Con menoscabo de González de Salas, que osó enmendar los escritos de Quevedo.
1.
A González de Salas hay que darle
en la jeta por intruso y atrevido,
por haber destrozado y malherido
los versos de Quevedo. Hay que nombrarle
taimado salteador de letra extraña
por haber ultrajado al gran poeta
que quiso adivinar, sin ser profeta,
por qué caminos iba a verse a España.
Con gran razón se queja el buen Quevedo
de no resucitar y con su pluma
poder tildar a Salas de ladrón.
Si pudiera, con solamente un pedo
lo envolvería con su escueta bruma
lanzándolo al retrete del baldón.
2.
Nada pudo a sus límpidos sonetos,
sin embargo, nublar la sal de Salas,
pues, lejos de abatirse, son aún balas
de luz entre sombríos mamotretos.
Nos hablan del amor como es ahora,
una lucha entre el hielo y la candela,
una herida que duele y que consuela,
un poder que la misma muerte añora.
Nos hablan de la muerte y el dolor,
del tiempo y de la patria como un hombre
que sufriera como uno de nosotros.
Y aprendemos con ellos que el honor
es hijo del trabajo y el buen nombre
que, viviendo, dejamos en los otros.
3
También entró en los romances
de don Francisco aquel fiera
dicho González de Salas,
volador con ala ajena.
Entró a saco y sin cuartel
sin que Quevedo lograra,
noble ceniza en su tumba,
detener tanta matanza.
Aun así, sus octosílabos
saben batirse ellos solos
contra manos tan osadas
y pensamientos tan cortos.
Por si así no fuera, quiero
poner mi grano de arena
para alzar en desagravio
un epitafio al poeta.
“Tu vida fue más bien pobre,
pero nunca te adeudaste.
no fuiste nunca envidioso,
y a la envidia fustigaste.
Se ha de envidiar solamente
una vida sin prejuicios,
la prudencia de los viejos,
la inocencia de los niños.
Pese a las burlas y chanzas
que desplegaste a placer,
consagraste tres emblemas:
patria, religión y rey.
Odiabas a muerte el ocio
como al peor enemigo:
polilla de las virtudes,
feria de todos los vicios.
Galante con las mujeres,
decías que el que no adora
el corazón femenino
no ve de Dios su gran obra.
Fuiste de buena estatura,
ojos vivos, frente fiel
que no ocultaron tu tacha:
cojo y lisiado de pies.
Moriste siendo otro Séneca
y legaste tus palabras:
por dentro fuego de herida,
por fuera hielo de espada.
Y tus retratos: bigotes,
perillas, lentes y cruz
de Santiago sobre el pecho.
y en mi memoria, tu luz.”
en la jeta por intruso y atrevido,
por haber destrozado y malherido
los versos de Quevedo. Hay que nombrarle
taimado salteador de letra extraña
por haber ultrajado al gran poeta
que quiso adivinar, sin ser profeta,
por qué caminos iba a verse a España.
Con gran razón se queja el buen Quevedo
de no resucitar y con su pluma
poder tildar a Salas de ladrón.
Si pudiera, con solamente un pedo
lo envolvería con su escueta bruma
lanzándolo al retrete del baldón.
2.
Nada pudo a sus límpidos sonetos,
sin embargo, nublar la sal de Salas,
pues, lejos de abatirse, son aún balas
de luz entre sombríos mamotretos.
Nos hablan del amor como es ahora,
una lucha entre el hielo y la candela,
una herida que duele y que consuela,
un poder que la misma muerte añora.
Nos hablan de la muerte y el dolor,
del tiempo y de la patria como un hombre
que sufriera como uno de nosotros.
Y aprendemos con ellos que el honor
es hijo del trabajo y el buen nombre
que, viviendo, dejamos en los otros.
3
También entró en los romances
de don Francisco aquel fiera
dicho González de Salas,
volador con ala ajena.
Entró a saco y sin cuartel
sin que Quevedo lograra,
noble ceniza en su tumba,
detener tanta matanza.
Aun así, sus octosílabos
saben batirse ellos solos
contra manos tan osadas
y pensamientos tan cortos.
Por si así no fuera, quiero
poner mi grano de arena
para alzar en desagravio
un epitafio al poeta.
“Tu vida fue más bien pobre,
pero nunca te adeudaste.
no fuiste nunca envidioso,
y a la envidia fustigaste.
Se ha de envidiar solamente
una vida sin prejuicios,
la prudencia de los viejos,
la inocencia de los niños.
Pese a las burlas y chanzas
que desplegaste a placer,
consagraste tres emblemas:
patria, religión y rey.
Odiabas a muerte el ocio
como al peor enemigo:
polilla de las virtudes,
feria de todos los vicios.
Galante con las mujeres,
decías que el que no adora
el corazón femenino
no ve de Dios su gran obra.
Fuiste de buena estatura,
ojos vivos, frente fiel
que no ocultaron tu tacha:
cojo y lisiado de pies.
Moriste siendo otro Séneca
y legaste tus palabras:
por dentro fuego de herida,
por fuera hielo de espada.
Y tus retratos: bigotes,
perillas, lentes y cruz
de Santiago sobre el pecho.
y en mi memoria, tu luz.”
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