Releyendo la revista La caña gris, homenaje que unos cuantos poetas y escritores valencianos, entre ellos Francisco Brines, dedicaron a Cernuda un año antes de la muerte del poeta, me fijo en la colaboración de José Ángel Valente (Orense, 1929- Ginebra, 2000), cuyo título es el de la presente entrada.
En dicha colaboración, que comienza lamentando la parquedad con que la crítica ha tratado la obra de Cernuda, Valente arranca su examen del reconocimiento de un doble hecho no señalado: la obra de Cernuda, además de ofrecernos una poesía de inusuada calidad, conlleva una renovación del espíritu y la letra del verso castellano. Y saca a colación lo que Unamuno escribió respecto a la poesía más próxima a él, la de Zorrilla o Núñez de Arce por un lado y el movimiento modernista por otro: “Nuestra poesía española es, en cuanto al fondo, pseudopoesía, huera descripción o elocuencia rimada, y en cuanto a la forma, música de bosquímanos (sic), tamborilesca, machacona, en que el compás mata al ritmo.” Y es que Unamuno buscaba lo que califica una “poesía meditativa”. Y esto es lo que Cernuda aporta a la tradición inmediata, una poesía de la meditación. Sentada así la base de su artículo, Valente afirma que la obra de Cernuda se orienta hacia dos polos: “la sumisión de la palabra al pensamiento poético y el equilibrio entre el lenguaje escrito y el hablado (punto este último tratado por José Hierro en este mismo homenaje)”. En efecto, Cernuda en gran parte de La realidad y el deseo injertó en nuestra tradición elementos de la tradición europea abandonados por nosotros. Y ha sido la incorporación de esos elementos en su poesía de forma natural lo que le ha convertido en un maestro que ha influido entre los escritores de la posguerra y en los más jóvenes.
En Historial de un libro ha hecho
constar su deuda contraída con Rimbaud o Mallarmé y analizado su etapa
superrealista, anterior a las Invocaciones (1934-35), de cuya
época data el descubrimiento de Hölderlin, otro de los poetas que más
influyeron en Cernuda. Y respecto de la escritura de Las Nubes (1937-40) y Como
quien espera el alba (1941-44), conviene recordar que son contemporáneos
de su nueva y dolorosa experiencia de desterrado en Inglaterra a raíz de la
guerra civil, y del conocimiento atento de la poesía inglesa. Cernuda dice a
propósito: “Aprendí mucho de la poesía inglesa, sin cuya lectura y estudio mis
versos serían hoy otra cosa.”
Volviendo a la
poesía meditativa que defendía Unamuno y a la obra poética del rector de
Salamanca, Valente afirma que Unamuno representa en la línea de desarrollo de
la poesía española “el antecedente más directo y en cierto modo único de determinadas
características esenciales de la obra de madurez de Cernuda.” Y es que en la
poesía de ambos aparecen elementos de la tradición europea relacionados con “la
necesidad imperiosa de someter al ritmo interior del pensamiento poético el
brillo pródigo de la genialidad verbal.” Asimismo, la obra de los “metafísicos”
o de quienes cultivan la poesía meditativa, cuya característica fundamental es
la “mezcla particular de pasión y pensamiento”, línea representada entre otros
por Blake, Wordsworth, Hopkins, Dickinson, Yeats, Eliot y Rilke, se identifica
con el rasgo central de la obra de madurez de Cernuda.
A continuación Valente afirma que “la unificación de
la experiencia es la culminación y virtud última del proceso poético” de
Cernuda, y cita estos versos de uno de los poemas de Vivir sin estar viviendo:
“Cuando en ella ( en la obra) un momento se
unifican, / tal unos son amante,
amor y amado, / los tres complementarios luego y antes dispersos: / el deseo, la rosa y la mirada.” ( El
subrayado es nuestro.). Va concluyendo el ensayista que la obra de Cernuda
posterior a 1937 responde “al movimiento peculiar del poema meditativo”, y a
partir de Las Nubes se afirma el sentido de la composición, que es “la
capacidad de servidumbre del medio verbal, que no ha de tener ni más ni menos
desarrollo que el necesario para que el objeto del poema agote en la forma
poética todas sus posibilidades de manifestación o de existencia.”
Y en cuanto al sentido último del proceso creador,
Cernuda, al examinar la poesía de San Juan de la Cruz, uno de nuestros más
excelentes poetas meditativos, lo
formula diciendo que en el poeta místico la belleza y la pureza literarias
coinciden con la belleza y pureza de su espíritu, “resultado de una actitud
ética y de una disciplina moral.” Al hablar así, Cernuda revela otro elemento
esencial de su poesía: “el subsuelo ético en que se fundamenta su propia
meditación poética.” Conclusión final de Valente sobre la obra de madurez de
Cernuda: “Por su triple contextura intelectual, estética y moral ha de
considerarse esa obra como una de las piezas capitales en el desarrollo
contemporáneo de nuestra poesía.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario