La familia como protagonista colectivo
Volviendo a la familia como protagonista colectivo de la obra, nuestra Literatura muestra
variados ejemplos. Uno de ellos es el que Pío Baroja retrata en La casa de Aizgorri (1900), primera novela de las tres que forman la trilogía titulada Tierra vasca.
Escrita en forma dialogada, La casa de Aizgorri pinta una familia semifeudal, cuyo jefe, don Lucio, construye una destilería de aguardiente y le da tanto a la bebida que muere a causa de ella. Pero eso no es lo peor, sino que a sus hijos Luis y Águeda les deja como herencia una fortuna
hipotecada y la inminente quiebra. Luis, heredero de los vicios de su padre, prefiere huir de la casa el mismo día de la muerte de su progenitor, mientras que Águeda, de corazón noble y carácter valiente, intenta sacar adelante la herencia de su padre y, ayudada por el dueño de una pequeña fundición que hipoteca para ese fin, convierte la destilería en hospital. Sin embargo, la
nueva empresa fracasa incluso antes de llevarse a cabo.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8hT8QT_kBpvyRkI3QColHru6-b-kD-xky8SxRyw_J9jb3tzwn2UrdF4MPab2Wi7PC-Cpx0N1DavzVFlOFFd9t2yiRm4hoNlthOcgl27CLdOjsswOji6qrLddKjt-eEdPWQoFVtu8dWV0/s400/baroja%255B1%255D.jpg)
Veamos un fragmento del diálogo que mantienen Águeda y don Julián, el médico del pueblo
antes de la muerte de don Lucio, padre de aquélla, sobre los efectos del alcohol.
antes de la muerte de don Lucio, padre de aquélla, sobre los efectos del alcohol.
“Don Julián.—Es que los efectos del alcohol son lentos. El daño que hace en el padre se
manifiesta en el hijo o en el nieto.
Águeda.-- ¿Y usted cree que en nuestro pueblo ha sucedido algo de eso?
Don Julián.-- ¡Ya lo creo! Arbea era uno de los pueblos más fuertes de las provincias
vascongadas, pueblo de agricultores, semibárbaros, que vivía en este valle hundido. Los Aizgorris, tus antepasados, eran los señores,, los jaunchos, como los llamaban aquí, gente aguerrida, con la hermosa crueldad del salvaje; hombres enérgicos, de músculos y de corazón duros como el acero. Vino tu abuelo y puso la fábrica, excitado por el lucro, y poco a poco el alcohol fue infiltrándose y la degeneración cundió por todas partes.
Águeda.—Y de los padres ha pasado a los hijos, ¿verdad?
Don Julián.—Ahí está, precisamente, el mayor mal. Ése es el aspecto más triste de los efectos
del alcohol: no mata, pero hace degenerar a la descendencia, seca las fuentes de la vida. Así los hijos nacidos, desequilibrados y enclenques, pagan las culpas de los padres, por esa fatalidad inexorable de la herencia. (Contemplando a Águeda, que está pensativa y ensimismada.) ¿En qué pìensas?
Águeda.—Pienso en la obra funesta de mi familia. (Sonriendo con tristeza.) Porque, para usted,
nosotros hemos sido los envenenadores del pueblo.”
Una familia especial es la que vive en casa de don Ramón de Villaamil, protagonista de la
novela de Galdós Miau (1888).
Villaamil es un anciano funcionario de Hacienda que próximamente va a quedar cesante en la
empresa donde ha trabajado toda su vida, y ahora su máxima aspiración es trabajar los dos meses que le faltan para conseguir una pensión que les permita a él y a su familia vivir dignamente. Para ello, debe encontrar buenas recomendaciones, y mientras pedir ayuda a los amigos y endeudarse. Su más fiel colaborador es Luis Cadalso, su nieto, que ejerce de cartero de su abuelo continuamente. El pequeño vive con su familia materna tras la trágica muerte de su madre. Convive con tres mujeres: doña Pura, Milagros y Abelarda; unas apasionadas de la buena
vida y asiduas asistentes a la ópera. Por su aspecto relamido, sus facciones menudas y aniñadas y sus pretensiones de aparentar son llamadas «las Miau». Fingen constantemente y amargan la vida de don Ramón con su inconsciencia, frivolidad y estupidez. No se conforman con llevar una vida media, sino que buscan la manera de continuar perteneciendo a la clase acomodada mediante préstamos y empeños constantes.
Con el continuo ir y venir de Luis con las cartas de su abuelo, las salidas a la ópera de las
mujeres y la penuria económica, comienza a dibujarse en la casa una trágica normalidad, que empieza a hundir a Villaamil. Pero entonces llega la sorpresa: aparece el padre de Luis, Víctor Cadalso, que también trabaja en la Administración. Pero a diferencia de Villaamil, no basa su trabajo en la honradez. Víctor se instala en la casa, y a lo largo de su estancia genera continuos conflictos. Seduce a Abelarda prometiéndole amor eterno, sólo para pasar el rato, y cuando ella le
confiesa que también está enamorada, la abandona.
Una deuda contraída con su hermana, lleva a Víctor a entregarle a su hijo. Esto, unido a
su ascenso en la empresa y a la impotencia que siente don Ramón por no poder colocarse, genera tal sentimiento de frustración en él que, cuando se formaliza la boda de su hija y observa que ya no será necesario para su familia, económicamente hablando, se quita la vida.
manifiesta en el hijo o en el nieto.
Águeda.-- ¿Y usted cree que en nuestro pueblo ha sucedido algo de eso?
Don Julián.-- ¡Ya lo creo! Arbea era uno de los pueblos más fuertes de las provincias
vascongadas, pueblo de agricultores, semibárbaros, que vivía en este valle hundido. Los Aizgorris, tus antepasados, eran los señores,, los jaunchos, como los llamaban aquí, gente aguerrida, con la hermosa crueldad del salvaje; hombres enérgicos, de músculos y de corazón duros como el acero. Vino tu abuelo y puso la fábrica, excitado por el lucro, y poco a poco el alcohol fue infiltrándose y la degeneración cundió por todas partes.
Águeda.—Y de los padres ha pasado a los hijos, ¿verdad?
Don Julián.—Ahí está, precisamente, el mayor mal. Ése es el aspecto más triste de los efectos
del alcohol: no mata, pero hace degenerar a la descendencia, seca las fuentes de la vida. Así los hijos nacidos, desequilibrados y enclenques, pagan las culpas de los padres, por esa fatalidad inexorable de la herencia. (Contemplando a Águeda, que está pensativa y ensimismada.) ¿En qué pìensas?
Águeda.—Pienso en la obra funesta de mi familia. (Sonriendo con tristeza.) Porque, para usted,
nosotros hemos sido los envenenadores del pueblo.”
Una familia especial es la que vive en casa de don Ramón de Villaamil, protagonista de la
novela de Galdós Miau (1888).
Villaamil es un anciano funcionario de Hacienda que próximamente va a quedar cesante en la
empresa donde ha trabajado toda su vida, y ahora su máxima aspiración es trabajar los dos meses que le faltan para conseguir una pensión que les permita a él y a su familia vivir dignamente. Para ello, debe encontrar buenas recomendaciones, y mientras pedir ayuda a los amigos y endeudarse. Su más fiel colaborador es Luis Cadalso, su nieto, que ejerce de cartero de su abuelo continuamente. El pequeño vive con su familia materna tras la trágica muerte de su madre. Convive con tres mujeres: doña Pura, Milagros y Abelarda; unas apasionadas de la buena
vida y asiduas asistentes a la ópera. Por su aspecto relamido, sus facciones menudas y aniñadas y sus pretensiones de aparentar son llamadas «las Miau». Fingen constantemente y amargan la vida de don Ramón con su inconsciencia, frivolidad y estupidez. No se conforman con llevar una vida media, sino que buscan la manera de continuar perteneciendo a la clase acomodada mediante préstamos y empeños constantes.
Con el continuo ir y venir de Luis con las cartas de su abuelo, las salidas a la ópera de las
mujeres y la penuria económica, comienza a dibujarse en la casa una trágica normalidad, que empieza a hundir a Villaamil. Pero entonces llega la sorpresa: aparece el padre de Luis, Víctor Cadalso, que también trabaja en la Administración. Pero a diferencia de Villaamil, no basa su trabajo en la honradez. Víctor se instala en la casa, y a lo largo de su estancia genera continuos conflictos. Seduce a Abelarda prometiéndole amor eterno, sólo para pasar el rato, y cuando ella le
confiesa que también está enamorada, la abandona.
Una deuda contraída con su hermana, lleva a Víctor a entregarle a su hijo. Esto, unido a
su ascenso en la empresa y a la impotencia que siente don Ramón por no poder colocarse, genera tal sentimiento de frustración en él que, cuando se formaliza la boda de su hija y observa que ya no será necesario para su familia, económicamente hablando, se quita la vida.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3Wi_OeZuwTD4t8EnoyiN5lLH0kIaexknCyNk3Ho5zKVBN56SpirYgPBv3xZulKjMbnmKGDVWiq7wTUYvmxsHRnUtut2ed9lZGgoLFfTaBnpfNsO_B-m_W5V-4r9TrGb6JKdwiXEncMdI/s400/images%255B3%255D.jpg)
Leamos un pasaje de la novela en el que doña Pura recrimina a su marido don Ramón su falta de carácter comparándolo al de Víctor Cadalso, su yerno:
“Era el más bruto de la oficina. Ya se sabía; descubierta una barbaridad, todos decían:
“Cucúrbitas”. Después ni un día cesante, y siempre para arriba. ¿Qué quiere decir esto? Que será muy bruto, pero que entiende mejor que tú la aguja de marear. ¿Y crees que no se hace pagar a tocateja el despacho de los expedientes?
--Cállate, mujer.
--¡Inocente!... Ahí tienes por lo que estás como estás, olvidado y en la miseria; por no tener
ni pizca de trastienda y ser tan devoto de San Escrúpulo bendito. Créeme, eso ya no es honradez, es sosería y necedad. Mírate en el espejo de Cucúrbitas; él será todo lo melón que se quiera, pero
verás cómo llega a director, quizá a ministro. Tú no serás nunca nada, y si te colocan, te darán un pedazo de pan, y siempre estaremos lo mismo (acalorándose). Todo por tus gazmoñerías, porque no te haces valer, porque fray Modesto ya sabes que no llegó nunca a ser guardián. Yo que tú, me iría a un periódico y empezaría a vomitar todas las picardías que sé de la Administración, los enjuagues que han hecho muchos que hoy están en candelero. Eso, cantar claro, y caiga el que caiga…, desenmascarar a tanto pillo… Ahí duele. ¡Ah!, entonces verías cómo les faltaba tiempo para colocarte; verías cómo el director mismo entraba aquí, sombrero en mano, a suplicarte que
aceptaras la credencial.
--Mamá, que es tarde—dijo Abelarda desde la puerta, poniéndose la toquilla.
--Ya voy. Con tantos remilgos, con tantos miramientos como tú tienes, con eso de llamarles a
todos dignísimos y ser tan delicado y tan de ley que estás siempre montado al aire como los brillantes, lo que consigues es que te tengan por un cualquiera. Pues sí (alzando el grito), tú
debías ser ya director, como esa es luz, y no lo res por mandria, por apocado, porque no sirves para nada, vamos, y no sabes vivir. No; si con lamentos y con suspiros no te van a dar lo que pretendes. Las credenciales, señor mío, son para los que se las ganan enseñando los colmillos. Eres inofensivo, no muerdes, ni siquiera ladras, y todos se ríen de ti. Dicen: “¡Ah, Villaamil, qué
honradísimo es! ¡Oh!, el empleado probo…” Yo, cuando me enseñan un probo, le miro a ver si tiene los codos fuera. En fin, que te caes de honrado. Decir honrado, a veces es como decir ñoño. Y no es eso, no es eso. Se puede tener toda la integridad que Dios manda, y ser un hombre que mire por sí y por la familia…
--Déjame en paz—murmuró Villaamil desalentado, sentándose en una silla y derrengándola.
--Mamá—repetía la señorita, impaciente.
--Ya voy, ya voy.
--Yo no puedo ser sino como Dios me ha hecho—declaró el infeliz cesante--. Pero ahora no se
trata de que yo sea así o asado; trátase del pan de cada día, del pan de mañana. Estamos como queremos, si… tenemos cerrado el horizonte por todas partes. Mañana…
--Dios no nos abandonará—dijo Pura intentando robustecer su ánimo con esfuerzos de esperanza, que parecían pataleos de náufrago--. Estoy tan acostumbrada a la escasez, que
la abundancia me sorprendería y hasta me asustaría… Mañana…
No acabó la frase ni aun con el pensamiento. Su hija y su hermana le daban tanta prisa, que
se arregló apresuradamente.”
