Yo llegaba a tiempo siempre entonces
A tus huellas de vidrio y de ternura.
El barrio estaba en paz
Y el camino de mi vida quieto
Y vivo a la vez como aquel río
Que reflejaba el brillo de mi infancia.
Y el brillo me lo daba tu presencia
Oculta entre las cosas de la vida,
Dios humilde como los cantos lisos
Que mi infalible tirador lanzaba
Más allá de la pluma y el destino
De los pájaros, Dios
Humilde y libre como los viejos sauces,
Como el balón que entre los pies cerraba
Solemnemente el libro de las tardes,
Como las dulces noches
Que después se abatían como copos
De amor y de silencio sobre mí.
Y eras tú la caricia,
Tú el callado murmullo.
Y yo seguía aprendiendo
Tu eternidad diaria en las almedras
Que crecían en leche y en azúcar
Para morir de gusto entre mis manos,
En el rayo de luz que en el desván
Convertía en oro el polvo de las cosas.
Y te aprendí tranquilo
Sin religión ni pruebas,
Como aprendí a la vez el sitio de la casa,
El escalón sonoro
O la sonrisa dulce de la madre.
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