En este país todos sabemos de todo y creemos tener derecho a manifestar nuestra opinión. No pretendo criticar esa condición inherente al españolito medio, pero sé que si lo pensáramos un poco y leyéramos más, los problemas de todo tiempo, desde los personales y familiares hasta los profesionales, pasando por los económicos, sanitarios y educacionales, por citar unos pocos, esos problemas que nos acucian a diario a todos por igual, no lo serían tanto. En cuanto a los problemas educacionales, los más de cuarenta años que estuve en la brega docente me avalan para afirmar que se deben principalmente a los siguientes factores: en primer lugar, al cambio constante de las Leyes de Educación, uno cada vez que cambia el partido del gobierno (creo que desde que los dos partidos mayoritarios se alternan en el poder, llevamos más de treinta Leyes de Educación); y lo que es peor, no hay en ninguno de los dos la menor intención de sentarse alrededor de una mesa para procurar acercar posiciones y llegar a un acuerdo viable.
En segundo lugar, está la ley del mínimo esfuerzo
de la mayoría de los alumnos, acostumbrados a conformarse con realizar los
deberes en casa (quienes los hacen) y aprobar por la mínima los controles
evaluadores; los que van más allá de ese conformismo, aprenden de memoria los
contenidos y se olvidan de reflexionar sobre su alcance significativo y
práctico, haciendo válido así el argumento de las autoridades académicas, que,
por otra parte, en nuestro país, han pisado muy poco el aula y desconocen los
pros y los contras de la aventura que representa una sola clase, sujeta a
varios elementos que deben estar debidamente preparados y coordinados alrededor
de constantes explicaciones y aclaraciones de conceptos y términos propios de
la asignatura impartida y de exactas y meditadas correcciones para garantizar
el ritmo adecuado de aprendizaje de cada alumno, sin bajar la guardia un solo
instante en lo que se refiere a mantener la atención y la actitud disciplinar
de los educandos.
En tercer lugar, a la escasa exigencia de muchos de nosotros los profesores y de las volubles tablas de medir el aprendizaje de nuestros
discípulos, por no hablar de la nula colaboración con el resto de los colegas
en unificar criterios de evaluación, con lo que se suele acabar sembrando dudas en los
propios alumnos sobre qué objetivos cognitivos y actitudinales deben conseguir.
En cuarto lugar, a los padres de los alumnos que critican la capacidad de los
docentes delante de sus hijos…Y no olvidemos, el último escalón que pretenden bajar para acabar de una vez con la educación de sus propios hijos: salir a la calle para exigir a grito pelado y a pancarta con faltas de ortografía que se supriman los deberes escolares para hacer en casa.
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