A un amigo que
quiere saber de poesía
“Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.”
Gustavo
Adolfo Bécquer
I.
Del poema
1. Partiendo de Lamartine
Estamos de acuerdo con el poeta francés Alfons de Lamartine (1790- 1869) cuando
dice que un poema, para ser considerado así, debe contener los siguientes
elementos:
-
una idea para la inteligencia,
-
un sentimiento para el corazón,
-
una imagen para la vista,
-
una música para el oído.
Examinemos cuatro ejemplos extraídos de nuestra
historia poética para explicar sendos elementos del poema:
- una idea para
la inteligencia:
El primer ejemplo es la estrofa que emplea como
estribillo el poeta romántico español José de Espronceda (1808-1842) en su
famosa Canción del pirata, que todos
aprendimos una vez de pequeños:
“Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad,
mi ley la fuerza del viento,
mi única patria la mar.”
El pirata, personaje que canta la canción en la popa
de su bajel El temido, expresa en
estos cuatro octosílabos, que forman una estrofa llamada copla, su concepción
de la vida, resumida en estas cuatro identidades:
barco= tesoro
libertad= Dios
la fuerza y el viento= ley
mar= patria
La idea de la independencia que tiene el pirata, un
proscrito de la ley que vive al margen de las convenciones sociales y políticas
no puede expresarse con mejor exactitud y eficacia. La libertad completa es
para él lo que Dios para los cristianos. Con eso queda todo dicho.
De ahí que podamos decir que cuatro meros versos con
una idea expuesta así tendrían solvencia probada para constituir un poema.
Se da la circunstancia de que en este caso estos
cuatro versos están incluidos en un poema de altos vuelos como el estribillo
que insiste en la forma de ser del personaje central, como queda dicho.
-
un sentimiento
para el corazón:
El segundo ejemplo lo forman los ocho primeros versos,
hexasílabos por más señas y con rima asonante en los pares, de la Rima LXXIII
de Bécquer (1836- 1870):
“Cerraron sus ojos,
que aún tenía abiertos;
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
y otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.”
En dichos versos el poeta describe la escena dolorosa
en que, unas indeterminadas personas (de ahí el empleo continuado de la tercera
persona del plural que expresa impersonalidad), tras cerrar los ojos a un
muerto y cubrir su cara, lo dejan solo en la habitación entre llantos y
silencio. El sentimiento que desprende la situación no puede ser más afligida,
hasta la alcoba donde tiene lugar
esa escena aparece precedida del adjetivo triste. Y más cuando avanzamos en la
lectura de la rima y descubrimos que el muerto es una niña. Al sentimiento de
tristeza se le añade otro sentimiento igualmente doloroso: el de la soledad. No
en vano, a lo largo de la composición poética se va repitiendo este estribillo:
“¡Dios mío, qué solos
Se quedan los muertos!”
(Aconsejamos que se lea entera la Rima, que bien puede
catalogarse como un buen poema, ya que contiene con creces los cuatro elementos
de que estamos hablando, y alguno más que trataremos más adelante.)
- una imagen
para la vista
El tercer ejemplo lo forma la primera estrofa que José
Zorrilla (1817- 1893), otro poeta y dramaturgo romántico escribió en su poema
titulado Las nubes, un excelente
serventesio formado por cuatro versos alejandrinos (de catorce sílabas), con
rima consonante alterna (esquema estrófico 14A 14B 14A 14B):
“¿Qué quieren esas nubes que con furor se agrupan
del aire transparente por la región azul?
¿Qué quieren cuando el paso de su vacío ocupan
del cenit suspendiendo su tenebroso tul?”
Nada más leer los dos primeros versos, vemos en la
imaginación lo que pasa allá arriba en el cielo azul y notamos la violencia con
que las nubes se agolpan (con furor se
agrupan) unas con otras y amenazan cubrir la transparencia del aire.
Amenaza que se cumple en los dos versos siguientes, cuando realmente acaban ocupando
el espacio con sus ropajes oscuros (tenebroso
tul). La visión de esas nubes descritas por el poeta en esos versos recrean
en nuestra mente lo que se llama en poesía imagen.
-
una música para
el oído.
El cuarto ejemplo es un epigrama (composición poética
breve que expresa de forma ingeniosa un pensamiento satírico) de Juan de
Iriarte (1702- 1771):
“A la abeja semejante,
para que cause placer,
el epigrama ha de ser
pequeño, dulce y punzante.”
La música es inherente al buen poema y es perceptible
especialmente en dos aspectos: el ritmo, que es la distribución de los acentos
tonales a lo largo del verso, y la rima, que es la coincidencia de sonidos al
final de los versos a partir de la última vocal acentuada.
Veamos ambos aspectos en los siguientes versos de Juan
Bautista Arriaza (1770- 1837):
“Adiós, pobre pescador;
adiós, red; adiós, barquilla;
que ya no hay en esta orilla
sino vasallos
de amor.”
En negrita aparecen señalados los acentos de los
versos (sílabas 2ª, 3ª y 7ª en los tres primeros versos; 4ª y 7ª en el cuarto
versos), y subrayadas las rimas consonantes (-or en los versos 1º y 4º, e –illa
en los versos 2º y 3º). De este modo, el ritmo y la rima empleados por Arriaza
en estos versos, los convierte en altamente musicales o eufónicos.
Si los versos no son eufónicos o musicales se
confunden fácilmente con la ramplonería de la prosa que empleamos para hablar
diariamente. ¿Y cómo se consigue que los versos sean eufónicos, musicales? Nos
llevaría tiempo explicarlo, y no disponemos de mucho en estas breves
anotaciones. Baste decir que con la práctica y la lectura de buenos versos nos
podemos acercar bastante a lograr que nuestros versos suenen bien. Examinemos
los cuatro versos de Iriarte:
“A la abeja
semejante,
para que cause
placer,
el epigrama
ha de ser
pequeño, dulce y punzante.”
Ritmo: primer verso: acentos en las sílabas 3ª y 7ª
sílabas; segundo y tercer versos: acentos en las sílabas 4ª y 7ª sílabas;
cuarto verso: acentos en las sílabas 2ª, 4ª y 7ª (los acentos que más se
repiten son los de las sílabas 4ª y 7ª).
Rima: consonante (-ante al final de los versos 1º y 4º
y –er en los versos 2º y 3º.
La música es, finalmente, perceptible en el poema
mediante la repetición de palabras y versos a lo largo de la composición
estratégicamente colocados unas y otros. Cuando las palabras se repiten al
principio de los versos, dan lugar a figuras literarias llamadas anáforas,
paralelismos…
Por ejemplo, en la siguiente Rima del ya citado
Bécquer
“Por una
mirada, un mundo;
por una
sonrisa, un cielo;
por un
beso… yo no sé
qué te diera por un beso”,
descubrimos al principio de los tres primeros versos una anáfora en la
repetición de la preposición por.
En cuanto al paralelismo,
que es la repetición, en dos o más versos seguidos, de una serie de palabras que
forman frases, sirva de ejemplo el señalado con negritas en los tres versos
siguientes del poeta español Blas de Otero (1916- 1979):
“Pero la muerte, desde dentro,
ve.
Pero la muerte, desde dentro,
vela.
Pero la muerte, desde dentro,
mata.”
Y cuando son, finalmente, varios versos los que se
repiten a lo largo del poema intercalados en varias estrofas reciben el nombre
de estribillos, que ya hemos visto en estas apresuradas anotaciones.
Examinemos, a modo de conclusión de este primer
apartado, en un poema completo los cuatro elementos citados que, según
Lamartine, hacen que un poema sea altamente aceptable: una idea para la
inteligencia, un sentimiento para el corazón, una imagen para la vista y una
música para el oído.
VERSOS SENCILLOS,
del poeta cubano José Martí (1853- 1895)
“Si ves un monte de espumas,
es mi verso lo que ves:
mi verso es un monte, y es
un abanico de plumas.
Mi verso es como un puñal 5
que por el puño echa flor:
mi verso es un surtidor
que da un agua de coral.
Mi verso es de un verde claro
y de un carmín encendido; 10
mi verso es un ciervo herido
que busca en el monte amparo.
Mi verso al valiente agrada;
mi verso, breve y sincero,
es del vigor del acero 15
con que se funde la espada.”
-una idea para
la inteligencia
La idea que domina en el poema es la múltiple definición
que el propio poeta da de su verso: un monte, un abanico de plumas (versos 2 y
3), un puñal (v. 5), un surtidor (v. 7), de un verde claro (v. 9), de un carmín
encendido (v. 10), un ciervo herido (v. 11), agrada al valiente (v.13), es del
vigor del acero (v.15)). Como si quisiera decirnos que su poesía lo abarca todo,
desde lo material a lo espiritual. Es la idea aportada por tantos poetas, según
la cual en la poesía no sobra nada si el contenido se sabe vestir con el arte
bello de la palabra. Otras ideas, no menos principales, presentes en el poema
que nos ocupa son: las características fundamentales de este tipo de poesía:
brevedad, sinceridad y fuerza (versos 14 y 15). Aporta esperanza y pasión
(versos 9 y 10). Presenta a la vez agresividad y suavidad o ternura (versos 5 y
6), lo más grande y poderoso y lo más pequeño y débil (versos 1 a 4), etcétera.
En resumen, el poema está sustentado, antes que nada, por abundancia de
contenido en torno a la definición que da Martí de su propia poesía.
-un sentimiento
para el corazón.
Apoyándonos en lo expuesto más arriba, el poema presenta
un abanico de sentimientos, que abarca desde la generosidad a la participación,
pasando por la sinceridad, la pasión, la esperanza, el amor, la ternura, la
soledad, la valentía, el miedo, la ayuda…
-una imagen
para la vista.
El mundo visual tiene gran presencia en el poema; en
realidad, la mayoría de las definiciones que efectúa el poeta de su verso se
basan en imágenes que tienen que ver con la naturaleza y los objetos, y en
menor grado con abstracciones espirituales. Ejemplos de las primeras: monte de
espumas, abanico de plumas, puñal, flor (por cierto, la imagen que resulta de
combinar los significados contrarios de estas dos palabras, puñal y flor, es de
lo más eficaz para explicar el poder de la poesía: “mi verso es como un puñal /
que por el puño echa flor”), surtidor, coral (se da el mismo caso: “Mi verso es
un surtidor / que da un agua de coral”, salvo el que en el caso anterior la
imagen se resuelve con una comparación y en éste con una metáfora)… Ejemplos de
abstracciones espirituales: vulnerabilidad (“ciervo herido”), amparo, valentía,
agrado, sinceridad, fuerza (“es del vigor del acero / con que se funde una
espada”), esperanza (“es de un verde claro”), pasión (“y de un carmín
encendido”)…
-una música
para el oído.
Ritmo y rima: el poema está compuesto de cuatro
redondillas, estrofas de cuatro versos octosílabos que riman consonantemente el
primero con el cuarto y el segundo con el tercero. Y este esquema se repite
cuatro veces (espumas, ves, es, plumas; puñal, flor, surtidor, coral; etcétera) a lo largo del poema. En
cuanto al ritmo, la distribución de los acentos en los versos del poema es variada,
aunque dominan los acentos en las sílabas 2ª, 4ª y 7ª (“si ves un monte de espumas”).
La eufonía o la música, que ya de por sí se obtiene de
la combinación del ritmo y la rima, en el poema presente se basa además en
otros aspectos, el más importante de los cuales es la repetición de las
palabras clave del poema: mi verso es (hasta ocho veces: versos 2º, 3º,
5º, 7º, 9º, 11º, 13º y 14º). Y forman la mayoría de las veces anáfora y son el
principio de alguna comparación (como un puñal) y un buen número de metáforas
(un monte de espumas, un abanico de plumas, un surtidor…)
Antes de seguir adelante con estas rápidas
anotaciones, conviene fijarnos en un detalle importante: en la poesía actual,
muchas veces se prescinde de la rima, pero aún así, los versos, que en este
caso reciben el nombre de blancos, guardan celosamente su eufonía mediante el
ritmo, y forman, por ello, buenos poemas. Para demostrar lo que decimos,
proponemos un ejemplo perteneciente a un poeta del siglo XX, Claudio Rodríguez
(1938- 1999). Se trata de un fragmento extraído del Canto del despertar, del primero de sus libros, Don de la ebriedad (Premio Adonais,
1953), escrito todo él en endecasílabos, muchos de ellos blancos:
“El primer surco de hoy será mi cuerpo.
Cuando la luz impulsa desde arriba,
despierta los oráculos del sueño
y me camina, y antes que al paisaje
va dándome figura. Así otra nueva 5
mañana. Así otra vez y antes que nadie,
aún que la brisa menos decidera,
sintiéndome vivir, solo, a luz limpia.
Pero algún gesto hago, alguna vara
mágica tengo porque, ved, de pronto 10
los seres amanecen, me señalan.
Soy inocente. ¡Cómo se une todo
y en simples movimientos hasta el límite,
sí, para mi castigo: la soltura
del álamo a cualquier mirada! Puertas 15
con vellones de niebla por dinteles
se abren allí, pasando aquella cima.
¿Qué más sencillo que ese cabeceo
de los sembrados? ¿Qué más persuasivo
que el heno al germinar? No toco nada. 20
No me lavo en la tierra como el pájaro.”
En los presentes versos podemos observar perfectamente
cumplidos los cuatro elementos de Lamartine:
-una idea para
la inteligencia
El poeta asiste de lleno a esa hora mágica del
amanecer en que la naturaleza, el campo, el paisaje despierta. Hasta él mismo
se considera parte del campo: “el primer surco de hoy será mi cuerpo” (verso,
dicho sea de paso, que figura en su tumba zamorana). El poeta parece poseer una
varita mágica, a cuyo efecto los seres amanecen y cobran vida: los movimientos
plateados de los álamos, los jirones de niebla desplazándose, el cabeceo de los
sembrados, el germinar del heno…
-un sentimiento
para el corazón
El poeta experimenta la sensación de comulgar con el
despertar del campo mientras camina por él. A esta sensación tan especial la
acompaña el entusiasmo, la alegría de ser único en esa contemplación; de ahí
sus ganas de cantar el momento, irrepetible y limpio. Y la inocencia.
-una imagen
para la vista
Guiados por el poeta vemos en nuestro interior lo que
él “ve” en el momento de crear el poema cómo la luz abriéndose paso desde el
cielo antes de llegar al paisaje, que permanece aún en la sombra. Después van
cobrando a la vista forma y movimiento los álamos, la niebla, el cabeceo de los
sembrados, el germinar del heno…
-una música
para el oído
Música, eufonía que ya poseen en sí los endecasílabos
del poema con sus acentos distribuidos, sobre todo, en las sílabas 4ª, 6ª y 10ª
(“El primer surco de hoy será mi cuerpo”, “Cuando la luz
impulsa desde arriba”, “y me camina, y antes que al paisaje”, “se abren allí,
pasando aquella cima”, “¿Qué más sencillo
que ese cabeceo…”, etcétera. Música lograda también con los suaves y constantes
encabalgamientos (hasta cuatro versos: 3, 4, 5 y 6; 14, 15, 16 y 17),
repeticiones de palabras de la misma categoría gramatical (“Así otra nueva / mañana…” “Así otra vez…”; “¿Qué más sencillo…” “¿Qué más persuasivo…”; “No toco nada…” “No me lavo…”
Para cerrar este apartado, añadimos tres poemas que se
ajustan a los postulados de Lamartine:
-una idea para
la inteligencia
-un sentimiento
para el corazón
-una imagen para
la vista
-una música para
el oído.
