martes, 14 de enero de 2014

LUIS CERNUDA Y LA POESÍA DE LA MEDITACIÓN









Releyendo la revista La caña gris, homenaje que unos cuantos poetas y escritores valencianos, entre ellos Francisco Brines, dedicaron a Cernuda un año antes de la muerte del poeta, me fijo en la colaboración de José Ángel Valente (Orense, 1929- Ginebra, 2000), cuyo título es el de la presente entrada.
En dicha colaboración, que comienza lamentando la parquedad con que la crítica ha tratado la obra de Cernuda, Valente arranca su examen del reconocimiento de un doble hecho no señalado: la obra de Cernuda, además de ofrecernos una poesía de inusuada calidad, conlleva una renovación del espíritu y la letra del verso castellano. Y saca a colación lo que Unamuno escribió respecto a la poesía más próxima a él, la de Zorrilla o Núñez de Arce por un lado y el movimiento modernista por otro: “Nuestra poesía española es, en cuanto al fondo, pseudopoesía, huera descripción o elocuencia rimada, y en cuanto a la forma, música de bosquímanos (sic), tamborilesca, machacona, en que el compás mata al ritmo.” Y es que Unamuno buscaba lo que califica una “poesía meditativa”. Y esto es lo que Cernuda aporta a la tradición inmediata, una poesía de la meditación. Sentada así la base de su artículo, Valente afirma que la obra de Cernuda se orienta hacia dos polos: “la sumisión de la palabra al pensamiento poético y el equilibrio entre el lenguaje escrito y el hablado (punto este último tratado por José Hierro en este mismo homenaje)”. En efecto, Cernuda en gran parte de La realidad y el deseo injertó en nuestra tradición elementos de la tradición europea abandonados por nosotros. Y ha sido la incorporación de esos elementos en su poesía de forma natural lo que le ha convertido en un maestro que ha influido entre los escritores de la posguerra y en los más jóvenes.
En Historial de un libro ha hecho constar su deuda contraída con Rimbaud o Mallarmé y analizado su etapa superrealista, anterior a las Invocaciones (1934-35), de cuya época data el descubrimiento de Hölderlin, otro de los poetas que más influyeron en Cernuda. Y respecto de la escritura de Las Nubes (1937-40) y Como quien espera el alba (1941-44), conviene recordar que son contemporáneos de su nueva y dolorosa experiencia de desterrado en Inglaterra a raíz de la guerra civil, y del conocimiento atento de la poesía inglesa. Cernuda dice a propósito: “Aprendí mucho de la poesía inglesa, sin cuya lectura y estudio mis versos serían hoy otra cosa.”
  Volviendo a la poesía meditativa que defendía Unamuno y a la obra poética del rector de Salamanca, Valente afirma que Unamuno representa en la línea de desarrollo de la poesía española “el antecedente más directo y en cierto modo único de determinadas características esenciales de la obra de madurez de Cernuda.” Y es que en la poesía de ambos aparecen elementos de la tradición europea relacionados con “la necesidad imperiosa de someter al ritmo interior del pensamiento poético el brillo pródigo de la genialidad verbal.” Asimismo, la obra de los “metafísicos” o de quienes cultivan la poesía meditativa, cuya característica fundamental es la “mezcla particular de pasión y pensamiento”, línea representada entre otros por Blake, Wordsworth, Hopkins, Dickinson, Yeats, Eliot y Rilke, se identifica con el rasgo central de la obra de madurez de Cernuda.
A continuación Valente afirma que “la unificación de la experiencia es la culminación y virtud última del proceso poético” de Cernuda, y cita estos versos de uno de los poemas de Vivir sin estar viviendo: “Cuando en ella ( en la obra) un momento se unifican, / tal unos son amante, amor y amado, / los tres complementarios luego y antes dispersos: / el deseo, la rosa y la mirada.” ( El subrayado es nuestro.). Va concluyendo el ensayista que la obra de Cernuda posterior a 1937 responde “al movimiento peculiar del poema meditativo”, y a partir de Las Nubes se afirma el sentido de la composición, que es “la capacidad de servidumbre del medio verbal, que no ha de tener ni más ni menos desarrollo que el necesario para que el objeto del poema agote en la forma poética todas sus posibilidades de manifestación o de existencia.”
Y en cuanto al sentido último del proceso creador, Cernuda, al examinar la poesía de San Juan de la Cruz, uno de nuestros más excelentes poetas  meditativos, lo formula diciendo que en el poeta místico la belleza y la pureza literarias coinciden con la belleza y pureza de su espíritu, “resultado de una actitud ética y de una disciplina moral.” Al hablar así, Cernuda revela otro elemento esencial de su poesía: “el subsuelo ético en que se fundamenta su propia meditación poética.” Conclusión final de Valente sobre la obra de madurez de Cernuda: “Por su triple contextura intelectual, estética y moral ha de considerarse esa obra como una de las piezas capitales en el desarrollo contemporáneo de nuestra poesía.”

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