Otra familia igualmente singular, es la que Carmen Laforet retrata en Nada (1944), novela que
obtuvo el recién inaugurado premio Nadal. En ella Andrea, una joven canaria, que viene a Barcelona a estudiar en la Universidad, se instala en el piso su abuela, situado en la calle de Aribau. Allí se encontrará con una familia cuyos miembros son cada cual más raro y conflictivo. Junto a la anciana viven sus hijos Angustias, Román y Juan y Gloria, la mujer de este último. La primera es una beata hipócrita que acosa a la sobrina advirtiéndole de los peligros que encierra la sociedad, cuando ella no tiene reparo alguno en mantener relaciones sexuales con un casado y para evitar el qué dirán se marcha de casa para meterse monja. Román es el tío pintor y bohemio, que vive al margen de las convenciones sociales. Mientras que su otro tío Juan, es un maltratador que inflige a su mujer Gloria todo tipo de vejaciones incluido el maltrato físico; por otro lado, Gloria es el tipo de mujer débil y acomodaticia, que sufre en silencio y sigue queriendo, pese a todo, a su marido. El único personaje inocente, que parece vivir sólo y exclusivamente para lograr la paz en su familia es la abuela. Andrea, la universitaria adolescente, testigo y narradora
de los hechos, se ve envuelta en una atmósfera irrespirable; sólo el conocimiento de Ena, una compañera de la Universidad, puede salvarla.
“Cucúrbitas”. Después ni un día cesante, y siempre para arriba. ¿Qué quiere decir esto? Que será muy bruto, pero que entiende mejor que tú la aguja de marear. ¿Y crees que no se hace pagar a tocateja el despacho de los expedientes?
--Cállate, mujer.
--¡Inocente!... Ahí tienes por lo que estás como estás, olvidado y en la miseria; por no tener
ni pizca de trastienda y ser tan devoto de San Escrúpulo bendito. Créeme, eso ya no es honradez, es sosería y necedad. Mírate en el espejo de Cucúrbitas; él será todo lo melón que se quiera, pero
verás cómo llega a director, quizá a ministro. Tú no serás nunca nada, y si te colocan, te darán un pedazo de pan, y siempre estaremos lo mismo (acalorándose). Todo por tus gazmoñerías, porque no te haces valer, porque fray Modesto ya sabes que no llegó nunca a ser guardián. Yo que tú, me iría a un periódico y empezaría a vomitar todas las picardías que sé de la Administración, los enjuagues que han hecho muchos que hoy están en candelero. Eso, cantar claro, y caiga el que caiga…, desenmascarar a tanto pillo… Ahí duele. ¡Ah!, entonces verías cómo les faltaba tiempo para colocarte; verías cómo el director mismo entraba aquí, sombrero en mano, a suplicarte que
aceptaras la credencial.
--Mamá, que es tarde—dijo Abelarda desde la puerta, poniéndose la toquilla.
--Ya voy. Con tantos remilgos, con tantos miramientos como tú tienes, con eso de llamarles a
todos dignísimos y ser tan delicado y tan de ley que estás siempre montado al aire como los brillantes, lo que consigues es que te tengan por un cualquiera. Pues sí (alzando el grito), tú
debías ser ya director, como esa es luz, y no lo res por mandria, por apocado, porque no sirves para nada, vamos, y no sabes vivir. No; si con lamentos y con suspiros no te van a dar lo que pretendes. Las credenciales, señor mío, son para los que se las ganan enseñando los colmillos. Eres inofensivo, no muerdes, ni siquiera ladras, y todos se ríen de ti. Dicen: “¡Ah, Villaamil, qué
honradísimo es! ¡Oh!, el empleado probo…” Yo, cuando me enseñan un probo, le miro a ver si tiene los codos fuera. En fin, que te caes de honrado. Decir honrado, a veces es como decir ñoño. Y no es eso, no es eso. Se puede tener toda la integridad que Dios manda, y ser un hombre que mire por sí y por la familia…
--Déjame en paz—murmuró Villaamil desalentado, sentándose en una silla y derrengándola.
--Mamá—repetía la señorita, impaciente.
--Ya voy, ya voy.
--Yo no puedo ser sino como Dios me ha hecho—declaró el infeliz cesante--. Pero ahora no se
trata de que yo sea así o asado; trátase del pan de cada día, del pan de mañana. Estamos como queremos, si… tenemos cerrado el horizonte por todas partes. Mañana…
--Dios no nos abandonará—dijo Pura intentando robustecer su ánimo con esfuerzos de esperanza, que parecían pataleos de náufrago--. Estoy tan acostumbrada a la escasez, que
la abundancia me sorprendería y hasta me asustaría… Mañana…
No acabó la frase ni aun con el pensamiento. Su hija y su hermana le daban tanta prisa, que
se arregló apresuradamente.”
Otra familia igualmente singular, es la que Carmen Laforet retrata en Nada (1944), novela que
obtuvo el recién inaugurado premio Nadal. En ella Andrea, una joven canaria, que viene a Barcelona a estudiar en la Universidad, se instala en el piso su abuela, situado en la calle de Aribau. Allí se encontrará con una familia cuyos miembros son cada cual más raro y conflictivo. Junto a la anciana viven sus hijos Angustias, Román y Juan y Gloria, la mujer de este último. La primera es una beata hipócrita que acosa a la sobrina advirtiéndole de los peligros que encierra la sociedad, cuando ella no tiene reparo alguno en mantener relaciones sexuales con un casado y para evitar el qué dirán se marcha de casa para meterse monja. Román es el tío pintor y bohemio, que vive al margen de las convenciones sociales. Mientras que su otro tío Juan, es un maltratador que inflige a su mujer Gloria todo tipo de vejaciones incluido el maltrato físico; por otro lado, Gloria es el tipo de mujer débil y acomodaticia, que sufre en silencio y sigue queriendo, pese a todo, a su marido. El único personaje inocente, que parece vivir sólo y exclusivamente para lograr la paz en su familia es la abuela. Andrea, la universitaria adolescente, testigo y narradora
de los hechos, se ve envuelta en una atmósfera irrespirable; sólo el conocimiento de Ena, una compañera de la Universidad, puede salvarla.
Leamos lo que le dice la tía Angustias a Andrea al principio de vivir en el piso de la abuela
sobre el resto de la familia:
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj4aAywYiH5C97iZ9lbgne_xHwJ1uRDe_NhO87P0fAJzPbVpmv85tiAXn2jYm3Vj9ZHfuYh5N8ApNBb3fQCSmsdBsZ9643gPMgH9RJoqyIoCpBpM3O1retVj0LYaag0r64ppq7fnKGZsVk/s400/laforet%255B1%255D.jpg)
sobre el resto de la familia:
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj4aAywYiH5C97iZ9lbgne_xHwJ1uRDe_NhO87P0fAJzPbVpmv85tiAXn2jYm3Vj9ZHfuYh5N8ApNBb3fQCSmsdBsZ9643gPMgH9RJoqyIoCpBpM3O1retVj0LYaag0r64ppq7fnKGZsVk/s400/laforet%255B1%255D.jpg)
“Tengo que advertirte algunas cosas. Si no me doliera hablar mal de mis hermanos te diría
que después de la guerra han quedado un poco mal de los nervios… Sufrieron mucho los dos, hija mía, y con ellos sufrió mi corazón… Me lo pagan con ingratitudes, pero yo les perdono y rezo a Dios por ellos. Sin embargo, tengo que ponerme en guardia…
Bajó la voz hasta terminar en un susurro casi tierno:
--Tu tío Juan se ha casado con una mujer nada conveniente. Una mujer que está estropeando su
vida… Andrea; si yo algún día supiera que tú eras amiga de ella, cuenta con que me darías un gran disgusto, con que yo me quedaría muy apenada…
Yo estaba sentada frente a Angustias en una silla dura que se me iba clavando en los muslos bajo la falda. Estaba además desesperada porque me había dicho que no podría moverme sin su voluntad y la juzgaba sin ninguna compasión, corta de luces y autoritaria. He hecho tantos juicios equivocados en mi vida, que aún no sé si éste era verdadero. Lo cierto es que
cuando se puso blanda al hablarme mal de Gloria, mi tía me fue muy antipática.”
que después de la guerra han quedado un poco mal de los nervios… Sufrieron mucho los dos, hija mía, y con ellos sufrió mi corazón… Me lo pagan con ingratitudes, pero yo les perdono y rezo a Dios por ellos. Sin embargo, tengo que ponerme en guardia…
Bajó la voz hasta terminar en un susurro casi tierno:
--Tu tío Juan se ha casado con una mujer nada conveniente. Una mujer que está estropeando su
vida… Andrea; si yo algún día supiera que tú eras amiga de ella, cuenta con que me darías un gran disgusto, con que yo me quedaría muy apenada…
Yo estaba sentada frente a Angustias en una silla dura que se me iba clavando en los muslos bajo la falda. Estaba además desesperada porque me había dicho que no podría moverme sin su voluntad y la juzgaba sin ninguna compasión, corta de luces y autoritaria. He hecho tantos juicios equivocados en mi vida, que aún no sé si éste era verdadero. Lo cierto es que
cuando se puso blanda al hablarme mal de Gloria, mi tía me fue muy antipática.”
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