jueves, 12 de noviembre de 2015

CURSOS. LA LITERATURA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX (2)


 NOVECENTISMO Y VANGUARDIAS
 
En la segunda década del siglo XX, coincidiendo con la producción literaria de los escritores de la Generación del 98 apareció un grupo de jóvenes autores que, sin renegar de los anteriores, empezaron a superar sus postulados ideológicos y estilísticos, sirviendo así de puente entre la Generación del 98 y la del 27. Ortega y Gasset  es su líder intelectual, y entre las características ideológicas y estilísticas del grupo sobresale en primer lugar su preocupación por España; mantienen contactos con la cultura europea, en especial, Eugenio D'Ors, Pérez de Ayala u Ortega, cuyas estancias en Alemania fueron frecuentes. Anteponen las ideas y los valores  a lo meramente individual y humano; la inteligencia a la sensibilidad (por algo el género más cultivado es el ensayo). Su formación es universitaria y diferencian claramente la vida y la realidad de la obra de arte, a la que otorgan un valor estético independiente. Así buscan una forma cuidada, creando un lenguaje rico y conceptual, con cultismos, metáforas...
También cultivaron otros géneros, como la poesía (caso de Juan Ramón Jiménez) o la novela, en la que destacan Ramón Pérez de Ayala o Gabriel Miró.
 
En esta época tienen presencia en España las vanguardias, en especial el Creacionismo, nacido en París y difundido por el poeta chileno Vicente Huidobro, el cual propugna la capacidad creadora de las imágenes y convierte cada poema en un mundo creado y perfecto; el Ultraísmo, que, cultivado por el español Guillermo de Torre, intenta captar la realidad con aisladas percepciones e imágenes irracionales; y el Surrealismo, que había dado a conocer también en París André Breton y basa sus postulados en la libertad de imaginación y en la asociación irracional de ideas, buscando ante todo la expresión del mundo de las emociones y de los sueños.
Estos movimientos vanguardistas aparecen en la obra de Ramón Gómez de la Serna y de la mayoría de los poetas del 27.


Galería de autores destacados (I)
 
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Juan Ramón Jiménez (1881-1958) nació en Moguer (Huelva) y estudió bachillerato con los jesuitas del Puerto de Santa María. Luego Derecho en Sevilla. Se trasladó a Madrid, pero al morir su padre regresó a Moguer y padeció una profunda depresión. Viajó por Europa y a su vuelta ingresó en un sanatorio de Madrid. Tras una nueva estancia en Moguer, regresó a la Corte, donde vivió en Residencia de Estudiantes. Marchó a Estados Unidos donde se casó con Zenobia Camprubí, su más fiel colaboradora. Luego vivió en Madrid hasta el estallido de la Guerra Civil, en que abandonó definitivamente España para vivir en Cuba, Estados Unidos y Puerto Rico. Aquí recibió la noticia de que había obtenido el Premio Nobel, sufrió la muerte de su esposa y finalmente murió. Hoy sus restos yacen en Moguer.
Escribió libros de ensayo, casi todos alumbrados por rasgos líricos, como podemos observar en La colina de los chopos o Españoles de tres mundos, del que extraemos el siguiente ejemplo, referido a don Miguel de Unamuno:
¿Se ha salido Don Miguel de la cordillera? Y se nos echa encima derecho, corto, tajante, por lo más difícil, con la trayectoria de un águila aire abajo o de un delfín en el coloso mar; con la seguridad de un dinámico sonámbulo por este sueño de la vida; dormido, digo, despierto de su falsa vida verdadera... ...Pero ¿qué es esto? ¡Atrás nosotros y atrás él! No, no estábamos aquí. Es que Unamuno espejea que viene por la ardiente meseta amarilla, a cuerpo, rojo, plata y negro, esbelto como un pino, sonriente sin reír, las manos en los bolsillos de la chaqueta, luchando (con el levantado pecho ancho, con el ojo agudo, de gafa natural, con el oído firme) contra el ciclón, el relámpago y el trueno del mediodía, como David con los Filisteos, como Sansón con el Cachorro... ¡Ya no hay León...! ¡Abajo Goliat!... Cuidado, no te despiertes tú, que se nos va la imajen... ¡No empujéis más!... Así no llegaremos nunca a él ni a nosotros. ¡Esperad vuestro turno!... Y Don Miguel, igual que un San Cristóbal luterano, pasa al Niño Dios, catalancito de plomo, el desierto, que ahora es el mar, con arena, digo, con el Mediterráneo estético a la abrupta orilla... ...¡Otra vez todos atrás!, dice, cegándonos con fuego, quemador como el mayor frío de yelo, el ciclón de oro que todo lo despeja.”
Pero destacó especialmente en la poesía, obra que puede dividirse en varias etapas, como nos hace ver en el siguiente poema:
"Vino, primero, pura,
vestida de inocencia,
y la amé como a un niño.
Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes;
y la fui odiando sin saberlo.
Llegó a se una reina
fastuosa de tesoros...
¡Qué iracundia de hiel y  sinsentido!
Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.
Y se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica
y apareció desnuda toda...
¡Oh, pasión de mi vieja poesía,
desnuda para siempre!"
 (Eternidades)
 
