viernes, 9 de diciembre de 2011

Mónologo del preso


MONÓLOGO DEL PRESO

Adaptación muy libre de un poema
del chileno Víctor Domingo Silva (1882-1960)

No saben ustedes lo guapa que era la americanita, la hija mayor de mi patrón mister Edward. Marylin de nombre pero que nosotros la llamábamos cariñosamente Lin.
Era rubia como el oro y más bonita que un día de sol.
(Pausa.)
Todavía recuerdo el alboroto que formaba cuando aparecía por la hacienda montada en su caballo Carbonero, negro y bello como una noche de verano, una mano en el lazo y otra en la rienda, chaqueta de cuero larga y pantalones tejanos. Iba ella mejor a caballo que todos nosotros juntos andando, y cuidado con que alguien hiciera el menor comentario negativo sobre la señorita y su manera de montar.
Una vez se le ocurrió a un lechuguino criticar la forma de montar de Lin, y poco le duró la crítica en la boca pues de un solo golpe de su lazo la señorita lo sacó de la silla de su caballo limpiamente.
(Pausa.)
Todos la queríamos a rabiar, se lo juro, y cuando se ausentaba de la hacienda para hacer algún recado en la capital, más la echábamos de menos a ella que al vino de las fiestas.
Lin tocaba a la perfección el acordeón y la guitarra, y en los rodeos, corriendo vacas con su corcel Carbonero, nos superaba a todos con una gracia y una elegancia dignas de premio.
(Pausa más larga.)
Pasó el tiempo. Se fue la señorita a vivir a la capital. Resultó para todos una verdadera desgracia verse privados de su belleza y alegría. Fue tan grande la pena que nos entró, que nos dio por beber sin freno y hasta olvidábamos a ratos la faena. Hasta que nos enteramos de que se había casado y que se iba a América. Incluso vimos en los papeles la noticia de su boda y a ella vestida de novia con un ramo de flores de azahar. Tan bonita como siempre. Y al novio más contento que unas castañuelas. ¡Cómo no iba a estarlo si se había llevado la flor de estos lugares, la luz que para nosotros relucía más que una estrella de Navidad.

(Pausa.)
Déjeme que haga memoria, como cada uno aprecia lo que tiene, ponga atención en lo que viene ahora, que es lo mejor de esta historia. Dicen que el marido era malo y muy celoso y un día nos dijeron que se había vuelto loco porque le había dicho ella en un momento de sinceridad que no estaba segura de si lo quería de verdad o no, y sin darle tiempo a explicarle sus dudas, desenfundó la pistola y la mató de un tiro.
(Pausa larga.)
¿Que por qué estoy aquí? Por muy poca cosa. Un día que acompañé al patrón a comprar ganado a la capital me perdí en la plaza y oí hablar del suceso del asesinato de la señorita, y un forastero
faltón y voceras por demás, con la boca caliente de tanto hablar de lo que desconocía, se permitió decir que la señorita Lin había llevado su merecido porque era una… ¡Señor! ¡Cómo iba
a ser eso mi patroncita! Y sin esperar un segundo, me llegué al forastero faltón, le llamé mal
nacido y saqué a relucir a todos sus parientes sin dejar a nadie, y como quiso pasarse de valiente y bravucón, lo desafié a pelear de hombre a hombre y en menos que canta un gallo lo cosí a cuchilladas por deslenguado.
(Pausa.)
Ni me arranqué corriendo ni me escondí de nadie. Fui hecho preso. ¿Por qué andar con
engaños? Me abrieron proceso y, demostrada mi culpabilidad, me condenaron a veinte años. Soy un reo, un penado. ¿Y que hay con eso?
FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario