UNO
El profesor jubilado Sebastián Celada regresó de su viaje a Italia con un deseo
imperioso: cambiar lo antes posible su modo de vida. Y lo primero que hizo fue
ir a ver al policía Antonio Hernández para hablar de su caso.
Tras charlar con el agente dos largas horas y darle
las gracias por su extensa y pormenorizada información, volvió a hacer las
maletas, esta vez para retirarse a El Pinar, que tantos recuerdos le traía.
Allí, visitando diariamente el SPA del Marestío, hotel donde se había alojado,
vigilando estrechamente la dieta alimenticia y efectuando largos paseos por la
orilla del mar, se puso a escribir la historia que llevaba en la cabeza.
Dedicó una semana y dos días a escribir la primera
redacción de la historia, en sesiones matinales de cuatro horas seguidas alternando
de vez en cuando la escritura con la bebida de agua embotellada y zumos de frutas.
Las tardes las destinaba al SPA y a caminar de un extremo a otro de la playa
por la orilla del mar.
La segunda y definitiva redacción la llevó a cabo
enteramente en Barcelona, parando solamente para comer a mediodía y caminar
cuando el sol se retiraba de las azoteas más altas y la luz natural ya no le
alumbraba lo suficiente para ver las teclas del portátil. Para entonces ya
había descubierto que por fin había dejado atrás su engorrosa enfermedad.
Tres meses más tarde, la obra aparecía en los
escaparates de las grandes librerías de la ciudad condal. El éxito de público
había sido total, y grandes colas de lectores esperaban que el autor les
firmara un ejemplar. Uno de los últimos días de firmas en El Corte Inglés a
finales de una tarde soleada, se acercó a la mesa del autor de moda una mujer
de edad madura para que le firmara el libro.
--¿Qué nombre pongo?—preguntó Sebastián sin levantar
la vista y con la pluma sobrevolando la primera página del ejemplar abierto.
--Amalia Sanjuán.
El escritor levantó la vista sorprendido al reconocer
la voz de la recién llegada. Le sonrió cohibido y la mujer le respondió con otra
sonrisa.
--Creí que no te ibas a acordar de mí—dijo sin dejar
que la sonrisa cayera de sus labios--. Después de tanto tiempo...
--Sí, mucho tiempo—dijo Sebastián--. Pero aun así,
nunca te he olvidado. Oye, ya que no queda ningún lector a la vista, ¿por qué
no te firmo el libro en otro sitio? ¿Por ejemplo, arriba en el bar de la
terraza, tomando alguna cosa? Así podremos hablar tranquilos.
La mujer asintió, y minutos más tarde, los dos
charlaban amigablemente en el bar de la terraza del centro comercial.
--Hablas de mí en tu libro—dijo Amalia.
--¿Pero lo has leído entero?
--Pues claro. No sabes la alegría que me llevé cuando
oí tu nombre en la radio. Sebastián Celada, autor de moda. Su novela ocupa los primeros lugares de
todas las listas. Pero todo lo que cuentas en la historia no tiene nada que ver
contigo, ¿verdad?
--Más de lo que te imaginas.
--No me digas. ¿Quieres contarme cómo empezó todo?
--¿Tienes tiempo para oírlo?
--Si lo que me estás preguntando, Sebastián, es si
tengo algún compromiso para las próximas horas, te diré que no.
--¿No prefieres que hablemos de ti? ¿De tu poesía? Aún
sigo sabiendo de memoria muchos versos tuyos.
--No, querido. Hoy toca hablar de ti.
--Como quieras, pero cuando termine promete que…
--Sin promesas, Sebastián, sin promesas. Seguro que
así nos saldrán mejor las cosas que antaño, ¿no te parece?
--Estoy de acuerdo.
--Así me gusta, y ahora háblame de las razones de tu
novela.
--Todo empezó…
DOS
Seis meses atrás
Seis meses atrás
Primer día
Barcelona
a primeros de noviembre por las mañanas es una ciudad que parece dormida, como
esperando despertar de un momento a otro en medio de una gran noticia.
Eso se dice a sí mismo Antonio Hernández, el policía
que mira afuera desde su despacho al cuadrado de cielo gris que dejan los altos
edificios de esta zona de la Vía Layetana. Los coches ruedan sin parar por la
calzada, allá abajo, unos subiendo del mar y otros bajando hacia él.