 La primera etapa, sencilla y sentimental, abarca aproximadamente hasta 1915 y posee ecos de Bécquer, Rubén Darío, y otros, y en la que destacan títulos como Arias tristes, o Pastorales. He aquí un poema perteneciente a este último poemario:
“La luna doraba el río
-¡fresco de la madrugada!-
por el mar venían las olas
teñidas de la luz de alba...

El campo débil y triste
se iba alumbrando... quedaba
elcanto roto de un grillo,
la queja oscura de un agua...

Huía el viento a su gruta,
el horror a su cabaña,
en el verde de los pinos
se iban abriendo las alas...

Las estrellas se morían,
se rosaba la montaña.
allá en el pozo del huerto
la golondrina cantaba.”
En 1914 escribió Platero y yo, un conjunto de poemas en prosa cuyo protagonista en un burrito suyo que le sirvió de confidente para hablar de las cosas pequeñas de la vida que contienen una belleza sin igual.
He aquí el Capítulo I del libro:
“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ¿Platero? y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel... Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
-Tien' asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.”
 
 
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 La segunda etapa se inicia con Diario de un poeta recién casado y se despoja de adornos modernistas, pasando a ser una poesía más personal y desnuda, entre cuyos poemarios sobresale el titulado Eternidades, del que hemos copiado más arriba una muestra.
 En la última etapa, donde la desnudez y la pureza son casi absolutas, el poeta expresa su plenitud espiritual y estética en libros como Animal de fondo o  Dios deseado y deseante, poemario este último al que corresponden los siguientes versos:
“Si yo, por ti, he creado un mundo para ti,
dios, tú tenías seguro que venir a él,
y tú has venido a él, a mí seguro,
porque mi mundo todo era mi esperanza.
Yo he acumulado mi esperanza
en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito;
a todo yo le había puesto nombre
y tú has tomado el puesto
de toda esta nombradía.”
 
 
 
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Ramón Pérez de Ayala (1880-1962) nació en Oviedo. Acabó el bachillerato con los jesuitas en Gijón. Estudió Derecho en la capital de Asturias. Viajó por Europa y América. Ingresó en la Real Academia de la Lengua y perteneció con Ortega y  Marañón a  la Agrupación de intelectuales al servicio de la República. Fue nombrado embajador en Londres hasta 1936. Unos años más tarde  marchó a  la Argentina.  Finalmente, en 1954 regresó a Madrid, donde vivió hasta su muerte.
 
