Acabo de leer el excelente libro de Jan Morris, Venecia, y estoy encantado del hermoso mosaico de arte, literatura, historia, costumbres, geografía, curiosidades, leyendas... que muestran sus páginas. Una de las últimas leyendas que incluye en el libro es la que lleva el nombre de la entrada presente.
Existen en los confines de la laguna veneciana varios
islotes semiabandonados adonde en la actualidad apenas va nadie y que tienen
nombres sugeridores, el más intrigante de los cuales tal vez sea el de Cason
dei sette morti (Casa de los siete muertos), llamado así por la historia que
ocurrió en la única destartalada casa que había en el islote. Brevemente
contada, la historia es como sigue. En cierta ocasión seis pescadores,
acompañados de un muchacho que les ayudaba en menesteres domésticos como arreglar
la casa o guisarles la comida, escogieron el lugar como centro de operaciones.
Y una noche regresaron al islote llevando tendido en la popa de su barca a un
hombre ahogado que habían encontrado flotando en las aguas oscuras de la
laguna. El muchacho, que salió a recibirles, descubrió el bulto humano de la
popa y les preguntó si preparaba un plato más para él. Los pescadores, que eran
muy amigos de las bromas macabras, le siguieron la corriente y, mientras
entraban en la casa para descansar de todo el día, le respondieron
afirmativamente, y uno de ellos, tomando la voz de los demás, añadió: “Pero ve
a la barca y despiértalo a patadas, aunque sea, que está borracho como una cuba
y duerme pesadamente.” Así lo hizo el chico, y lo debió de hacer con verdadera
decisión porque, al cabo de un rato, entró en la casa diciendo: “Me ha costado
muchos golpes despertarlo, pero finalmente ha abierto los ojos y me ha dicho
que ahora entra a cenar con nosotros.” Al oírlo, los seis pescadores se miraron
unos a otros sin comprender lo que estaba pasando fuera, pero cuando al cabo de
unos segundos escucharon unos pasos que se acercaban a la puerta y enseguida
vieron aparecer en el umbral al muerto que habían recogido ahogado en la
laguna, pálido y con el vientre hinchado asomando por un roto de la ropa que lo
mal cubría, mirándoles con los ojos en blanco y tendiendo las manos hacia
ellos, se quedaron sin sangre en el cuerpo. Lo que sucedió a continuación sólo
lo sabe el muchacho, que fue el único que salió con vida del islote, remando
con todas sus fuerzas y sin mirar a la Casa de los siete muertos.