lunes, 27 de enero de 2014

EL SEPULTURERO



Éste es el primero de los juegos teatrales que presento este año. Con el tiempo, presentaré otros. Que aprovechen todos al lector.
















EL SEPULTURERO

El señor Tano, sepulturero y funerario de la ciudad, y un niño
Al otro lado de la reja del cementerio, el cuidador de las tumbas sale de la capilla y riega las macetas que flaquean la puerta. Por fuera un niño se acerca curioso a la reja.
NIÑO.- Usted es el señor de los funerales.
SEPULTURERO.- Dicho así, sí.
NIÑO.- ¿Es también suya la capilla?
SEPULTURERO.- Sí, también es mía.
NIÑO.- ¿Y el cementerio, las tumbas y las lápidas?
SEPULTURERO.- También.
NIÑO.- ¡Qué bien! Así cuando se muera, lo tiene usted todo en su casa.
(Fundido.)

El sepulturero y el contratista
En la calle, el sepulturero se encuentra al contratista, que no puede evitar seguir adelante sin saludarle.
CONTRATISTA.-  (Le tiende la mano.) Hola, Tano. ¿Cómo te va el negocio del Más Allá? Seguro que pones en él todos tus afanes, ¿eh? Debes defenderlo con todas tus fuerzas.
SEPULTURERO.- (Le estrecha la mano tendida.) Claro, es mi modo de vida. ¿Y los suyos, cómo van? Espero que también.
CONTRATISTA.- (Retira su mano sorprendido.) ¡Qué mano tan fría tienes! Me has dejado helada la mía. Seguro que tienes las manos así tras haber embalsamado un cadáver del frigorífico.
SEPULTURERO.- Siempre las tengo así. Es el oficio.
CONTRATISTA.- Claro, claro, cada uno con lo suyo. A ver si ahora encuentro a Pacífico, el pastelero, y me calienta un poco las manos.
(Fundido.)


El sepulturero a solas
En la funeraria, vestido con una bata blanca y rodeado de cadáveres ensabanados, cada uno con una tarjeta con su nombre colgando de la camilla. Mientras camina entre ellos, les va hablando.
SEPULTURERO.- Señora Dolores, señor Bonifacio, señorita Virtudes, señor Cándido…, buenas noches a todos. (Se detiene ante una camilla y retira levemente la sábana que cubre el cadáver.) ¿Cómo está hoy, señora Consuelo? La veo espléndida, mi querida señora. En vida me dirigió usted la palabra. Pasaba siempre por mi lado como si fuera una estatua. (Va por una silla y se sienta al lado de la camilla. Con una lupa recorre el rostro de la mujer.) ¿Se da usted cuenta, señora Consuelo, de la condición sebácea de sus poros? En vida era usted como de cera. Un trastorno de los poros. Aceite, grasa, granos… Una dieta muy rica en grasas, señora Consuelo, ése fue su mal. Y demasiados pasteles, demasiados dulces y demasiados fritos. ¿Se acuerda, señora Consuelo, de que siempre andaba enorgulleciéndose de su cerebro y considerándome menos que un céntimo bajo la planta de sus pies? Y mientras usted dándole sin parar a las limonadas, a los gintónics, a las sodas. Se creyó usted siempre tan superior a todos… Y mire dónde y cómo se ve ahora. Bien, dejemos la charla, que a nada conduce en estos momentos. (Coge el bisturí y lo acerca a la cabeza de la muerta.)  Le haré una operación perfecta, le cortaré el cuello cabelludo en círculo, le alzaré el cráneo y le extraeré el cerebro. ¿Para qué lo quiere ahora, eh, señora Consuelo? A continuación prepararé una mezcla de caramelos de todos los gustos, colores y tamaños, junto con terrones de azúcar y lo embutiré todo dentro de su cráneo vacío. Finalmente, le pondré una tarjetita que diga “Dulces sueños”. ¿Comprende el chiste, señora Consuelo?
(Fundido.)