Escribió libros de poesía como La paz del sendero o El sendero innumerable en los que se aprecian influencias del Modernismo y de la Generación del 98. He aquí una muestra del primero:
“Con sayal de amarguras, de la vida romero,
topé, tras luenga andanza, con la paz de un sendero.
Fenecía del día el resplandor postrero.
En la cima de un álamo sollozaba un jilguero.
No hubo en lugar de tierra la paz que allí reinaba.
Parecía que Dios en el campo moraba,
y los sones del pájaro que en lo verde cantaba
morían con la esquila que a lo lejos temblaba.
La flor de madreselva, nacida entre bardales,
vertía en el crepúsculo olores celestiales;
víanse blancos brotes de silvestres rosales
y en el cielo las copas de los álamos reales….”
 También cultivó el ensayo, como los dos volúmenes dedicados a crítica teatral, Las máscaras, donde entre otras cosas defiende el teatro de Galdós o Arniches y ataca el teatro poético o el de Benavente  o Política y toros,  Amistades y recuerdos, etcétera.
 Pero su mayor éxito lo obtuvo con la novela, género que podemos dividir en tres etapas: una tradicional y autobiográfica, en la que destaca Troteras y danzaderas, sobre el Madrid bohemio de entonces; otra de transición y de tonos poemáticos, en la que sobresale La caída de los Limones, mezcla de lirismo y crítica social; y  la tercera, más lograda y de tono claramente intelectual con temática referida al lenguaje, la educación sexual o el honor, entre otros; Tigre Juan es un excelente ejemplo de esta etapa y para muchos una de sus mejores novelas.
Léase el siguiente fragmento de Tigre Juan:
“Aquella noche, al rayar el alba, Colas y Carmina salían mundo adelante. Por todo equipaje, Colas llevaba un acordeón al hombro. Aunque ellos no lo sospechaban, doña Iluminada, desde una alta ventana, con flores que Carmina había plantado, les vio, componiendo una sola sombra ingrávida, color violeta, enlazados por la cintura, los labios unidos, perderse en el misterio de la vida. Y en aquel amanecer, la viuda virgen y enlutada tuvo un espasmo de ventura, como Julieta en brazos de Romeo.
—Lo afirma la ciencia, y es de sentido común. Suponga usté que tiene una mesa. Se le rompe una pata y usté la sustituye con otra igual y de la misma madera. Se le rompen después, una a una, a intervalos, las otras tres patas, que usté reemplaza idénticamente. Por último se le rompe el tablero, y usté pone otro, exacto al anterior. Todo esto ha sucedido a lo largo de cinco años. La mesa en todo momento, sigue siendo la misma mesa. Sin embargo, a los cinco años no conserva materialmente ni un átomo de su madera primitiva. Pues otro tanto sucede con nuestro cuerpo. Los elementos constitutivos de nuestro organismo se están renovando sin cesar. De tiempo en tiempo, un lapso de algunos años, no hay en nuestros tejidos una sola célula antigua. Hemos cambiado de cuerpo.”


 
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Gabriel Miró (1879-1930) nació en Alicante. De niño estudió en un internado de los jesuitas en Orihuela. Estudió Derecho en Valencia y Granada. Opositó sin éxito a judicatura y trabajó de funcionario en Alicante y Barcelona. Después lo hizo en el Ministerio de Trabajo y en el de Instrucción Pública en Madrid.  Fue candidato a la Real Academia de la Lengua. Finalmente, murió prematuramente en Madrid.
 
Con un estilo lento, impresionista, cultivó preferentemente la narrativa, en la que destacan tanto sus  novelas cortas, es el caso de Nómada, con la que obtuvo el premio de El Cuento Semanal, como las extensas, entre las que destacan Las cerezas del cementerio, que cuenta el trágico amor de Félix Valdivia con una mujer mayor en un ambiente de erotismo y voluptuosidad que sólo puede acabar en enfermedad y muerte. La novela Nuestro padre San Daniel está ambientada en la ciudad de Oleza (Orihuela), envuelta en un sopor de misticismo y sensualidad y cuyos habitantes aparecen reprimidos por la intolerancia y la religión más reaccionaria. También escribió las Figuras de la Pasión del Señor, que más que una novela es un conjunto de estampas bíblicas en las que destacan al lado de las figuras elegidas, descritas con patetismo propio de los imagineros castellanos, la descripción topográfica de los paisajes levantinos.
Leamos un fragmento de esta última obra:
“Un hombre extranjero, recostado en un brocal, aspiraba la pureza y frescura del agua, y dentro del cielo reflejado se veía su imagen con un nimbo de sol.
El hombre alzó los ojos; la miró como un hermano que estuviese esperándola, y le dijo:
--¡Paz en ti!
Otra vez asomóse al espejo azul de las aguas, y confiadamente le pidió:
--¡Dame de beber!
(…)
Y le sonrió dulce y tímida, pronunciando:
--¡Cómo siendo judío me pides de beber a mí que soy samaritana!
En los ojos del caminante pasó un ímpetu de gloria; y alzóse transfigurándose de niño sediento en padre magno y fuerte, en señor que visita su heredad; y le dijo:
--Si supieses quién es el que te dice: ¡Dame de beber! tú acudirías a él pidiéndole: ¡Yo no a ti, sino tú a mí dame el agua de la sed mía!”


                
 DOS POEMAS DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
 
1
" Ya están ahí las carretas...
--Lo han dicho el pinar y el viento,
lo ha dicho la luna de oro,
lo han dicho el humo y el eco--.
Son las carretas que pasan                      
estas tardes, al sol puesto,
las carretas que se llevan
del monte los troncos muertos.
¡Cómo lloran las carretas
camino de Pueblo Nuevo!                     
Los bueyes vienen soñando,
a la luz de los luceros,
en el establo caliente
que sabe a madre y a heno.
Y detrás de las carretas,                          
caminan los carreteros,
con la aijada sobre el hombro
y los ojos en el cielo.
¡Cómo lloran las carretas
camino de Pueblo Nuevo!                    
En la paz del campo, van
dejando los troncos muertos
un olor fresco y honrado
a corazón descubierto.
                        Y cae el ángelus desde                         
la torre del pueblo viejo
sobre los campos talados
que huelen a cementerio.
¡Cómo lloran las carretas
camino de Pueblo Nuevo!"                  
 (Pastorales)
 
2.
"¡Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.            
Que por mí vayan todos
los que no las conocen a las cosas;
que por mi vayan todos
los que ya las olvidan a las cosas;
que por mí vayan todos                          
los mismos que las aman a las cosas...
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!
(Eternidades)
 




Galería de autores destacados (II)

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José Ortega y Gasset (1883-1955)  nació en Madrid en una familia de intelectuales. Se doctoró en Filosofía y amplió sus conocimientos en Alemania. Fue catedrático de Metafísica en la Universidad de Madrid. Colaboró con la República, pero desilusionado con sus postulados, se exilió en 1936 y viajó por Francia, Holanda, Argentina... De vuelta a Madrid fundó el Instituto de Humanidades y se dedicó a dar conferencias por medio mundo hasta su muerte.

Ensayista y filósofo de primera línea, su obra es extensísima y abarca una temática muy amplia que va desde la filosofía a la crítica y teoría del arte, pasando por la política o la literatura. En Meditaciones del Quijote explica el sentido del quijotismo español con postulados opuestos a los de Unamuno. He aquí un fragmento:

“No, no podemos seguir la tradición. Español significa para mí una altísima promesa que sólo en casos de extrema rareza ha sido cumplida. No, no podemos seguir la tradición; todo lo contrario: tenemos que ir contra la tradición. De entre los escombros tradicionales, nos urge salvar la primaria substancia de la raza, el módulo hispánico, aquel simple temblor español ante el caos. Lo que suele llamarse España no es eso, sino justamente fracaso de eso. En un grande, doloroso incendio habríamos de quemar la inerte apariencia tradicional, la España que ha sido, y luego, entre las cenizas bien cribadas, hallaremos como una gema iridiscente la España que pudo ser.
Para ello será necesario que nos libertemos de la superstición del pasado, que no nos dejemos seducir por él como si España estuviese inscrita en su pretérito.”

 España invertebrada es una reflexión sobre la esencia de nuestro país como colectividad nacional. En La rebelión de las masas, continuación del anterior y para muchos su obra más lograda, interpreta la historia analizando sus modos de gobierno, entre los que prefiere el de las minorías selectas. En El tema de nuestro tiempo resume todo su sistema filosófico (la realidad básica del hombre es la razón vital: "yo soy yo y mis circunstancias").
 

El estilo de Ortega se acerca más a la literatura que a la filosofía  y no desdeña el lenguaje adornado con metáforas inteligentes y adjetivación matizada.


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Eugenio D’Ors (Barcelona, 1881 –Villanueva y la Geltrú, 1954). Durante su primera etapa, que fue la catalana y se extendió hasta 1920, firmó su obra con el seudónimo de Xenius y ejerció una gran influencia para que triunfara el Modernismo en Cataluña. En su segunda etapa creativa se instaló en Madrid e impartió clases de Historia de la Cultura en su Universidad. Viajó por Europa y América. Perteneció a la Real Academia de la Lengua.
En su obra habla de filosofía, cultura, ciencia, arte y literatura, como no podía ser menos. Aunque también escribió en catalán, idioma en el que se desenvolvía a las mil perfecciones (Glosari, colección de ensayos, o La ben plantada, novela, son dos buenos ejemplos), lo que aquí interesa es su obra escrita en castellano. Y de ella destacamos Oceanografía del tedio, Nuevo glosario o Tres horas en el museo del Prado. De esta última copiamos a continuación un fragmento:
"He aquí al villano que, en la noche de los Fusilamientos, se yergue con los dos brazos en alto, la luz del farol en la camisa. Velludo, casi negro, grotesco y sublime, mogote y arcángel, anónimo e inmortal --este madrileño rebelde es, para nosotros, la Revolución política, únicamente. Esta es, pero también la otra, la de la cultura, la del arte, la revolución que el Pasado intenta fusilar y no puede. ¿Qué vemos, anecdóticamente, en este cuadro? Una ejecución. ¿Qué vemos ideológicamente? Al contrario, una apoteosis. Un grito total de la libertad.
Jamás se ha pintado con tanta libertad. Jamás se ha roto tan descarada, tan violentamente, con cualquier tradición. Late aquí, desnudamente, irracionalmente, la vida misma.
Mas en los mismos días de Goya, Goethe decía que lo mejor era el orden. El impío querrá fusilar al villano del cuadro como los soldados franceses. Ello estará mal. Pero podría, como un griego hubiera hecho, darle un racimo de uva y una flauta de siete cañas; y así, serenamente, admitirle en el Olimpo, en categoría de semidiós."


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Gregorio Marañón (Madrid, 1887 -1960). Doctor en Medicina, investigó, escribió, trabajó como médico y explicó endrocrinología en su cátedra de la Universidad de Madrid. Fue miembro numerario de cinco Academias: por supuesto de la Medicina, de la Historia, de Ciencias, Bellas Artes y, lógicamente, de la Lengua Española. Intervino en la política y contribuyó a instaurar la Segunda República española. En 1936 se exilió de España y regresó a ella en 1943.
Dejando aparte sus libros, conferencias y artículos sobre Medicina, destacaron sus obras ensayísticas sobre la historia, el arte, la conducta humana y la literatura españolas. Destacamos las siguientes: Amiel, Las ideas biológicas del Padre Feijoo, El Conde-Duque de Olivares, Elogio y nostalgia de Toledo o Tiempo viejo y tiempo nuevo.
Leamos el siguiente fragmento perteneciente a esta última obra:
"La correspondencia entre Galdós y Pereda, en la que, en largas epístolas, se criticaban mutuamente sus libros, apenas publicados, correspondencia que tal vez algún día vea la luz, para lección de ciertos extremistas de una y otra banda, será, además de muestra maravillosa de esta literatura epistolar, cuya decadencia deploraba yo hace poco, ejemplo quizá no igualado de tolerancia inteligente entre dos hombres de ideología distinta, sin menoscabo del rigor de sus respectivas posiciones.
Lo mismo puede decirse de Menéndez Pelayo. El ímpetu agresivo de sus años jóvenes se fue templando con la edad. Y sin ceder un ápice de su posición españolista, tradicionalista, archicatólica, se fue transiendo de un noble espíritu de bondadosa comprensión para todo aquello que no compartía.
Yo no he dudado en llamar liberal a esta actitud del maestro. Liberal, en el sentido humano y misericordioso, ajeno, por supuesto, a toda filiación o partido político."


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Wenceslao Fernández Flórez (La Coruña, 1885 – Madrid, 1964). Periodista en Galicia y en Madrid, fueron famosas sus crónicas de las sesiones  de las Cortes entre 1916 y 1918, y luego sus crónicas futbolísticas. Ingresó en la Real Academia de la Lengua en 1945.
Su obra es extensísima y abarca desde sus agudos e irónicos artículos periodísticos (Acotaciones de un oyente) hasta sus relatos (El secreto de Barba Azul)  y novelas, con las que alcanzó merecida fama y entre las que conviene destacar Volvoreta, El malvado Carabel o El bosque animado, la más lograda. De esta última copiamos el siguiente fragmento:
"Cuando un hombre consigue llevar a la fraga un alma atenta, vertida hacia fuera, en estado --aunque transitorio-- de novedad, se entera de muchas historias. No hay que hacer otra cosa que mirar y escuchar, con aquella ternura y aquella emoción y aquel afán y aquel miedo de saber que hay en el espíritu de los niños. Entonces se comprende que existe otra alma allí, infinitas almas; que está animado el bosque entero; almas infantiles también, pequeñitas y variadas, como mariposas, y que se entienden, sin hablar, con la nuestra, como se entienden entre sí los niños pequeñitos que tampoco saben hablar. Pero los hombres suelen llevar rayada ya --como un disco gramofónico-- la superficie endurecida de su ánimo, con sus lecturas y sus meditaciones, con sus placeres y sus ocupaciones, con sus cariños y sus aborrecimientos. Y van de aquí para allá, pero siempre suenan lo mismo, como sonaría el disco en aparatos diversos, y ellos no pueden escuchar nunca más la propia voz de su vida ya cuajada. Es en vano que pasen de la montaña al mar o de las calles asfaltadas a los senderillos aldeanos, porque la aguja de cualquier emoción correrá fatalmente por las rayitas de su alegría o de su desgracia y sonará la canción de siempre."
 


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Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) nació en Madrid en una familia acomodada. Estudió Derecho pero se dedicó de lleno a la Literatura. En Madrid dirigió la tertulia Pombo, entregada, entre otras cosas, a difundir los movimientos vanguardistas En 1936 se exilió a Buenos Aires, donde vivió hasta su muerte.

 Su extensa obra abarca casi todos los géneros: teatro (Los medios seres), biografía (Retratos completos, entre otros, de Baroja, Unamuno, Chagall, Picasso... ), ensayo (El Rastro), novela (El torero Caracho, El caballero del hongo gris) y, sobre todo, Greguerías, género al que definió como una suma de humor más metáfora, si bien no todas sus greguerías responden a esta fórmula. He aquí algunas muestras: "Abrir un paraguas es como disparar contra la lluvia". "El agua se suelta el pelo en las cascadas". "El obelisco es la palmatoria de los siglos". "La lava parece un cocodrilo que avanza". "Las espigas son langostinos vegetales". "El rayo es un sacacorchos  encolerizado". "El más pequeño ferrocarril del mundo es la oruga". En realidad, muchos de sus escritos son pretextos para encadenar greguerías.
Veamos un ejemplo entresacado de El caballero del hongo gris:
"Leonardo, en Marsella, daba referencias de Six a la Prensa y a los comensales  de los bares, con el prestigio del hongo gris, que hacía repercutir sus palabras muy lejos.
-Ningún pugilista sin un punch poderoso  podrá vencer a Six –decía con su aire de dueño de una gran cuadra de boxeadores.
Lo que Six tenía de pesado se dignificaba en Leornardo.  El boxeador era un hombre de ancho pecho, con andar de hipopótamo y que se salía del cinturón y la camisa como si se quisiera englobar en el cielo.
Para Leonardo, la impresión de acompañar al boxeador era que le iba llevando con el ronzal de las palabras como al choto al que vence la correa que lo amarra.
Evitada la pregunta de “¿Quiénes son éstos?”, Leonardo pensó en lo que les convendría y aprovechando el gran porvenir de la operación glandular fundó una sociedad para la explotación y reproducción del chimpancé.
En la soledad de su habitación de hotel se reían Leonardo y Valentín de todo lo que iba sucediendo y de cómo era Six el chimpancé padre, la primera piedra de aquel negocio que se prestaba a la gran credulidad mundial, pues, como decían los prospectos: “La gran carestía de chimpancés hace que una operación de virtudes insuperables no se pueda repetir en las clínicas todo lo a menudo que las grandes fortunas quisieran”.
En el aire de gran empresa que corre por Marsella, Leonardo lucía como una aureola de elegancia su hongo gris.
En Marsella resultaba aquel sombrero demasiado llamativo, asaz importante, como desafiador de las imaginaciones.
Valentín, notando el peligro de aquel empaque en la ciudad novelística, dijo a Leonardo:
-Yo me atrevería a decirte una cosa… Tu sombrero gris nos puede comprometer… ¡Si variases de sombrero!
-Comprendo tu inquietud, pero te voy a confesar que pero te voy a confesar que sin mi hongo gris no podría ni pensar. Todas mis genialidades y mis actos de suerte se los debo al hongo gris… Si yo no tuviese mi rato de paseo y meditación con mi hongo gris encasquetado, no encontraría salida a muchas cuestiones.
-No comprendo tu hongo gris… Acepto que se le lleve a las carreras, pero nada más.
-¡Ah! ¿entonces supones que se va montado en el hongo, no que el hongo va montado en uno?
-No quiero decir eso… Lleva a las carreras como una obsesión, como un globo cautivo."


