Éste es el primero de los juegos teatrales que presento este año. Con el tiempo, presentaré otros. Que aprovechen todos al lector.
EL SEPULTURERO
El señor Tano, sepulturero
y funerario de la ciudad, y un niño
Al otro lado de la reja del cementerio, el cuidador de
las tumbas sale de la capilla y riega las macetas que flaquean la puerta. Por
fuera un niño se acerca curioso a la reja.
NIÑO.- Usted es el señor de los funerales.
SEPULTURERO.- Dicho así, sí.
NIÑO.- ¿Es también suya la capilla?
SEPULTURERO.- Sí, también es mía.
NIÑO.- ¿Y el cementerio, las tumbas y las lápidas?
SEPULTURERO.- También.
NIÑO.- ¡Qué bien! Así cuando se muera, lo tiene usted
todo en su casa.
(Fundido.)
El sepulturero
y el contratista
En la calle, el sepulturero se encuentra al
contratista, que no puede evitar seguir adelante sin saludarle.
CONTRATISTA.-
(Le tiende la mano.) Hola, Tano. ¿Cómo te va el negocio del Más Allá?
Seguro que pones en él todos tus afanes, ¿eh? Debes defenderlo con todas tus
fuerzas.
SEPULTURERO.- (Le estrecha la mano tendida.) Claro, es
mi modo de vida. ¿Y los suyos, cómo van? Espero que también.
CONTRATISTA.- (Retira su mano sorprendido.) ¡Qué mano
tan fría tienes! Me has dejado helada la mía. Seguro que tienes las manos así
tras haber embalsamado un cadáver del frigorífico.
SEPULTURERO.- Siempre las tengo así. Es el oficio.
CONTRATISTA.- Claro, claro, cada uno con lo suyo. A
ver si ahora encuentro a Pacífico, el pastelero, y me calienta un poco las
manos.
(Fundido.)
El sepulturero
a solas
En la funeraria, vestido con una bata blanca y rodeado
de cadáveres ensabanados, cada uno con una tarjeta con su nombre colgando de la
camilla. Mientras camina entre ellos, les va hablando.
SEPULTURERO.- Señora Dolores, señor Bonifacio,
señorita Virtudes, señor Cándido…, buenas noches a todos. (Se detiene ante una
camilla y retira levemente la sábana que cubre el cadáver.) ¿Cómo está hoy,
señora Consuelo? La veo espléndida, mi querida señora. En vida me dirigió usted
la palabra. Pasaba siempre por mi lado como si fuera una estatua. (Va por una
silla y se sienta al lado de la camilla. Con una lupa recorre el rostro de la
mujer.) ¿Se da usted cuenta, señora Consuelo, de la condición sebácea de sus
poros? En vida era usted como de cera. Un trastorno de los poros. Aceite, grasa,
granos… Una dieta muy rica en grasas, señora Consuelo, ése fue su mal. Y
demasiados pasteles, demasiados dulces y demasiados fritos. ¿Se acuerda, señora
Consuelo, de que siempre andaba enorgulleciéndose de su cerebro y
considerándome menos que un céntimo bajo la planta de sus pies? Y mientras
usted dándole sin parar a las limonadas, a los gintónics, a las sodas. Se creyó
usted siempre tan superior a todos… Y mire dónde y cómo se ve ahora. Bien,
dejemos la charla, que a nada conduce en estos momentos. (Coge el bisturí y lo
acerca a la cabeza de la muerta.) Le
haré una operación perfecta, le cortaré el cuello cabelludo en círculo, le
alzaré el cráneo y le extraeré el cerebro. ¿Para qué lo quiere ahora, eh,
señora Consuelo? A continuación prepararé una mezcla de caramelos de todos los
gustos, colores y tamaños, junto con terrones de azúcar y lo embutiré todo
dentro de su cráneo vacío. Finalmente, le pondré una tarjetita que diga “Dulces
sueños”. ¿Comprende el chiste, señora Consuelo?
(Fundido.)
El sepulturero
y la sorpresa
En la funeraria, junto a otro cuerpo ensabanado.
SEPULTURERO.-
Ahora le toca a usted, señor Valentín. Aunque más bien debiera llamarlo
Comático o Cataléptico por la cantidad de comas y catalepsias que ha sufrido a
lo largo de su aburrida vida. ¡Hay que ver la lata que usted ha dado al médico!
Incluso a mí una vez me privó de hacerle lo que le voy a hacer hoy cuando ya le
dábamos `por muerto y se le ocurrió la torpe idea de volver a la vida. Pero
ahora, por fin… (Retira la sábana hasta dejar
visible el rostro del muerto, que en ese preciso instante entreabre los
párpados y mueve una mano bajo la sábana.) ¡Ay!, ¿qué es esto? (Vuelve a cubrir la cabeza
del anciano mientras, llevándose la mano al corazón, se aparta lleno de
espanto.)
ANCIANO.- (Se rebulle bajo la sábana.) ¡Eh!, ¡sáqueme
de aquí!
SEPULTURERO.- (Se acerca y retira la sábana de nuevo.)
