, propio del Romanticismo, movimiento literario al que pertenece Gustavo Adolfo Bécquer.

 

Intenta, siguiendo las pautas anteriores, analizar los dos poemas restantes.


 

2.    El viaje definitivo, de Juan Ramón Jiménez

“Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico.

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.”

 

 

 

 

 

 

 

3.      A la inmensa mayoría, de Blas de Otero

 

Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos su versos.

Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.

Tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al viento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.

¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.

Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno,
                                         Blas de Otero.


 

 

 

jueves, 8 de noviembre de 2012

UN EXCELENTE LIBRO DE POESÍA.
ANTE LOS TRES PELDAÑOS, de Encarna Fontanet
 
 
A la amiga y poetisa castellonense Encarna Fontanet la conozo y trato desde aquellas tertulias barcelonesas realizadas en casa del maestro de poetas José Jurado Morales, de tan buena memoria. Hasta hace muy poco fue compañera de premios y jurados, recitales y presentaciones. Yo mismo tuve el honor y privilegio de presentar algunos de sus siempre exquisitos poemarios, Amaranto, En mitad del ahora, Cuando la lluvia quema... y hasta llegué a prologar un libro que Encarna escribió para acercar la poesía a los estudiantes titulado Desde oscuros limos.
Pues bien, ahora me toca hablar del último de sus libros, Ante los tres peldaños, que mereció el premio de Poesía Almedina de 2011 (Encarna Fontanet cuenta en su haber con numerosos galardones y reconocimientos), que la Fundación Al-Aissiya acaba de publicar en una edición torpe y apresurada que desmerece la exquista poesía que contiene. Y como lo que interesa siempre del libro es su contenido a él voy. Por lo que yo he visto, Ante los tres peldaños es sin duda el libro más místico y profundo de la autora. Desde la métrica a los recursos expresivos empleados, pasando por los temas que una y otros visten con una precisión inigualable, todo en el libro es elaborado y de la más alta calidad. No en balde el número de poemas es el mágico 90, múltiple de 3, presente en el titulo del libro, así como el número de los versos que componen dichos poemas, que van desde ese único verso que forma el magistral poema de la página 73: "Hacia Ti, en Ti, recorro mi sendero", hasta los dieciséis de la página 13 del poema que canta su querida tierra de Liendo. Poemas formados por versos de sílabas impares, desde trisílabos a alejandrinos, aunque los más empleados son los heptasílabos y endecasílabos, cuya combinación da lugar a eufónicas composiciones donde las haya y que tan sabiamente emplearon nuestros mejores poetas( Garcilaso, fray Luis de León, san Juan de la Cruz, Bécquer, Antonio Machado y un largo etcétera). Si la métrica es impecable, los recursos estilísticos empleados no le van a la zaga. Desde aliteraciones y juegos fonéticos oportunos ("en el íntimo instante, / el tiempo...") a adjetivaciones  nuevas y valientes ("soles meditarráneos", "cantábricas nubes") , pasando por antítesis muy logradas ("fragor de inconstantes azules / en el azul constante del silencio"), sin olvidar las eficaces elipsis de verbos o construcciones de participio, tan abundantes en la poesía concentrada de Encarna ("perdidas las canciones de mi infancia", "desvanecidas todas las distancias"...), etcétera.
 
