Recién inaugurado febrero, entre la lluvia, el sol y el frío, acudo al recuerdo del poeta extremeño Félix Grande, nacido en Mérida en 1937 y fallecido hace unos días en Madrid. Aún huele a tinta fresca su último poemario, Libro de familia, donde aparece su infancia, la posguerra, su madre, su mujer, la música de Bach, el flamenco, César Vallejo y Antonio Machado, entre otras referencias. Había obtenido los premios Adonais (en 1963 con Las piedras) o el Premio Nacional de Poesía (con Las rubáiyátas de Horacio Martín), entre otros. Ahora que el golpetazo de la muerte aún resuena, no puedo dejar de tener muy presentes los versos de su Poética referidos precisamente a cantar la vida:
“Tal como están las cosas
tal como va la herida
puede venir el fin
desde cualquier lugar
Pero caeré diciendo
que era buena la vida
y que valía la pena
vivir y reventar
Puedo morir de insomnio
de angustia o de terror
o de cirrosis o de
soledad o de pena
Pero hasta el mismo fin
me durará el fervor
que moriré diciendo
que la vida era buena
Puedo quedar sin casa
sin gente sin visita
descalzo y sin mendrugo
ni nada en mi alacena
Sospecho que mi vida
será así y está escrita
Pero caeré diciendo
que la vida era buena
Puede matarme el asco
la vergüenza o el tedio
o la venal tortura
o una bomba homicida
ni este mundo ni yo
tenemos ya remedio
Pero caeré diciendo
que era buena la vida
Tal como están las cosas
mi corazón se llena
de puertas que se cierran
por cansancio o temor
pero caeré diciendo
que la vida era buena:
la quiero para siempre
con muchísimo amor.”
La dura vida amada, añado yo.
La dura vida amada, añado yo.
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