El policía tiene la cabeza embotada de darle vueltas
al último caso que investiga, tras de cuya final resolución lleva más de medio
año. Deja la ventana y vuelve a la mesa; abre la carpeta con los papeles de la
investigación que, aunque lleva bastante encarrilada, aún le falta por
concretar algunos aspectos que considera fundamentales para su culminación. Por ejemplo, todavía desconoce
los rostros reales de los dos principales sospechosos: un hombre de mediana
edad y una mujer algo más joven que él; pese a que algunos testigos han
aportado detalles que pueden ayudar algo para su identificación y reconocimiento.
Respecto al hombre, los siguientes: grueso, cara ancha y roja, estatura media y
andar seguro; y en cuanto a la mujer: delgada, buen tipo y bien vestida, rubia,
con ojos azules, si bien estos dos últimos rasgos pueden estar sujetos a
cambios transitorios como tintes, lentillas de colores, etcétera.
Lo que no deja lugar a dudas son los hechos delictivos
de la escurridiza pareja, que se resumen en tres asesinatos y sendos sustanciosos
robos. Asimismo Hernández conoce bastante bien su modus operandi y el perfil de sus víctimas, hombres jubilados,
solteros, separados o viudos sin descendencia, que viven solos y poseen
abundantes bienes. A este perfil hay que añadir el rasgo más importante y común:
padecen de insomnio.
El modus
operandi de la pareja asesina parece claro y único pues, según todos los
indicios, somete durante días a sus posibles víctimas a una vigilancia
exhaustiva hasta dar con la oportunidad de entrar en contacto con ellas y
ganarse su total confianza. Sin embargo,
Hernández reconoce que hay lagunas en el modo y fases de la intervención de sus
dos componentes. Según los apuntes de su carpeta, una vez conseguido el primer
objetivo, es decir, el conocimiento detallado de las costumbres y movimientos
de la víctima, surgen en la investigación las siguientes interrogaciones: ¿quién
interviene en primer lugar?, ¿el hombre o la mujer? ¿O intervienen ambos según
las circunstancias? Sin embargo, a Hernández no le cabe ninguna duda sobre la
segunda fase de actuación de la pareja; basándose en los testimonios de los
testigos, uno de los dos entra en contacto con la víctima valiéndose de un
subterfugio normal, corriente, que se podría calificar como simple: solicita su
ayuda para solucionar algún problema, por lo común inventado, que le ha surgido
mientras maneja su ordenador. Según la investigación, el contacto hasta el
momento ha ocurrido siempre en hoteles con SPA, dependiendo de la situación
particular que viva la víctima elegida. Después es la mujer la que entra en
acción concediendo a la víctima algunos de sus favores femeninos, elemento
fundamental para fortalecer la confianza. Finalmente, perpetran el crimen.
En los papeles de la carpeta hay suficiente información
sobre las tres personas asesinadas: un contratista de obras de Barcelona, un
médico de Gerona y un industrial de Sabadell. El contratista de obras había
aparecido tumbado sobre el sofá del comedor de su casa, como si estuviera
echando la siesta, sólo que había sido envenenado con cianuro; ante la mesa de
centro que había delante del sofá aún quedaba, mediada, la botella de Jack
Daniels y al lado, una copa vacía cuando entraron los representantes de la ley. En el suelo de la
cocina fueron hallados alrededor de una docena de tarros de legumbres vacíos
donde al parecer el dueño de la casa guardaba el dinero negro que había
obtenido durante la época de la burbuja inmobiliaria.
El médico de Gerona, su cuerpo atado de pies y manos, fue
encontrado a la semana de morir tras el aviso que dio a las autoridades un
vecino del edificio por el mal olor que salía del piso del galeno. El cadáver
daba muestras de haber sido estrangulado con una media de mujer y torturado con
el método de los alicates pues le habían sido arrancadas varias uñas de los
dedos de los pies. La policía dedujo que con este medio se habían hecho los
asesinos con más de 30.000 euros que el médico tenía ingresados en varias
entidades bancarias.