TEXTO COMENTADO Fragmento de Platero y yo, de J. R. Jiménez.
 
"Entrando en la dehesa de los Caballos, Platero ha comenzado a cojear. Me he echado al suelo...
--Pero, hombre, ¿qué te pasa?
Platero ha dejado la mano derecha un poco levantada, mostrando la ranilla, sin fuerza y sin peso, sin tocar casi con el casco la arena ardiente del camino.
Con una solicitud mayor, sin duda, que la del viejo Darbón, su médico, le he doblado la mano
y le he mirado la ranilla roja. Una púa larga y verde, de naranjo sano, está clavada en ella como un redondo puñalillo de esmeralda. Estremecido del dolor de Platero, he tirado de la púa y me lo he llevado al pobre al arroyo de los lirios amarillos, para que el agua corriente le lama, con su larga lengua pura, la heridilla.
Después, hemos seguido hacia la mar blanca, yo delante, él detrás, cojeando todavía y dándome suaves topadas en la espalda."
 
SITUACIÓN
Dentro de la obra poética de Juan Ramón destaca el librito en prosa Platero y yo por su tono lírico, tan alto como el que se halla en su verso. En realidad, el libro es un conjunto de poemas en prosa donde el poeta muestra su ternura franciscana hacia los animales, y en especial hacia su asnillo Platero. El texto presente es un ejemplo palpable de esa ternura.
 
CONTENIDO
A Platero se le ha clavado en la parte más blanda del casco una púa de naranjo y empieza a cojear por el dolor. El poeta se interesa por el animalillo y, tras descubrir la causa de su cojera, le extrae la púa. Luego le lleva al arroyo para que el agua lave la herida. Finalmente, continúan el camino hacia el mar mientras el burrito le cabecea en la espalda en señal de gratitud.
 
ANÁLISIS
El narrador testigo cuenta la anécdota del texto, unas veces en tercera persona y otras en primera y en pretérito perfecto compuesto, como si acabara de pasar, lo que le ha ocurrido a Platero y lo que hace él (ha comenzado a cojear, me he echado al suelo, ha dejado, le he doblado, he tirado, hemos seguido...). La estrecha relación que hay entre el poeta y el animal queda determinada, no sólo por lo indicado, sino también por el diálogo que entabla Juan Ramón con Platero (las palabras no pueden ser más entrañables y cercanas: "Pero, hombre, ¿qué te pasa?") o la expresión inequívoca "estremecido del dolor de Platero...". En cuanto a los recursos expresivos empleados en el texto, son muy abundantes. El asíndeton del tercer párrafo y la anáfora de la proposición "sin" introduciendo complementos circunstanciales de modo o la aliteración "sin tocar casi con el casco..." (mostrando el dolor de Platero). Léxico preciso (dehesa, ranilla, casco...). Metáforas ("puñalillo de esmeralda= la púa de naranjo), comparaciones ("...como un redondo puñalillo...). Epítetos (ardiente, roja, verde, redondo, amarillos, corriente, larga, pura, suaves...). Diminutillos apreciativos (puñalillo, heridilla). Personificaciones ("para que el agua corriente le lama, con su larga lengua pura"). Etcétera.
 
 
CONCLUSIÓN
A una anécdota entrañable como la que cuenta el texto, le corresponde el lenguaje y la expresión que ha elegido el poeta para vestirla. El tono lírico empleado no deja lugar a dudas y así ha quedado explicado en el análisis.


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