viernes, 4 de noviembre de 2011

Lafamilia en la literatura española

El Cid, modelo de esposo y padre

En cambio, un buen modelo de familia lo hallamos ya en el primer monumento de nuestra literatura, es decir, en el Poema de Mío Cid (Cantar de Gesta anónimo de mediados del siglo XII, según unos, o de principios del siglo siguiente, según otros). El protagonista, Rodrigo Díaz de Vivar, es un ejemplo de caballero medieval, respetuoso con sus soldados, fiel a su Rey y entrañable esposo y padre de familia que sabe sacar tiempo de su constante batallar para arrebatar tierras a los moros y entregársela a su rey Alfonso VI pese a haber sido desterrado de su tierra burgalesa por el soberano, sabe sacar tiempo de todo ese trajín guerrero para prestar la atención que merecen los suyos. El ejemplo más palpable lo vemos en el pasaje del monasterio de san Pedro de Cardeña cuando el Cid deja al cuidado del abad don Sancho a su esposa doña Jimena  y a sus dos hijas doña Elvira y doña Sol.


Tras el encuentro del Campeador con el abad, camino del destierro, aquél dice al religioso:

“Hoy que salgo de esta tierra os daré cincuenta marcos,
si Dios me concede vida os he de dar otro tanto.
No quiero que el monasterio por mí sufra ningún gasto.
Para mi esposa Jimena os entrego aquí cien marcos;
a ella, a sus hijas y damas podréis servir este año.
Dos hijas niñas os dejo, tomadlas a vuestro amparo.
A vos os las encomiendo en mi ausencia, abad don Sancho,
en ellas y en mi mujer ponedme todo cuidado.
Si ese dinero se acaba o si os faltare algo,
dadles lo que necesiten, abad, así os lo mando.
Por un marco que gastéis, al convento daré cuatro.”

El abad le promete cumplir con todo eso y luego aparecen en escena doña Jimena y sus hijas, cada una en brazos de una dama. Doña Jimena, con lágrimas en los ojos, se arrodilla ante el Cid y le dice:

“Gracias os pido, Mio Cid el bienhadado.
Por columnas de malsines del reino vais desterrado.”

Luego acuden todos a la misa y al salir de la iglesia las huestes del Cid se preparan para salir a caballo hacia el destierro. Entonces tiene lugar la despedida, que el juglar anónimo describe así:

“El Cid a doña Jimena un abrazo le fue a dar
y doña Jimena al Cid la mano le va a besar;
no sabía ella qué hacerse más que llorar y llorar.
A sus dos niñas el Cid mucho las vuelve a mirar.”
Es entonces cuando el tierno padre les dice:
“A Dios os entrego, hijas, nos hemos de separar
y sólo Dios sabe cuándo nos volvamos a juntar.”


Las palabras del juglar suenan dramáticas para pintar la escena de la separación:

“Mucho que lloraban todos, nunca visteis más llorar
como la uña de la carne así apartándose van.”

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