Y en cuanto al industrial de Sabadell, fue hallado en
la cocina con varias puñaladas en el
cuerpo; el reguero de sangre comenzaba en la terraza del comedor, donde se
suponía que había sido apuñalado, y seguía por el comedor hasta llegar al lugar
donde fue encontrado su cadáver. En las paredes del dúplex donde vivía quedaron
las huellas de los cuadros que habían sido robados, y abierta y vacía la caja
fuerte que se ocultaba en la biblioteca tras otra obra pictórica.
Precisamente era este pormenor el que más
desconcertaba a Hernández: el modo tan diferente que tenían los asesinos de
acabar con las vidas de sus víctimas. Tres muertos, tres maneras distintas de
morir: apuñalada la primera, envenenada la segunda y estrangulada y torturada
salvajemente la tercera. Eso indicaba que los asesinos actuaban también según
las circunstancias y, a la primera de cambio, habían escogido el mejor modo de
acabar con sus víctimas. Ahora la pregunta era: ¿Cómo sería la presunta cuarta
víctima? Desde luego otro insomne que viviera solo; posiblemente, como las
anteriores, poco aficionado a establecer cualquier clase de relación. ¿Un
solitario y un misógino como los otros? Por ejemplo del industrial de Sabadell
se llegó a saber que, como mucho, se pasaba las noches visionando películas
porno, a juzgar por la cantidad de vídeos encontrados en su domicilio y el
testimonio de la mujer del videoclub próximo a su casa, así como por el
historial de Google hallado en su ordenador.
Respecto de la segunda víctima, el contratista de
obras, aún se sabía menos de su vida íntima, y del médico de Gerona nada.
Parecía que hubieran hecho votos de castidad y vivido como ascetas toda su vida.
Nada se había encontrado en el registro de sus respectivos domicilios que
delatara la menor actividad sexual.
Hernández intentaba imaginarse el modo como la pareja
de ladrones y asesinos tenía para contactar con su posible víctima y hacerse
con su absoluta confianza, hasta el punto de ser invitados a su casa. ¿De qué
trucos, palabras, gestos, acciones se valían para llegar a intimar con ella? En
aquella carpeta desgraciadamente sólo había hechos consumados: los robos y los
asesinatos de tres personas de sexo masculino que padecían insomnio. Y muchos
indicios, sospechas, testimonios, pero poco más, salvo la corazonada de que
había algo que parecía una pista para, con un poco de suerte, llegar a tiempo
de salvar a la siguiente víctima y detener de una vez por todas a aquella
pareja ladrona y asesina y ponerla a disposición judicial.
Sonó su móvil.
--Diga.
--Soy yo, FG.
--¿Tienes algo?
--Me parece que sí. Los pájaros volaron ayer hacia la
Costa Dorada y pondrán el huevo en El Pinar.
--¿Cómo lo sabes?
--¿Acaso las veces anteriores te he dicho de dónde
saco mis informaciones? Pues en esta tampoco te lo voy a decir. Si quieres
aprovechar la información…
--De acuerdo, de acuerdo. ¿Algo más?
--Sí, que tengas suerte. Ahora debo colgar. Adiós.
--Muchas gracias, FG. Hasta otra.
Sonó de nuevo el móvil. Esta vez vio en la pantalla
quién llamaba.
--Hola, Isabel, ¿ocurre algo?
--Es Toni. Hoy no ha querido ir al Instituto.
--Dile que se ponga.
--Antes deja que te diga una cosa. No le grites.
Háblale bien. Es mejor que…
--De acuerdo, cariño. Anda, dile que se ponga.
--Hola, papá.
--Hola, hijo. ¿Por qué no has querido ir hoy al
Instituto?
--Es muy largo de contar.
--Pues intenta resumirlo. Yo te ayudo. ¿Tenías algún
examen que no has preparado? ¿Te has pegado con alguien? ¿Has insultado a algún
profesor?
Hernández no se daba cuenta de que había ido alzando
la voz.
--Papá, si quieres que te lo diga no me hagas tantas
preguntas a la vez y sobre todo no me grites. Que yo también sé gritar.
--Toni, perdona. No quería gritarte. Empiezo de nuevo.
--No hace falta. Te lo contaré todo cuando vengas a
comer.
--No, no, espera, Toni. Posiblemente no vaya hoy a
comer a casa. El trabajo se me acumula. Verás, Toni. Al menos contéstame a esas
tres preguntas que te acabo de hacer.