 
Ante los tres peldaños es un poemario donde se juntan sabiamente el mundo de lo real y el mundo trascendente. Por un lado, la vida personal de la autora, con sus estados de ánimo, soledad, desaliento, desesperanza, ensimismamiento, melancolía, evocación de la infancia..., y sus relaciones, unas veces con los elementos naturales que la rodean, paisajes, flores, puentes, noches, estaciones, tiempos..., y otras con los seres más queridos, el padre, la madre..., para acabar en la relación más íntima y espiritual con Dios, ese Tú cercano que
"buscamos
sin saber dónde, fuera de nosotros."
Y por otro, el mundo trascendente, que late entre las sombras del camino místico que ha emprendido la autora. ¡Qué bien ha leído la Biblia, el mejor Dante y sobre todo a nuestro más excelso poeta místico san Juan de la Cruz y su Noche oscura del Alma! Estos iluminados versos de Encarna Fontanet la ayudan a subir esa escala oculta, a superar la noche más oscura de la eterna búsqueda de la esencia personal, escala y noche que llevan siempre a la luz más alta. Para atravesar tanta tiniebla se vale del recuerdo y el apoyo de sus seres más queridos, especialmente la madre.
"Tan sólo espero que la noche séptima
de la séptima luna
nos sea favorable.
Mi mano en tu mano de nuevo."
"Volveré a ti,
tan segura en mi noche
tu impalpable presencia
que en el yermo sombrío
serás mi toda luz."
Como Dante, recorre las "inhóspitas cimas" de su solitario y doloroso camino, dejando atrás el orgullo, la envidia, la ira, la avaricia.
Como san Juan, al final de la ardua ascensión, encuentra las dulces azucenas
"que en el último tramo
de amargura candente,
agostarán el lujurioso fuego."
Y ante ella se alzan seguras
"las llamas de la hoguera inextinguible,
llamas de vivo amor, de muerte nunca."
Por todo ello y mucho más que descubrirán los lectores en las páginas del libro, Ante los tres peldaños es un libro sincero y exquisito que contiene los cinco rasgos que, decía Lamartine, debe reunir un perfecto libro de poesía: ideas para la inteligencia, sentimientos para el corazón, imágenes para la vista y música para el oído. 

miércoles, 20 de junio de 2012

Un cuadro de Miró

Miró A subhasta l´´Estel Blau´ per uns 20 milions L'Estel Blau

En medio de la que nos está cayendo, el arte pictórico se monta en el universo. Nunca mejor dicho. Este cuadro del barcelonés Joan Miró, según él clave para entender toda su obra, será subastado en julio próximo en la Sotheby londinense partiendo de la cifra astronómica de 20 millones de euros. La crisis económica nada tiene que ver con las grandes obras de la historia universal de la pintura, que no sólo son eternas, sino que su exquisita eternidad va subiendo de precio cada día que pasa. El cuadro, ¡qué duda cabe!, es una esperanza azul donde la espiral de la blanca ilusión asciende hacia la intangible estrella de la perfección, salvando la barrera, apenas perceptible de las limitaciones. La pregunta es: ¿Quién sugiere los baremos de la calidad en la obra de arte (aprovecho la ocasión para extenderla a la literatura) y, mucho menos, de la perfección?

jueves, 14 de junio de 2012

Ilustraciones de El cuaderno de Sísifo

Hace cuatro años presenté mi poemario El cuaderno de Sísifo en el Ateneo de Barcelona bien rodeado de amigos y compañeros de letras y aventuras poéticas. Pasado un tiempo se me ocurrió crear unas cuantas ilustraciones a la aguada a partir de otros tantos poemas del libro mencionado. Hoy presento en este blog algunas de ellas, acompañadas de un brevísimo comentario.


















El Arco de doña Urraca, lugar de encuentro entre el pasado y el presente.
Por él pasa aún mi adolescencia... en sueños.


La Taula de Trepucó,
un altar de piedra que a los dioses levantaron los antiguos pobladores de Menorca.




El mirlo que en un jardín de Gandía llamó mi atención más de la cuenta.

Los campos de mi tierra, cuerpo y alma de mi memoria.

martes, 29 de mayo de 2012

TU PRESENCIA




Yo llegaba a tiempo siempre entonces

A tus huellas de vidrio y de ternura.

El barrio estaba en paz

Y el camino de mi vida quieto

Y vivo a la vez como aquel río

Que reflejaba el brillo de mi infancia.

Y el brillo me lo daba tu presencia

Oculta entre las cosas de la vida,

Dios humilde como los cantos lisos

Que mi infalible tirador lanzaba

Más allá de la pluma y el destino

De los pájaros, Dios

Humilde y libre como los viejos sauces,

Como el balón que entre los pies cerraba

Solemnemente el libro de las tardes,

Como las dulces noches

Que después se abatían como copos

De amor y de silencio sobre mí.

Y eras tú la caricia,

Tú el callado murmullo.

Y yo seguía aprendiendo

Tu eternidad diaria en las almedras

Que crecían en leche y en azúcar

Para morir de gusto entre mis manos,

En el rayo de luz que en el desván

Convertía en oro el polvo de las cosas.

Y te aprendí tranquilo

Sin religión ni pruebas,

Como aprendí a la vez el sitio de la casa,

El escalón sonoro

O la sonrisa dulce de la madre.

viernes, 18 de mayo de 2012

Fervor de mayo


MAYO: FERVOR DE FORMAS Y COLORES





Mayo: fervor de formas y colores
que en el bosque celebran la llegada
de la fiel y reidora primavera
a caminos, taludes y hondonadas,
la niña primavera que se adorna
con joyeles de luz y de esperanza.

Y mayo sabe cómo embellecerla,
cómo bordar los bajos de sus faldas,
llenar sus tiernos dedos de sortijas,
adornar su cabello de guirnaldas.

¡Qué bello matrimonio formarían
si mayo, pasional, aún esperara
un poco a que la niña primavera
pasara de doncella a bella dama!

El bosque es el edén para que pueda
extender ese amor sus bellas alas.

miércoles, 2 de mayo de 2012

CEMENTERIO DE LA OROTAVA


Cuando sople aquí el viento,
todo el cementerio olerá a romero.


Entre las tumbas pasa
sus horas el domingo de paseo.


La gente habla entre sí
mientras riega las flores de sus muertos.


Y los nichos parecen
patios andaluces por sus tiestos.


Sobre las cruces,
entre tules de cielo,
asoma su presencia el dios del fuego,
el Teide paternal que ampara
la paz del cementerio.

Paz cotidiana
que une a vivos y a muertos
mientras huele a romero
infatigable el viento.



viernes, 27 de abril de 2012

EL ÚLTIMO OTOÑO DE BÉCQUER


Allí, delante de mí había unas cuantas octavillas más, grapadas y tituladas todas El último otoño de Bécquer. En la primera octavilla figuraban los autores y las obras de la biblioteca de doña Manuela Monnehay, madrina del poeta, biblioteca que, a partir de 1847, año en que perdió a su madre y fue recogido por aquella, frecuentó asiduamente:
 .-Chateaubriand: El genio del cristianismo, Memorias de ultratumba.
.-Hoffmann: Relatos fantásticos
.-Lord Byron: El peregrinaje de Childe Harold, Melodías hebreas.
 .- Alfred de Musset: Las noches, Lorenzaccio
 .-Víctor Hugo: Nuestra Señora de París, Las Orientales, Las hojas del otoño,      Los cantos del crepúsculo.
.-Espronceda: Poesías, El estudiante de Salamanca.
.-Lamartine: Meditaciones, Armonías poéticas y religiosas
Etcétera