¡Está usted vivo!
ANCIANO. (Abre completamente los ojos.) Claro que
estoy vivo. ¡Dios santo, las cosas que aquí he oído brotar de su boca! (Se
incorpora.) Aquí, cubierto por esta maldita sábana, he tenido que escuchar las
terribles palabras que le dedica a todos estos pobres difuntos condenados a las
barbaridades de sus manos. ¡Monstruo de perversidad! (Mueve la otra mano e
intenta desembarazarse de la sábana.) En cuanto pueda, saldré de aquí para ir a
ver al alcalde, a la policía, a todo el mundo. Y les contaré lo que hace usted
aquí, maldito asesino...
SEPULTURERO.-(Le sujeta un brazo.) ¡No será capaz de
hacerlo!
ANCIANO.- Claro que lo haré. En cuanto recupere el
movimiento de todo mi cuerpo. La ciudad no puede seguir ignorando las terribles
iniquidades que ha estado usted cometiendo con los cadáveres. (Hace gesto de
querer levantarse.)
SEPULTURERO.- ¡Ni lo intente! (Saca del bolsillo de la
bata una jeringa hipodérmica y la clava en el brazo del anciano que está
sujetando.) Y ahora menos.
ANCIANO.- (Mira alrededores busca de ayuda.) ¡Eh, vosotros! ¡Ayudadme! ¡Libradme de este
asesino! (Mira a la ventana, a través de la cual se ven las tumbas del vecino
cementerio.) Y los que estáis ahí, bajo
las cruces, bajo las lápidas… ¡Escuchadme antes de que me muera y pase a formar
parte de vuestro ejército! (Con voz ahogada.) Este infame me ha asesinado. Y
vosotros también habéis sido sus víctimas. ¡No lo consintáis por más tiempo!
¡Hacedle pagar sus crímenes! ¡Haced que nadie más sufra sus ignominias! ¡Acabad
con él!
SEPULTURERO.- ¡No pueden hacerme nada! ¡No pueden! (Acaba
de inocular el contenido de la jeringa en el brazo del anciano. Luego desclava
la aguja de la jeringa y la mete en el bolsillo de su bata.) ¡Sé que no pueden!
ANCIANO.- (Cada vez con voz más baja y ahogada.) ¿A
qué esperáis para salir de vuestras tumbas y acabar con sus maldades? ¡Acabad
de una vez con este asesino! (Solloza.)
SEPULTURERO.- (Sin dejar de sujerle el brazo.) Es
usted un necio, señor Valentín. ¿No comprende que se está muriendo y sólo dice
tonterías? ¡Vamos! ¡Muérase de una vez, maldito!
ANCIANO.- (En un último esfuerzo.) ¡Todos fuera de las
tumbas! ¡Ayudadme!
SEPULTURERO.- (Muda la voz en un tono de súplica.)
¡Por favor, cállese! ¡Se lo suplico! ¡No soporto oírlo más!
ANCIANO.- (En un hilo de voz y una sonrisa en los
labios.) Todos han sufrido por usted, asesino. Pero pronto, esta noche tal vez
sé que harán algo. (Sale de sus labios un silbido. Cierra los párpados y
muere.)
(La luz que quedaba del día se va de la ventana.)
(Fundido.)
Gente del
pueblo, el contratista y el niño.
Al día siguiente, en una parte del cementerio, en un
claro, al pie de unos cipreses. Cerca, unas tumbas removidas.
CONTRATISTA.- Hemos recorrido el cementerio de punta a
punta y no hemos visto rastro del señor Tano por ningún sitio.
CIUDADANO 1.- Hemos mirado en la capilla y en la
funeraria y tampoco está allí.
CIUDADANO 2.-Y todo anda revuelto y patas arriba, como
si lo hubiera visitado un huracán de repente.
CIUDADANO 3.- Y en cambio, en la ciudad no hemos
notado nada. ¡Esto es muy raro!
NIÑO.- (Señalando las lápidas vecinas sacadas de su
sitio.) Pero miren eso. Esas viejas lápidas parecen haber sido removidas
recientemente..
(Todos se acercan a las lápidas removidas.)
CONTRATISTA. (Mirando a la tierra con sorpresa.) Y
aquí hay sangre reciente.
CIUDADANO 1.- (Dando un paso más.) Y aquí más sangre y
un rastro en el suelo como de algo que ha sido arrastrado.
NIÑO.- (Adelantándose a todos. Junto a una de las
lápidas removidas) ¡Eh, miren esto! Alguien ha escrito con sangre el nombre del
señor Tano en esta lápida.
CIUDADANO 2. -(Se acerca a otra lápida.) ¡Y en esta
también!
CIUDADANO 3.-(Junto a una tercera lápida.) ¡Aquí
también está escrito su nombre!
CONTRATISTA.- (Acercándose al grupo con estupor.)
¡Pero no es posible que esté el señor Tano enterrado bajo todas estas lápidas!
NIÑO.- ¿Por qué no? Los milagros existen.
(Fundido.)
FIN