--La respuesta es no, no había hoy ningún examen, no
me he pegado con nadie y tampoco he insultado a ningún profesor.
--Entonces ¿qué es, hijo?
--Papá, te lo contaré en casa. Adiós.
Hernández se quedó con el móvil silencioso pegado a la
oreja y con la mirada fija en la puerta del despacho. Ésta se abrió y apareció
Iglesias, su compañero, que venía de la calle frotándose las manos y
arreglándose el pelo, el cual al ver a Hernández con aquella expresión de
perplejidad en la cara, se olvidó del frío y del viento que hacía en la calle.
--¿Qué pasa?
Hernández reaccionó dejando el móvil sobre la mesa a
un lado de la carpeta.
--Nada importante, creo. Cosas de la adolescencia.
Cuando tengas hijos, lo comprenderás.
--¿Qué le ocurre a Toni?
--Ya te lo he dicho. Cosas de la adolescencia. ¿Hace
frío?
--Es el jodido viento el que lo estropea todo. Ojalá
hiciera algo bueno de vez en cuando, para variar. Como limpiar la mierda que
origina en este país la interpretación de la justicia y toda su maldita
parafernalia.
--¿Qué ocurre, Iglesias? ¿Ya te has vuelto a pelear
con alguien del café?
--No he tenido más remedio. Un capullo acaba de decir
ahí abajo que la Audiencia Nacional no ha tenido más remedio que hacer caso a
los de Estrasburgo porque lo que las autoridades políticas anteriores hicieron,
dice, no fue sino otra chapuza legal. ¿Qué te parece?
--¿Te refieres a la doctrina Parot? Yo creo que tiene
razón. A mí me jode tanto o más que a ti que los asesinos salgan de la cárcel y
se vayan de rositas. Pero es la ley, chico, y como no se haga pronto una
reforma al respecto, seguiremos asistiendo en los días que vienen a nuevos excarcelamientos,
pese a la indignación general y en particular de los familiares de las
víctimas.
--Pues yo sigo pensando en la misma idea.
--Sí, ya sé, que el Gobierno debía haber hecho caso omiso
al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo.
--Claro, coño. Los asesinos tienen derechos y los
muertos sus sepulturas.
--Tampoco hay que ser tan radical.
--¿Radical? ¿Radical? ¡No me jodas!
--Hace unos días llegaste hecho un basilisco.
--¿Cuándo?
--El día de los separatistas. No recuerdo exactamente
cuál.
--¡Ah, ese! ¡Pero si han convertido cualquier
discusión verbal en un partido de fútbol entre el Barça y el Madrid! En
cualquier tema que sale a relucir, España es Madrid para mucha gente que
confunde el culo con las témporas.
--Son tan malos ellos como los que juegan en sus
opiniones con el Rey Arturo, Sancho Panza y Alicia en el país de las
maravillas. Iguales.
--¡Iguales! ¡No me jodas, Hernández!
--Dejémoslo. Que te va a dar algo.
--Sí, dejémoslo.
Iglesias bufó como un toro banderilleado. Luego reparó
en la carpeta que Hernández tenía delante. Se asomó por encima de su cabeza y,
algo más tranquilo, dijo:
--Veo que le sigues dando vueltas a esta mierda.
--Sí, me lleva de cabeza. A ver si la limpio de una
vez.
--Al final, ¿qué hay del último testigo? Ese … ¿cómo
se llama?
--FG.
--Sí, FG o HI, que para el caso es lo mismo. ¿No te
dijo hace unos días que hoy te diría algo?
--Sí. Acaba de llamar. Hoy o mañana saldré hacia la
Costa Dorada.
--¿Están allí?
--Por lo visto, sí. FG me ha dicho que piensan
alojarse en algún hotel de El Pinar.
--Descarta los que no tengan SPA. Ya sabes que la
mayoría de los insomnes frecuentan esos lugares de relajamiento.
--Ya he pensado en ello. Veremos cómo va todo. ¿Y tú,
cómo llevas el asunto del vendedor ambulante?
--Es pan comido. Un detalle más y será devuelto a su
país.
--También es una forma triste de terminar su aventura.
-- Si antes no aparece un grupo de esos, indignados
siempre contra el sistema, que salen a defender lo indefendible y forman una
barrera humana para impedir la resolución del juez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario