sábado, 11 de octubre de 2014

GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA Bicentenario de su nacimiento



 


Conviene que recordemos que este año se está cumpliendo el bicentenario del nacimiento de la poetisa cubana, afincada finalmente en nuestro país, Gertrudes Gómez de Avellaneda (Camagüey, 1814- Madrid, 1873). Adscrita al Romanticismo y precursora del feminismo en España, vino a nuestro país con su familia en 1836. A punto de zarpar el barco, escribió el conocido soneto Al partir, cuyo primer cuarteto es el que sigue:
“¡Perla del mar! ¡Estrella de Occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
la noche cubre con su opaco velo
como cubre el dolor mi triste frente. “
En España se estableció primero en La Coruña, donde escribió, entre otros, los poemas A la poesía, Al jilguero y La serenata y sufrió la ruptura con su novio al enterarse éste de que escribía poesía. Después se trasladó con su hermano a Sevilla, donde publicó, gracias a la amistad con don Alberto Lista, nuevos versos en los periódicos de la ciudad hispalense y de Cádiz con el seudónimo La peregrina, que la hizo popular. Aquí fue donde conoció al amor de su vida, Ignacio de Cepeda y Alcalde, al que dedicó cartas y otros escritos. Aunque cultivó también el teatro (su primer drama, Leoncia, se estrenó en 1840 en Sevilla), o la novela (un ejemplo es Sab, considerada la primera novela esclavista de la historia), debe su fama a la poesía pues en Madrid, ciudad en la que se instaló definitivamente en 1841, publicó su primer volumen titulado Poesías. En la capital de España conoce al poeta Gabriel Tassara, del que se enamora perdidamente y con el que tiene una niña, María,  pero su vida se convierte en un infierno porque el poeta no le corresponde y finalmente la abandona, a la vez que la niña, que había nacido enferma, muere a los siete meses de edad. Eso ocurrió en 1845. Al año siguiente la poetisa se casa con el que entonces era Gobernador civil de Madrid, Pedro Sabater, que padecía una terrible enfermedad, a consecuencia de la cual acabará muriendo en sus brazos en Burdeos, tras volver de París adonde habían viajado en busca de la curación del hombre. Desesperada, Gertrudis se refugia en un centro espiritual de Burdeos perteneciente a la congregación de la Sagrada Familia. Escribió varios poemas dedicados a su marido muerto y publicó en 1850 la segunda edición aumentada de Poesías. Se volvió a casar seis años más tarde con Domingo Verdugo, coronel y político de bastante influencia en la época, y en 1858, a causa del fracaso del estreno de otra de las comedias de la escritora, que Verdugo achacó a la intervención del intrigante político Antonio Ribera, se pelearon ambos en la calle y el marido de la escritora resultó gravemente herido. El matrimonio viajó a Cuba, para que el clima benigno de la isla curara las heridas del coronel, y allí la Avellaneda fue homenajeada y nombrada poetisa nacional en el Liceo de La Habana. Al poco tiempo la muerte de Verdugo acentuó la espiritualidad de su viuda, que acabó regresando a España. Finalmente, Gertrudis Gómez de Avellaneda murió en Madrid a los 58 años de edad. Hoy sus restos, junto con los de su último esposo y su hermano, descansan en el cementerio de San Fernando de Sevilla. En su poesía destacan los temas relacionados con el amor y con la devoción religiosa. He aquí una muestra que recoge ambas vertientes:

A Él

“No existe lazo ya: todo está roto:
 plúgole al cielo así: ¡bendito sea¡
 Amargo cáliz con placer agoto:
mi alma reposa al fin: nada desea.
Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos:
¡nunca, si fuere error, la verdad mire!
Que tantos años de amarguras llenos
trague el olvido: el corazón respire.
Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano...
Mas nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano.
De graves faltas vengador terrible,
dócil llenaste tu misión: ¿lo ignoras?
No era tuyo el poder que irresistible
postró ante ti mis fuerzas vencedoras.
Quísolo Dios y fue: ¡ gloria a su nombre!
Todo se terminó, recobro aliento:
¡Ángel de las venganzas!, ya eres hombre...
ni amor ni miedo al contemplarte siento.
Cayó tu cetro, se embotó tu espada...
Mas, ¡ay!, cuán triste libertad respiro...
Hice un mundo de ti, que hoy se anonada
y en honda y vasta soledad me miro.
¡Vive dichoso tú! Si en algún día
ves este adiós que te dirijo eterno,
sabe que aún tienes en el alma mía
generoso perdón, cariño tierno.”

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