domingo, 4 de diciembre de 2011

Lafamilia en la literatura española


La relación padre-hijo y viceversa

La relación padre-hijo o viceversa presenta variantes contrapuestas en nuestra literatura.
El aspecto positivo lo vemos en las Coplas por la muerte de su padre (1479),
de Jorge Manrique, o en El alcalde de Zalamea (1639), de
Calderón de la Barca. El negativo aunque con final feliz, en La vida es sueño (1635), del
dramaturgo anterior, y, de consecuencias terribles, en La tierra de Alvargonzález
(1912), de Antonio Machado. Si bien existen hechos en que la relación padre-hijo
adquieren tintes dramáticos porque interviene el elemento patriótico, como es
el caso de Guzmán el Bueno, que, siendo gobernador de Tarifa, prefiere la
defensa e integridad de la ciudad a la vida de su propio hijo, acompañando su
patriótica decisión con el ya mítico gesto de arrojar desde la muralla a los
sarracenos, que tienen de rehén a su hijo, su propio cuchillo para que le den
muerte; tema llevado a la literatura entre otros por Antonio Gil de Zárate, en
su drama histórico titulado precisamente Guzmán el Bueno (1842).

En las Coplas, además de hablar de la fugacidad de la vida y sus elementos materiales, del
paso inexorable del tiempo y del poder igualatorio de la muerte, entre otras
cosas, el hijo poeta presenta a su padre como un dechado de virtudes, entre las
que destacan la aceptación de la muerte con resignación cristiana. He aquí unas
cuantas estrofas donde se aprecia el homenaje final, la ternura y el amor que
un hijo siente por su padre fallecido:
“Aquel de buenos abrigo,
amado, por virtuoso,
de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
y tan valiente;
sus hechos grandes y claros
no cumple que los alabe
pues los vieron;
ni pretendo hacerlos caros,
ya que el mundo todo sabe
cuáles fueron.

Amigo de sus amigos,
¡qué señor para criados
y parientes!
¡Qué enemigo de enemigos!
¡Qué maestro de esforzados
y valientes!
¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
¡Qué razón!
¡Qué benigno a los sujetos!
¡A los bravos y dañosos,
¡qué león!
Luego sigue una larga lista de virtudes en comparación con figuras ilustres de la historia
pasada: bondadoso como Trajano, generoso como Tito, clemente como Antonio Pío,
elocuente como Adriano, etcétera, etcétera.
Acaban las Coplas con la visita que le hace la Muerte en su villa de Ocaña invitándole a dejar este mundo engañoso y perecedero para entrar en otra vida mejor y perdurable. Obviamente, como buen cristiano, el maestre consiente de buen grado:
“No tengamos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
es locura.”
Y tras pedir perdón a Jesús, exhala su último aliento rodeado de su familia. De este modo
pinta el poeta, su hijo, ese momento:
“Así, con tal entender ,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio
--el cual la ponga en el cielo,
en su gloria--,
que aunque la vida perdió,
dejónos harto consuelo
su memoria.”

En El alcalde de Zalamea, se cuenta la historia del alcalde Pedro Crespo.
Éste, un rico labrador viudo entrado en años, es feliz porque tiene cuanto puede desear ya que la vida le ha concedido unos hijos buenos y disfruta de una bien ganada fama de hombre honesto. Hasta que un día Isabel, su querida hija es violada por el capitán Álvaro de Ataide, que se alojaba en casa del labrador.
La hija se lo cuenta al padre y éste, viendo afligido que, tras rogar al infractor que repare el daño que ha hecho casándose con la ofendida, recibe como respuesta la burla y la vejación, manda, como alcalde, primero apresarlo y luego ajusticiarlo con el garrote, amparándose en la convicción de que
“Al rey la hacienda
y la vida se ha de dar;
pero el honor
es patrimonio del alma,
y el alma sólo es de Dios.”
Y cuando el propio rey, Felipe II, le recrimina el hecho de haberlo ajusticiado con garrote
en vez de degollarlo como le correspondía por ser capitán y caballero, Pedro Crespo le contesta sabiamente:
“Señor, como los hidalgos
viven tan bien por acá,
el verdugo que tenemos
no ha aprendido a degollar.
Y esa es querella del muerto,
que toca a su autoridad
y hasta que él mesmo se queje
no les toca a los demás.”

En La vida es sueño, Basilio, rey de Polonia, advertido por los adivinos del reino que el hijo que tenga se levantará contra él, nada más nacer Segismundo, lo manda encerrar en un calabozo, donde será educado y cuidado de la mejor manera. Pasado el tiempo, arrepentido el rey de su fea acción, manda sacar del calabozo a su primogénito tras narcotizarlo para que crea que todo ha sido un sueño. Pero Segismundo se comporta en la corte de manera indebida y hasta arroja por el balcón del palacio a un cortesano que le replica. Basilio, juzgando que sería muy peligroso que un hombre así de cruel y despótico sería un mal rey, vuelve a narcotizar a Segismundo y a encerrarlo en la prisión nuevamente. El monólogo a que da lugar esta situación es ya antológico:
“Yo sueño que estoy aquí
de estas prisiones cargado
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida?, un frenesí;
¿qué es la vida?, una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.”
Pero a todo esto, el pueblo se ha sublevado a favor de Segismundo, a quien considera
legítimo heredero del trono. Éste, una vez liberado, lucha contra su padre y lo vence. Basilio, al verse arrodillado ante su hijo, se convence de la verdad de los vaticinios. Sin embargo, Segismundo, gracias a la experiencia pasada, que le ha cambiado el carácter, se comporta generosamente con su padre, quien le nombra su heredero.

Peor sin duda es lo que acontece en La tierra de Alvargonzález (el propio autor escribió un
cuento-leyenda con el mismo motivo), en que Alvargonzález sueña un día junto a la fuente que sus hijos mayores lo matan,
“Los dos mayores se alejan
por los rincones del sueño.
Entre los dos fugitivos
reluce un hacha de hierro.”
Al despertar ve que era verdad; luego los parricidas lo arrojan al fondo de la Laguna Negra con
una piedra atada a los pies. La suerte quiso que a un buhonero que pasaba por aquellas tierras le culparan del crimen. Con lo que los asesinos pudieron heredar las tierras de Alvargonzález impunemente.
“Pasados algunos meses,
la madre murió de pena.
Los que muerta la encontraron
dicen que las manos yertas
sobre su rostro tenía,
oculto el rostro con ellas.”
Pero si bien durante un tiempo las tierras siguieron dándoles fruto, pronto se tornaron
estériles, y la pobreza, junto con el remordimiento, hundió la vida y el ánimo de los parricidas.
“A los dos Alvargonzález
maldijo Dios en sus tierras,
y al año pobre siguieron
largos años de miseria.”
Hasta que un día el hermano menor, Miguel, que se hallaba en las Indias, volvió rico dispuesto a
afincarse en la aldea donde había nacido. Para ello empezó comprándoles a sus hermanos parte de la tierra, la cual, trabajada de sol, a sol, volvió a mostrarse fértil, mientras que las de los asesinos se tornaban más estériles que nunca.
Desesperados, se las vendieron a su hermano mientras la envidia les comía el corazón. Hasta que una noche se asomaron al huerto y vieron un hombre encorvado sobre la tierra.
“Mírale—dijo uno al otro--;
hasta de noche trabaja.”
Acto seguido le gritaron, pero aquel hombre no era Miguel, sino el viejo Alvargonzález. “Los mayores volvieron a sentir en sus venas la sangre de Caín, y el recuerdo del crimen les azuzaba al crimen.” Y mataron al hermano menor ahogándolo en la presa del molino. Y otra vez las tierras de Alvargonzález pasaron a ser suyas, y de nuevo volvieron a cosechar felizmente el primer año;
pero al segundo, la tierra se empobreció otra vez. Y un día, mientras uno de ellos abría un surco con el arado y al volver la cabeza veía que el surco se cerraba, el otro hermano comprobaba que al arrancar las malas hierbas de la huerta de la tierra brotaba sangre.
El remordimiento de los crímenes que habían cometido con su padre y su hermano pequeño se hizo tan insoportable que decidieron acabar con él de una vez. Tomaron el camino de la Laguna Negra y al llegar a las rocas que la circundan, gritaron “¡Padre!”. “Y cuando en los huecos de las rocas el eco repetía: ¡Padre! ¡Padre! ¡Padre!, ya se los había tragado el agua de la laguna sin fondo.”

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