1. Rima LXVI, de Gustavo Adolfo Bécquer
“¿De dónde
vengo?... El más horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura;
los despojos de un alma hecha jirones 5
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.
¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza, 10
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas;
en donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido, 15
allí estará mi tumba.
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura;
los despojos de un alma hecha jirones 5
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.
¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza, 10
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas;
en donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido, 15
allí estará mi tumba.
Ideas para la inteligencia:
Tanto la cuna como la tumba del poeta están envueltas de tristeza,
penalidades, dolores, soledad, olvido.
Sentimientos para el corazón:
Desolación, amargura, pesimismo del poeta que, sin duda mueven a la
compasión y ternura del lector.
Imágenes para la vista:
El camino que conduce a la cuna del poeta posee una
atmósfera negativa, es ya “un sendero horrible y áspero”, donde se aprecian
huellas ensangrentadas sobre la roca y jirones del alma enganchados en las
zarzas. Y el camino que lleva a su tumba no es más halagüeño: hay que atravesar
un páramo sombrío y triste y un valle de nieves y nieblas eternas y
melancólicas, antes de llegar a una piedra olvidada y solitaria sin ninguna
señal de que allí yace el poeta.
Música para el oído:
Las dos estrofas de la silva arromanzada que compone
la Rima están conectadas por sendas interrogaciones sobre el destino humano
(“¿De dónde vengo?” y “¿Adónde voy?”) Los ocho versos de cada una de ellas
adoptan la misma medida de sílabas: 11, 7, 11, 7, 11, 7, 7, 7, 7. En cuanto al
ritmo, presentan parecida distribución de acentos: los endecasílabos presentan,
casi todos, el esquema del primero y noveno versos (2ª, 6ª y 10ª sílabas): “¿De dónde vengo? El más horrible y áspero…”
“¿Adónde voy? El más sombrío y triste…”; respecto de los heptasílabos, siguen estos dos esquemas:
3ª y 6ª sílabas (“en las zarzas agudas”, “te dirán el camino”, “que conduce a mi cuna”, “de los páramos cruza”…), y 4ª y 6ª sílabas ( “de los
senderos busca”, “sin inscripción
alguna”, “allí estará mi tumba”…) La rima, asonante en los versos pares (en –ú-a), sirve de
ligazón en toda la Rima (busca, dura, agudas,
cuna…). Finalmente, las
enumeraciones de elementos físicos y naturales (senderos, huellas, rocas,
despojos, zarzas, páramos, valle…) aportan también eufonía al poema.
Los cuatro requisitos que exigía Lamartine en todo
buen poema se interrelacionan sabiamente entre sí en la Rima de Bécquer para
crear un todo indivisible: el pesimismo que siente el poeta hacia los dos
caminos de su destino se viste con este tipo de composición poética lograda con
la modulada combinación de versos endecasílabos y heptasílabos, ritmo adecuado
para tratar asuntos reflexivos y melancólicos, de confesión íntima, composición
solemne y triste que requiere una atmósfera especial lograda con un léxico que
hace referencia a un paisaje tenebroso y solitario, propio del Romanticismo,
movimiento literario al que pertenece Gustavo Adolfo Bécquer.
Intenta, siguiendo las pautas anteriores, analizar los
dos poemas restantes.
2. El viaje definitivo, de Juan Ramón
Jiménez
“Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico.
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.”
“Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico.
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.”
3. A la inmensa mayoría, de Blas de Otero
Aquí tenéis, en
canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos su versos.
Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.
Tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al viento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.
Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno,
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos su versos.
Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.
Tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al viento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.
Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno,
Blas de Otero.
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