El sepulturero y la sorpresa
En la funeraria, junto a otro cuerpo ensabanado.
SEPULTURERO.-  Ahora le toca a usted, señor Valentín. Aunque más bien debiera llamarlo Comático o Cataléptico por la cantidad de comas y catalepsias que ha sufrido a lo largo de su aburrida vida. ¡Hay que ver la lata que usted ha dado al médico! Incluso a mí una vez me privó de hacerle lo que le voy a hacer hoy cuando ya le dábamos `por muerto y se le ocurrió la torpe idea de volver a la vida. Pero ahora, por fin… (Retira la sábana hasta dejar  visible el rostro del muerto, que en ese preciso instante entreabre los párpados y mueve una mano bajo la sábana.)  ¡Ay!, ¿qué es esto? (Vuelve a cubrir la cabeza del anciano mientras, llevándose la mano al corazón, se aparta lleno de espanto.)
ANCIANO.- (Se rebulle bajo la sábana.) ¡Eh!, ¡sáqueme de aquí!
SEPULTURERO.- (Se acerca y retira la sábana de nuevo.) ¡Está usted vivo!
ANCIANO. (Abre completamente los ojos.) Claro que estoy vivo. ¡Dios santo, las cosas que aquí he oído brotar de su boca! (Se incorpora.) Aquí, cubierto por esta maldita sábana, he tenido que escuchar las terribles palabras que le dedica a todos estos pobres difuntos condenados a las barbaridades de sus manos. ¡Monstruo de perversidad! (Mueve la otra mano e intenta desembarazarse de la sábana.) En cuanto pueda, saldré de aquí para ir a ver al alcalde, a la policía, a todo el mundo. Y les contaré lo que hace usted aquí, maldito asesino...
SEPULTURERO.-(Le sujeta un brazo.) ¡No será capaz de hacerlo!
ANCIANO.- Claro que lo haré. En cuanto recupere el movimiento de todo mi cuerpo. La ciudad no puede seguir ignorando las terribles iniquidades que ha estado usted cometiendo con los cadáveres. (Hace gesto de querer levantarse.)
SEPULTURERO.- ¡Ni lo intente! (Saca del bolsillo de la bata una jeringa hipodérmica y la clava en el brazo del anciano que está sujetando.) Y ahora menos.
ANCIANO.- (Mira alrededores busca de ayuda.)  ¡Eh, vosotros! ¡Ayudadme! ¡Libradme de este asesino! (Mira a la ventana, a través de la cual se ven las tumbas del vecino cementerio.)  Y los que estáis ahí, bajo las cruces, bajo las lápidas… ¡Escuchadme antes de que me muera y pase a formar parte de vuestro ejército! (Con voz ahogada.) Este infame me ha asesinado. Y vosotros también habéis sido sus víctimas. ¡No lo consintáis por más tiempo! ¡Hacedle pagar sus crímenes! ¡Haced que nadie más sufra sus ignominias! ¡Acabad con él!
SEPULTURERO.- ¡No pueden hacerme nada! ¡No pueden! (Acaba de inocular el contenido de la jeringa en el brazo del anciano. Luego desclava la aguja de la jeringa y la mete en el bolsillo de su bata.) ¡Sé que no pueden!
ANCIANO.- (Cada vez con voz más baja y ahogada.) ¿A qué esperáis para salir de vuestras tumbas y acabar con sus maldades? ¡Acabad de una vez con este asesino! (Solloza.)
SEPULTURERO.- (Sin dejar de sujerle el brazo.) Es usted un necio, señor Valentín. ¿No comprende que se está muriendo y sólo dice tonterías? ¡Vamos! ¡Muérase de una vez, maldito!
ANCIANO.- (En un último esfuerzo.) ¡Todos fuera de las tumbas! ¡Ayudadme!
SEPULTURERO.- (Muda la voz en un tono de súplica.) ¡Por favor, cállese! ¡Se lo suplico! ¡No soporto oírlo más!
ANCIANO.- (En un hilo de voz y una sonrisa en los labios.) Todos han sufrido por usted, asesino. Pero pronto, esta noche tal vez sé que harán algo. (Sale de sus labios un silbido. Cierra los párpados y muere.)
(La luz que quedaba del día se va de la ventana.)
(Fundido.)

Gente del pueblo, el contratista y el niño.
Al día siguiente, en una parte del cementerio, en un claro, al pie de unos cipreses. Cerca, unas tumbas removidas.
CONTRATISTA.- Hemos recorrido el cementerio de punta a punta y no hemos visto rastro del señor Tano por ningún sitio.
CIUDADANO 1.- Hemos mirado en la capilla y en la funeraria y tampoco está allí.
CIUDADANO 2.-Y todo anda revuelto y patas arriba, como si lo hubiera visitado un huracán de repente.
CIUDADANO 3.- Y en cambio, en la ciudad no hemos notado nada. ¡Esto es muy raro!
NIÑO.- (Señalando las lápidas vecinas sacadas de su sitio.) Pero miren eso. Esas viejas lápidas parecen haber sido removidas recientemente..
(Todos se acercan a las lápidas removidas.)
CONTRATISTA. (Mirando a la tierra con sorpresa.) Y aquí hay sangre reciente.
CIUDADANO 1.- (Dando un paso más.) Y aquí más sangre y un rastro en el suelo como de algo que ha sido arrastrado.
NIÑO.- (Adelantándose a todos. Junto a una de las lápidas removidas) ¡Eh, miren esto! Alguien ha escrito con sangre el nombre del señor Tano en esta lápida.
CIUDADANO 2. -(Se acerca a otra lápida.) ¡Y en esta también!
CIUDADANO 3.-(Junto a una tercera lápida.) ¡Aquí también está escrito su nombre!
CONTRATISTA.- (Acercándose al grupo con estupor.) ¡Pero no es posible que esté el señor Tano enterrado bajo todas estas lápidas!
NIÑO.- ¿Por qué no? Los milagros existen.
(Fundido.)
FIN

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