En otra octavilla se especificaba dónde había conocido Bécquer a sus amigos.
 .- A Narciso Campillo en el Colegio de San Telmo de Sevilla en 1846. Dice el propio poeta que "con él escribí (con diez años yo y él con once) un espantable y disparatado drama: Los conjurados, que nuestros maestros hicieron representar en el Colegio."
 .- A Julio Nombela, también en Sevilla, algo más tarde (concretamente en 1853) "con motivo de publicarme un poema el periódico local La Aurora, cuyo director, José Luis Nogués, me lo presentó. Durante aquel año y el siguiente los tres empezamos a planear nuestra marcha a Madrid en busca de la gloria literaria. Todas las noches nos reuníamos en la buhardilla de Campillo para leernos lo que habíamos escrito durante el día; e íbamos guardando en una arqueta de madera los poemas que se aprobaban por unanimidad."
En realidad, yo había ido poniendo esas comillas a lo que yo creía que iban a ser en mi relato las palabras de Bécquer. De hecho, ya había concebido en mi mente parte de la historia, la cual, se iba a llamar precisamente El último otoño de Bécquer. En virtud de ello, en otra octavilla de aquellas yo había ensayado el principio de la narración del siguiente modo:
"Bécquer sabía que aquél iba a ser su último otoño, cuando durante unos cuantos días dio en recordar, no sabía cómo, aquel otro otoño, el primero, que vino a Madrid, cuando, dejando su natural Sevilla, se trasladó a la capital de España en busca de la gloria.
Cuando Bécquer llegó a Madrid, era otoño. Hojas muertas caían de los árboles como sus años, como sus ilusiones. En cuarto otoñal de la calle de Hortaleza el poeta descansa. Seis reales diarios le cuesta este silencio de miseria, esta luz hipotecada, este cubo de cinc para lavar sus sueños. Madrid, como cualquier otro lugar, era una montaña lírica inexpugnable. Las Rimas, como rocas de Sísifo, rodarían impotentes lágrimas abajo. No encontró un cadáver ilustre, como Zorrilla, para cantarle versos de campanas. Su corazón de niebla soñó inútilmente entre los pulmones deshechos por la tisis. El dolorido sentir de su romanticismo, sus Ofelias perdidas y sus sepultureros quedaron sin papel junto a la orilla de frágiles proyectos, junto a claustros húmedos y entre melladas dentaduras de castillos. En otras ciudades, como Soria o Toledo, perseguirá la gloria de igual modo, la gloria que devendrá rayo de luna o mano etérea pulsando los misterios de una ojiva. Sólo la paz de una estatua yacente, a la luz indecisa de una bóveda, le acercó sin miedo hasta el umbral de la querida muerte. La vida de Bécquer siempre fue una vida rota, una vida de otoño, como aquel otoño en que llegó a Madrid."

Dos años antes del viaje a Cataluña nadie habría dado un real por la vida del poeta. La enfermedad crónica de sus pulmones se le agravó por un virus venéreo que contrajo en una relación sexual poco clara. Alguna mujer de las Vistillas o Lavapiés que comerciaba con su cuerpo debió contagiarle una gonorrea tan galopante que a punto estuvo de llevárselo a la tumba. En los huesos se quedó Gustavo, y él que de por sí siempre fue delgado y enfermizo, a duras penas salió adelante. Siempre creyó que sólo la intercesión divina lo había logrado. Por aquel entonces releía Recuerdos y bellezas de España, del poeta catalán Pablo Piferrer, y había visto las páginas dedicadas a la Virgen de Montserrat y al agreste paraje donde se levanta el monasterio dedicado a venerar a la Moreneta. Creyó que igual que había ejercido su influjo benefactor en otras criaturas humanas, lo había hecho en su persona librándole de aquellas horribles calenturas que, efecto de tan vergonzosa enfermedad, a punto estuvieron de acabar con su vida a los 22 años de edad. Así que, decidió nada más verse de pie y con ganas de vivir, realizar un viaje a Cataluña para cumplir la promesa que acababa de hacerse a sí mismo al verse otra vez en el mundo de los vivos. Se lo dijo a unos amigos de Madrid y de todos ellos, que eran muchos, se apuntaron tres de los más fieles, Nombela, García Luna y Rodríguez Correa. Ni Campillo ni Ferrán pudieron acompañarle.
En las dos últimas octavillas yo había escrito cosas sobre lecturas y óperas favoritas de Bécquer; respecto de las primeras, cito sólo, por la importancia que tenía para él, el título de un cuento de Hoffmann que le tenía obsesionado: Las minas de Falún, y respecto de la música que le gustaba más, había dos óperas por las que sentía verdadera devoción: Lohengrin, de Wágner, y Lucía de Lammermoor, de Donizetti.